Con mantas amarillas bajo el brazo y ojeras gruesas en la cara, una familia de cuatro personas camina por las inmediaciones de la estación de Atocha. Los dos chicos, desgarbados, ya ganan en altura a sus padres, pero es evidente que aún no llegan a la mayoría de edad. Es primera hora de la mañana y la luz directa resalta sus evidentes gestos de cansancio. Se podría decir de ellos que son una familia nómada. Nómada a la fuerza, sin destino definido y lastrada por el caos del apagón eléctrico.
Tenían previsto viajar ayer, a mediodía, desde Madrid hasta Cádiz. Nada hacía imaginar la odisea que estaban a punto de afrontar. Cuando llevaban cerca de 40 minutos en ruta, su tren se quedó tirado en la provincia de Toledo, “en un lugar donde no había nada”. Pronto se les notificó que había “una avería, una emergencia”, pero apenas había información oficial. Móviles bloqueados, puertas bloqueadas, gente en colapso. Y la crisis se disparaba a medida que pasaban las horas.
“Muchos abrían las puertas y se iban, nadie sabe dónde”, detalla el más pequeño de esta familia, con claro acento gaditano y desesperado. El país estaba sumido en el caos y ellos sufrían las consecuencias directas de un apagón histórico. Algunas personas eran evacuadas, los casos más críticos pero ellos tuvieron que esperar largas horas hasta encontrar un nuevo destino. Cayó la noche y seguían en el tren. Hasta que por fin regresó la energía y el trastabillado tráfico rodado devolvía los vagones a las estaciones principales.
A ellos les tocó volver a Atocha. Llegaron a las tres de la mañana. Les acomodaron en una sala abarrotada, de escasas instalaciones. “La Guardia civil repartió agua y algunos bocadillos”. Las mantas amarillo ocre bajo el brazo evidencian que la Unidad Militar de Emergencias -la crisis propició un nuevo despliegue militar en escenario civil- también asistió a los pasajeros atrapados.
Durante la noche buscaron alternativas para regresar a Cádiz. Con sus teléfonos móviles reservaron un coche de alquiler en la estación de Chamartín. Al llegar allí a primera hora la empresa les comunicaba la noticia: “No quedaban coches”. Y así, manta bajo el brazo, ojeras gruesas en la cara, volvieron a Atocha para buscar algún medio con el que poder viajar y escapar del apagón eléctrico.
"Nos echaron"
Las calles subterráneas de la estación de Atocha son una distopía en las primeras horas de este martes. Los s se debaten entre la ansiedad, el enfado o el agotamiento, pero los más se entregan a la resignación. Una empleada de Renfe grita a viva voz los destinos de los trenes que van a salir, rodeada de una multitud. En el suelo, apoyada en las paredes, la gente aguarda su turno, sin tener certezas sobre su futuro inmediato.
“Mi tren salía ayer pasado el mediodía, pero al llegar ya nos encontramos con que la gente salía y que estaban evacuando la estación”, detalla una mujer, que se había desplazado desde Orihuela para participar, el domingo, en una carrera popular que había en Madrid. Tras pasar unas horas de turismo, quería volver el lunes a su lugar de residencia. Imposible hacerlo.
Su historia inicial es la de todos los españoles en la Península: sin móvil y sin conexión a internet, esperaba recibir noticias de algún modo, pero no había más que incertidumbre a su alrededor. “Íbamos juntándonos en la puerta, pero nos echaron de ahí y nos quedamos en la calle”. Hasta que pasadas las tres les permitieron de nuevo el .
Esta mujer logró hablar con una operaria, que les comunicó la cancelación de los trayectos ferroviarios sin un horizonte definido. “O sea, que me tengo que buscar la vida o dormid en la calle”, le espetó la viajera. “Sí, me temo que sí”, le trasladó la operaria.
En su situación, era difícil no hacer piña con otros afectados. Además de información, les faltaba lo más básico. “Sólo había un aseo para todos y estaba en un estado lamentable”, lamenta. Tampoco encontraron facilidades para acceder a los aseos de bares y restaurantes. Ella, junto a otras dos personas, encontraron las puertas abiertas en una farmacia cercana.
A las 19.30 se les comunicó que Atocha abriría sus puertas para pasar la noche. A las 21.30, les permitieron acceder en grupos pequeños, hasta ir saturando la sala habilitada. La UME repartió mantas; la Cruz Roja, agua y galletas. “Había niños muy pequeños, gente mayor… las pocas sillas que había las reservábamos para ellos”.
Largas horas hasta que llegó la mañana, pero con ella no llegaron las respuestas. Esta mujer aún no sabía cómo regresar a Orihuela ni cuánto tiempo le quedaba en Atocha. Y así aguardaba en el pasillo subterráneo de Atocha, recostada en la manta de la UME, a la espera de alguna certeza tras tantas horas de incertidumbre.
"Seríamos 1.500 personas"
“El suelo está muy frío y muy duro”, resumen otros tres hombres, con edades comprendidas entre los 25 y los 40 años. Aún no pierden la sonrisa, aunque se les atropellan las calamidades cuando tratan de explicar sus últimas 24 horas. Ellos viajaban por trabajo de Barcelona a Madrid, cuando pasadas las doce de la mañana su tren se quedó parado entre Zaragoza y Calatayud. Justo a la altura de otro tren. Alineados, uno junto a otro, el desconcierto les envolvía. “Seríamos… unas 1.500 personas entre unos y otros”, aseguran.
Hablan de personas andando por las vías, de la llegada de la Guardia Civil, de reparto de agua “pero nada de comida”; de niños nerviosos y de un lento discurrir del tiempo. Ya de noche se restituyó el servicio. Y a las 2.30 llegaron a Atocha. “Estaba a reventar de gente”. Ellos prefirieron estirar piernas y buscar algo que llevarse a la boca. “Llegamos a un autoservicio para comprar algo”. A primera hora de la mañana aún buscaban algún coche con el que regresar a Barcelona.
Una noche a oscuras; a oscuras de luz y a oscuras de información, en la que Atocha se convirtió en un escenario distópico, casi bélico. La estación aún seguía a primera hora atestada de s con mantas en los hombros, otros aún dormidos en las esquinas, mientras los militares de la UME garantizaban la seguridad, junto a la Policía Nacional, en las galerías subterráneas de Atocha, una de las ‘zonas cero’ de la crisis sin precedentes.