Historia

Chomsky contra el imperialismo de Estados Unidos: los dictadores son válidos cuando sirven al 'interés nacional'

El filósofo argumenta en 'El mito del idealismo americano' (Ariel) que la política exterior estadounidense es un riesgo para todo el mundo

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De la mano de Trump, el imperialismo estadounidense se ha desenmascarado sin disimulos. A golpe de amenazas ha reclamado controlar Groenlandia, el canal de Panamá o un contrato ventajoso por las tierras raras ucranianas. No había pasado ni 24 horas en el cargo y ya amenazaba la soberanía de varios países con una única justificación: el interés estadounidense. El filósofo estadounidense Noam Chomsky lleva décadas denunciando la hipocresía de la política exterior de la principal potencia del mundo. Ahora se publica en castellano su último libro El mito del idealismo americano (Ariel), en el que afirma que la política estadounidense pone en peligro al mundo. “El principio general que se sigue en todo momento es que los violadores de los derechos humanos son aceptables cuando sirven al 'interés nacional' de Estados Unidos, y no cuando no lo hacen”. 

“En una encuesta realizada entre personas de todo el mundo sobre qué países suponían una mayor amenaza para la paz y la democracia global, estas clasificaron a Estados Unidos por delante de Rusia o China. Gran parte de lo que se documenta en este libro lleva mucho tiempo siendo tan obvio para quienes han sufrido las agresiones de Estados Unidos que no pueden sino reírse cuando oyen a los presidentes norteamericanos hablar del compromiso del país con los valores humanos”, señala el prestigioso intelectual que firma la obra junto al periodista Nathan J. Robinson. 

Chomsky, convaleciente de un ictus desde el 2023, publicó el año pasado su último libro, traducido ahora al castellano en el que repasa las sombras de la intervención estadounidense. Los autores sostienen que el caso americano no es una excepción entre los imperios que han regido el mundo a lo largo de la historia. Su particularidad es el gran superpoder que ostenta, “cautivada por una mitología falsa”. “Cuando un país con tanto poder se desvía de las normas morales, las consecuencias son mucho más graves que si lo hace una nación más débil”.

El intelectual Noam Chomsky

Noam Chomsky.

Esos “desvíos” son retratados por los autores en todas las intervenciones estadounidenses que, si bien en ocasiones derrocaron a tiranos, en otras tantas, participaron en el boicot de regímenes democráticos y el ascenso de dictadores. Solo hace falta echar un vistazo a la historia reciente de Sudamérica para comprobar que dicho idealismo democratico no es más que mera retórica, con el ejemplo de Allende-Pinochet como paradigma: “Washington se ha opuesto sistemáticamente a la democracia cuando no puede controlar sus resultados y solo ha aceptado reformas sociales cuando estas han ido orientadas a suprimir los derechos de Ios trabajadores y a preservar un clima beneficioso para la inversión extranjera. Tal como lo plantea Thomas Carothers, que durante los años de Reagan trabajó en el Departamento de Estado en proyectos de ‘democratización’, Estados Unidos ‘deseaba únicamente formas limitadas de transformación democrática, dirigidas desde arriba y que no entrañaran el peligro de alterar las estructuras tradicionales de poder con las que Estados Unidos se ha aliado desde siempre’”. 

Junto al uso de la fuerza militar, los autores destacan la interferencia en elecciones como una práctica constante para : “Entre 1948 y principios de la década de 1970, la CIA financió con más de 65 millones de dólares a partidos políticos que contaban con el beneplácito de Estados Unidos y sus aliados [..]. De hecho, entre 1946 y 2000, Estados Unidos llevó a cabo por todo el mundo más de ochenta operaciones para intervenir en procesos electorales.”

Según los autores, la violencia de Estados Unidos se camufla detrás de una mitología autocomplaciente de ideales puros que se tambalean ante cualquier libro de historia. En aras de expandir los derechos humanos o la democracia, Washington ha llevado la guerra a todos los continentes. Pero siendo honestos, ningún idealismo sobrevive en el ministerio de asuntos exteriores. Si una petrodictadura que azota a homosexuales y castiga a mujeres por infidelidad encarga la construcción de varios barcos que garantizan empleo durante cinco años en una ciudad, no habrá un solo dirigente, por muy feminista y humanitario que se proclame, que rechace el contrato con el sátrapa de turno.

Con un poco de perspectiva, sonroja contemplar los lamentos por la falta de libertad de las mujeres iraníes, mientras se organizan partidos de fútbol y se recibe con la alfombra roja a mandatarios saudíes. Tal vez ha llegado el momento de asumir, con madurez, que ningún país interviene en el mundo sin interés propio.

 

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