Susana Griso, en su programa “Espejo Público” de las mañanas de Antena 3tv, entrevistaba a Alfonso Guerra y le preguntaba respecto a los gastos de Defensa y, en particular, por la bronca que su incremento comprometido, en orden a cumplir las exigencias de la OTAN, había suscitado en el seno del Gobierno. En su respuesta, quien fuera durante años número dos del PSOE que se reinventó en Suresnes y vicepresidente de Felipe González, tildaba de tancredismo el comportamiento de Pedro Sánchez por anteponer la permanencia en el Gobierno a cualquier reflejo de decencia. Quienes han vivido en zona nacional el apagón del lunes 28 sostienen que con mayor merecimiento hubiera podido calificarse de tancredista su actitud cuando la electricidad nos abandonó para dejarnos a oscuras.
Aceptemos que quién ha descrito de manera más certera se ha ocupado de Don Tancredo ha sido José Bergamín en su libro Obra taurina, editado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, donde explica como la paradoja de Don Tancredo fue la de no morirse de miedo para poder vivir de esa valorización misma de su miedo, de ese miedo revalorizado. Bergamín añade que Don Tancredo tenía la particularidad, tan española en el sentido humano más aristocrático, o más griego, de ganar su vida ociosamente; de querer ganarse la vida sin hacer nada; es decir, sin hacer nada ajeno al sentido ocioso, gratuito, de la vida: al don prístino de vivir. Para nuestro autor, Don Tancredo encontró el valor por el camino más corto: por el del miedo.
El torero se enfrenta, pues, con un comportamiento por lo menos discorde, si no adverso
Pero llegados aquí nos interrumpe Rafael Sánchez Ferlosio para decirnos que es necesario esclarecer cómo se compadece el hecho de que a los toros se vaya siempre a que pase algo -y por ende algo, de algún modo nuevo- con el hecho de que también aquí, como en el circo, haya una ejecución supeditada a cánones, un “como se debe”. El torero se enfrenta, pues, con un comportamiento por lo menos discorde, si no adverso; porque antagonista sería mucho decir, pues para el antagonismo parece que se exige una mutua comprensión de motivos e intenciones y mientras las intenciones inmediatas del toro son patentes, sus motivos son impenetrables. Y sabemos que el toro no comparte, en modo alguno el contenido del torero, en cuanto tal, de donde se deriva el que las reglas de juego de la tauromaquia hayan de ser forzosamente unilaterales.
En todo caso, en la tauromaquia no hay, propiamente hablando, ningún qué que fundamente un principio de eficacia como último criterio de valor; aquí todo el sentido reside en las figuras, en el cómo, y por eso, tal vez, por carecer de un qué, de un contenido desinente, el qué cobra existencia como resultado y como tal perdura para siempre; del cómo, en cambio, no cabe hacer tesoro, según señala Ferlosio. El cómo reclama ser visto para tomar su modo de existencia. Es lo que permite en la tauromaquia una distinción más o menos lábil entre lances de arte -o de faena- y lances de servicio -o de lidia-, como los llamados pases de castigo, tal que la destitución en caliente de Pallete de su condición de presidente de Telefónica. Continuará.