Opinión

El expresidente Sánchez

Sánchez, sí, se vendrá arriba cuando se quite el peso del cargo, y en esto seguirá la estela de Rodríguez Zapatero

  • Sánchez, este pasado miércoles en el Congreso -

La primera vez que tuve noción de Pedro Sánchez fue cuando se presentó en el periódico en el que por entonces trabajaba para pedir árnica a su director en el duelo que se traía con Eduardo Madina por el liderazgo del PSOE. Imposible olvidar el curioso orden de prioridades que ya empleaba respecto a la evolución de su futura trayectoria política, ayuno de cualquier lógica: sin rubor, llegó a manifestar ante todo quisque su convencimiento de que ser presidente del Gobierno debía de ser algo bueno, pero nada comparado con ser expresidente.

El presidente lleva trabajando en su expresidencia desde el 1 de junio de 2018, cuando salió victorioso de una moción de censura que supuso la primera derrota de nuestro sistema de representación política. Pero es obvio que mucho antes ya apuntaba maneras: más que de caudillo, de excaudillo

Años después, hará tres o cuatro, su exjefe de gabinete, entonces presidente de Correos y amigo de la infancia del jefe del Ejecutivo, me aseguró con ojos arrobados que, cuando tenía 15 o 16 años, ya expresaba, como si de un designio divino transmitido por la cierva de Sertorio se tratara, que "algún día sería presidente".

-¿Del Estudiantes?, le pregunté. -No, no: del Gobierno, aclaró.

Sánchez ha subvertido el orden institucional desde que viene gobernando con el único objetivo de asegurarse un retiro impune en el que dar la turra cuando ya no tenga que guardar las formas, si es que puede decirse que hoy las observa. Será como ahora, pero mucho más desahogado. Su desinhibición le llevará a asomarse a todo foro público que raye a su altura para terciar en cualquier debate mientras barema su propio peso en la historia sin dejar de reivindicar su dudoso legado.

Sánchez ha subvertido el orden institucional desde que viene gobernando con el único objetivo de asegurarse un retiro impune en el que dar la turra cuando ya no tenga que guardar las formas, si es que puede decirse que hoy las observa

Como, a este paso, se habrá construido un país a su medida tras ajustar -y retorcer- sus costuras para él y la claque ágrafa que lo jalea, hará y dirá lo que quiera, por ejemplo en libros que irá escribiendo (o le escribirán) a razón de uno al semestre con destino a ser presentados en el Ateneo de Madrid por cortesía de su presidente, Luis Arroyo.  

En estos eventos, por la irresponsabilidad que confiere la ignorancia, Óscar Puente, que estará más suelto todavía, seguirá defendiendo sin empacho la imposibilidad de garantizar la seguridad de toda la red ferroviaria española. Pero entonces sus palabras serán inocuas, porque él tampoco será ya ministro, si bien puede que crea que lo continúa siendo.  

Sánchez, sí, se vendrá arriba cuando se quite el peso del cargo, y en esto seguirá la estela de Rodríguez Zapatero, capaz de limar discrepancias en una junta vecinal enfrentada por una derrama como de azotar las conciencias de todos los oligarcas internacionales, salvo la de Xi Jinping. Y la de Maduro.

La del expresidente Sánchez, puede que todos ya estemos muertos y enterrados, será una España distópica de la que el apagón o el caos de los trenes solo suponen ensayos parciales. Y en ella, naturalmente, nunca se descartará la hipótesis del ataque cibernético para explicar el apocalipsis. 

 

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