Opinión

Por qué no gana Vox en España

La sensación es de cierto desasosiego general, unos se preocupan de que suba y otros de que no lo haga lo suficiente

  • Le pen, Abascal y Orban (Patriotas) en Madrid -

A lo largo del mundo occidental observamos cómo suben en las elecciones los movimientos políticos de corte patriótico, derecha díscola y todo lo que los globalistas denominan “extrema ultra derecha radical populista”. En muchos países, cada vez más, son líderes de la oposición, segunda fuerza política y optan a la presidencia de sus propios países como Marine Le Pen en Francia, Alternativa por Alemania; En Portugal, Ventura ha igualado al Partido socialista, y recientemente George Simion en Rumanía ha estado cerca de ganar la presidencia, a pesar de la cantidad de atropellos antidemocráticos del establishment unioneuropeísta contra la derecha rebelde (expulsaron y detuvieron a Georgescu con acusaciones sin probar hasta  la fecha). Por si fuera poco el descaro de la derecha patriótica ha alcanzado la presidencia en otros tantos países como Italia, Hungría y la cabeza del imperio, clave en la guerra globalista que las élites han declarado a los ciudadanos, los Estados Unidos de América.

La sensación en España es de cierto desasosiego general, unos se preocupan de que Vox suba y otros de que no lo haga lo suficiente. ¿Qué sucede para que esa ola de triunfo patriótico contra el globalismo que recorre todo Occidente no llegue con la misma fuerza a España? ¿Por qué no se traduce en una subida de envergadura de Vox al segundo puesto optando realmente a la presidencia como en el resto de Europa? ¿Acaso España va tan bien que no necesita un levantamiento del sofá de los votantes maltratados o es que nuestra comunidad política es en realidad un rebaño lanar? Sin entrar en las peculiaridades de cada país donde la derecha patriótica alcanza el poder, la verdadera excepción ibérica podría explicarse al agrupar los motivos en dos grupos.

No es que a los españoles les encante la corrupción, vivir sin oportunidades de prosperidad, sin vivienda, ni educación que sirva para el mundo real. El primer motivo es el antiespañol sistema político recogido en la Constitución y en el sistema electoral, que configuran una partitocracia en régimen bipartidista con incentivos a partidos secesionistas regionales, sobrerrepresentados en el Congreso de los Diputados. Otros países europeos no son partitocracias al tener representantes de distrito. Otros sí eran sistemas bipartidistas, como Francia, pero con una segunda vuelta presidencial que corrige, hay opciones reales de al Elíseo a la derecha díscola de Le Pen. La excepción ibérica consiste en que reunimos todos los males del sistema político de la democracia posible, una partitocracia, un bipartidismo sin segunda vuelta y un sistema que incentiva a los enemigos de la nación, sometiendo los intereses de España a la anti-España interna (y externa).

Un líquido amniótico de estupidez que inunda la derecha social desde el centro y es curiosamente una herencia del tardofranquismo “no meterse en política”, “tú al negocio, a lo tuyo, el resto lo que diga la ley”

El mayor negocio desde 1978 en España ha sido atacarla y debilitarla. Esta última peculiaridad podría corregirse solo en parte exigiendo el mínimo del 5% de representación, algo que el PSOE, el partido al que se configuró a imagen y semejanza nuestro sistema político se niega a plantear. Es en lo único en lo que se enfrenta a su amo europeo, porque tiene otros muchos amos y ninguno son los contribuyentes españoles. El sistema político sacralizado en las últimas décadas parece haber sido ideado para que España sea un barbecho corrupto y dividido. La única posibilidad ante este muro del sistema para que haya una opción patriótica en la presidencia (que anteponga los intereses de la nación a los de sus enemigos) pasa por el hundimiento o desaparición de uno de los dos partidos del sistema, preferiblemente el PSOE, y la implantación del mínimo del 5% de representación. Para empezar.

No tienen de todo la culpa los enemigos declarados de España para que no seamos una nación consciente de su potencial capaz de tomar decisiones por el bien común de los españoles. Aquí es donde entraría la segunda agrupación de motivos, menos formales, más de carácter, o falta de él. La supuesta oposición, ¿a qué? El Partido Popular ha desvelado que tiene como fin existencial mantener un régimen político del que viven sus dirigentes por encima de los intereses nacionales, como podemos ver en su defensa radical de la Agenda 2030, las autonomías, el bipartidismo y la existencia de los nacionalismos regionales de los que forma parte Feijoo y el que aspira a sucederle, el seguidor del musulmán Blas Infante, Juanma Moreno. Por eso prefiere entenderse con el PSOE y Junts que con Abascal, porque la derecha díscola es una amenaza o debiera serlo para los que han traído a las naciones de Europa a su peor crisis. 

Esa veneración absoluta por las instituciones hasta considerarlas sagradas en nuestra sociedad sin Dios, impide que se normalice toda denuncia de un sistema que nos ha declarado la guerra

Hay algo más, un líquido amniótico de estupidez que inunda la derecha social desde el centro y es curiosamente una herencia del tardofranquismo “no meterse en política”, “tú al negocio, a lo tuyo, el resto lo que diga la ley”. Ocuparse de los asuntos políticos y formarse en ellos es propio de personas civilizadas, entender el mundo que nos rodea nos distingue de los animales que producen y consumen. Y esa veneración absoluta por las instituciones hasta considerarlas sagradas en nuestra sociedad sin Dios, impide que se normalice toda denuncia de un sistema que nos ha declarado la guerra, que no pase nada si dicta por ley expropiar y arrancar olivos españoles centenarios mientras que destinan nuestros impuestos a subvencionar a Marruecos para que los plante.

Vox no puede apostarlo todo a la inmigración ilegal, ni limitarse a esperar. España no tiene tiempo.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli