En 1569, el panorama en Europa era propicio para la preponderancia de la Monarquía Hispánica. Por un lado, Francia, su máximo rival, estaba inmerso en unas luchas fratricidas por motivos religiosos entre hugonotes y católicos; por el otro, Inglaterra, con diez años de Isabel I en el trono, comenzaba a mostrarse más partidaria del anglicanismo con el deseo de empezar a ganar un nombre propio en el continente. Ese descontento de los seguidores fieles al papado en aquellas tierras propició que buscaran refugio y apoyo en los territorios gobernados por el brazo armado de la Iglesia católica, representado por el rey Felipe II. Conocedor de esta situación, el papa Pío V, pidió al monarca español una empresa contra Inglaterra para devolver la senda del catolicismo al trono inglés.
Desde el periplo de los Reyes Católicos, los papas comprendieron de la importancia de apoyarse en la dinastía gobernante en la Península para proteger la religión católica. El miedo a la expansión de las nuevas doctrinas de Martín Lutero y de Juan Calvino -abiertamente en contra de la autoridad papal- impulsaron esta cooperación por los intereses comunes. Esta alianza estratégica es visible en momentos históricos claves como la culminación de la Reconquista (1492), la guerra de la Liga de Esmalcalda (1546-1547), o la batalla decisiva de Lepanto (1571).
Sin embargo, la historia ha tendido a resaltar los momentos en los que esta colaboración se llevó a cabo, ignorando aquellos episodios en los que desde el Vaticano se intentó involucrar a los Habsburgo en operaciones militares, que, por puro pragmatismo político, fueron rechazadas. Por ejemplo, el papa Clemente VII pidió a Carlos V que invadiera las islas británicas tras recibir la petición de anulación de Enrique VIII de su matrimonio con Catalina de Aragón con el fin de casarse con Ana Bolena. El emperador desestimó la propuesta.
Otro caso sucedió cuando el papa Pío V se enteró del viaje del duque de Alba a los Países Bajos españoles para pacificar el territorio, de tal forma que, aprovechando el momento, sugirió invadir la ciudad de Ginebra donde el calvinismo amenazaba la estabilidad del centro de Europa. La corte de Felipe II decidió no emprender tal propósito, ya que podría desviar al general español de su principal objetivo, que no era otro que restaurar las ideas promulgadas en el concilio de Trento (1545-1563) en las 17 provincias católicas.
Felipe II en un retrato de Sofonisba Anguissola, 1565.
La nueva propuesta de 1569-1570
Los Países Bajos españoles volvieron a la estabilidad tras la furia iconoclasta contra las iglesias gracias a la destreza militar y diplomática del duque de Alba, convertido en el nuevo gobernador de la zona. En medio de esta aparente calma, el papa Pío V volvió a insistir para que la Monarquía Hispánica concentrara sus recursos con el objetivo de invadir Inglaterra. En aquellos lares, la reina católica escocesa María Estuardo había sido apresada por la monarca anglicana Isabel I. Este suceso conmocionó a la corte hispánica hasta tal punto de que Felipe II mandó a su general consolar “a aquella pobre princesa”.
Desde la captura de la esperanza católica de las islas británicas, los emisarios escoceses viajaron a Bruselas para convencer a Alba de comenzar una campaña contra la conocida como “Reina virgen”, para instaurar en el trono a la dinastía de los Estuardo. La presión que recibió el duque en aquellos meses se incrementó con la correspondencia enviada por los embajadores en Roma, quienes transmitían los deseos del Pontificado de poner en marcha los preparativos para acometer dicha empresa.
Ante esta situación, Fernando Álvarez de Toledo sacó a relucir sus dotes de diplomático exponiendo a las embajadas de Madrid como a las de Roma su visión sobre esta propuesta. Señaló que, sería necesario levantar tres armadas: “La misma hora que S.M. -Su Majestad- pensase emprender lo de Inglaterra le era forzado hacer tres armadas, la una para invadir aquel reino, las otras dos para defenderse del rey de Francia”. El duque de Alba, conocedor de primera mano de la situación geopolítica del continente, explicó que, de llevarse a cabo esta operación en solitario, los ses -de los que no se fiaba- podrían atacar los dominios hispánicos del centro de Europa para desestabilizar su hegemonía, mientras que, los protestantes alemanes, bajo el mando de un exiliado Guillermo de Orange, tratarían de aprovechar la situación con el fin de invadir los territorios neerlandeses y flamencos.
A la insistencia de estos católicos escoceses, que buscaban practicar su fe libremente sin persecuciones, se sumaron también los irlandeses y los ingleses de la zona septentrional de la isla. El duque de Alba no dudó de calificar a estos de “bonísima gente”, pero fue consciente de que un ataque como este podría dejar indefenso los territorios que gobernaba. Finalmente, logró convencer a su rey Felipe II de apoyarlos económicamente de forma secreta, para no levantar las iras de Isabel I, pero descartó una operación naval directa contra el territorio anglófono.
Durante estos meses, el duque de Alba fue odiado por la reina inglesa, la cual le espetó que estos temas los quería tratar directamente con su soberano, al cual “amaba tan tiernamente”. Realmente, este militar descartó la operación no por el poderío de Inglaterra, sino por las ayudas externas que pudiera recibir. Debido a estos motivos, la reina María Estuardo permaneció encarcelada sin expectativas de una liberación durante 16 años, hasta que, envuelta en una conspiración contra Isabel I, fue decapitada en 1587.
Finalmente, un año después de la ejecución de esta reina que impactó a la Cristiandad en Europa, la empresa contra Inglaterra en colaboración con la Santa Sede se llevó a cabo con un resultado negativo para las tropas de Felipe II. La mal conocida como “Armada Invencible” fracasó en su intento de tomar tierras británicas, debido a los temporales –“a los elementos”, según el rey español- que destrozaron las naves hispánicas. En 1588, Isabel I había logrado fortificar sus puertos y plantear una defensa más férrea que 19 años antes, cuando el papa pidió a Felipe II invadir Inglaterra. La pregunta que se plantea es la siguiente: De haber seguido las intenciones de Roma en 1569, ¿la Monarquía Hispánica hubiera obtenido un resultado más positivo en la operación contra las islas británicas?