Hubo un tiempo en que a Canarias se la miraba como un confín. Hoy, empieza a verse como un punto de partida. Pero lo cierto es que, desde hace siglos, estas islas han sido un campo de pruebas natural para soluciones ingeniosas, nacidas no tanto del lujo del laboratorio como de la urgencia de la vida. En cada época, desde la era prehispánica hasta el presente, el aislamiento no fue un obstáculo, sino un estímulo para inventar. Esta es la historia, ocasionalmente silenciada, de una tierra que ha sabido transformar la escasez en inventiva. La agenda del Gobierno de Canarias en la promoción de incentivos fiscales de las islas están originando que Canarias sea el punto en el que anclar aplicaciones para ser empleadas en el resto del mundo en aspectos como las energías innovadoras o la economía azul.
Canarias ya no inventa sólo porque lo necesita. Ahora lo hace porque quiere liderar. Hoy hay clústeres tecnológicos, startups con capital europeo, alianzas científicas transnacionales. Pero la raíz es la misma: crear desde una isla para resolver desafíos globales. El talento canario, ese que antes se ocultaba tras muros de piedra seca o barrancos silbados, empieza a tener nombre, cara, y sobre todo: voz.
Pero este ingenio ancestral no es nuevo, ya en su día se tradujo en soluciones como las agrícolas. Y es que tras las devastadoras erupciones del Timanfaya (1730–1736), los campesinos lanzaroteños no huyeron. Inventaron los "zocos" y “taros”, estructuras circulares de piedra que protegían cada vid del viento y maximizan todavía hoy el rocío en un suelo volcánico sin agua. Fue una viticultura radicalmente adaptada al desierto, reconocida hoy por enólogos e ingenieros agrónomos como una obra maestra de ingeniería popular. A falta de agua y suelo fértil, crearon una viticultura resiliente que aún sobrevive. Un modelo de agroingeniería empírica en clima extremo.
Agricultores de La Palma usaron túneles volcánicos (jameos) para canalizar agua desde nacientes de montaña hasta bancales secos. Sin planos ni ingenieros, pero con precisión geológica. El geólogo Vicente Araña, del CSIC, lo documentó como una singular forma de infraestructura hídrica subterránea en entornos volcánicos. En paralelo, pescadores del sur de Tenerife desarrollaban barcas y sistemas de fondeo únicos para resistir los embates del Atlántico sin a astilleros formales. A menudo, estos saberes técnicos no fueron reconocidos como “invención”, pero sustentaron la vida.
Con la creación del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y la Ley de Protección del Cielo (1988), el archipiélago dio un salto. Los telescopios del Teide y del Roque de los Muchachos se convirtieron en centros mundiales de observación, pero también de innovación instrumental: sensores de óptica adaptativa, espejos segmentados, algoritmos para corregir turbulencias atmosféricas. En 2009, se inauguró el Gran Telescopio Canarias (GTC), el mayor del mundo en el espectro visible. Parte de su tecnología —como el sistema FOCES de espectroscopía— se desarrolló en las islas en colaboración con la Universidad de La Laguna, marcando un hito en I+D canario con impacto global.
En las últimas dos décadas, las islas han seguido inventando, pero ahora con lenguajes nuevos: el del dato, la sostenibilidad, la biotecnología. El Instituto Tecnológico de Canarias (ITC), con sede en Pozo Izquierdo, ha desarrollado desde 2005 unidades de desalación solar autónoma, utilizadas en África y América Latina. Su principio es sencillo: agua de mar, sol, y una comunidad sin red eléctrica. Su impacto, profundo.
En paralelo, desde 2010, el archipiélago ha sido punta de lanza en biotecnología marina. La empresa Macrocarbon, nacida en Gran Canaria, cultiva macroalgas para sustituir derivados del petróleo en la industria química. Su propuesta: capturar CO₂, regenerar el océano, y crear una industria con “emisiones negativas”. Una idea testada en PLOCAN, validada científicamente y ya en fase de escalado. También empresas como Apsu, desde Fuerteventura, han inventado reactores que limpian el aire y extraen CO₂, con mínima demanda energética. O Effiwaste, que crea plataformas para reducir el desperdicio alimentario mediante análisis de datos, en la hostelería.
El trapiche canario: la máquina que endulzó el Atlántico
En pleno siglo XV, cuando las Islas Canarias se convirtieron en laboratorio de la Corona de Castilla, un ingenio mecánico comenzó a cambiar la economía y el paisaje del archipiélago: el trapiche. No era una mera prensa; era una revolución en miniatura. Los primeros trapiches de madera llegaron con los conquistadores, inspirados en modelos portugueses y mediterráneos, pero en Canarias evolucionaron gracias a la combinación de saberes locales, fuerza animal y luego hidráulica. Se trataba de un molino de rodillos que exprimía la caña para extraer su jugo, precursor del azúcar sólido y, más tarde, del ron.
Un trapiche, invento surgido en Canarias en el Siglo XV en Venezuela y con el que se refinaba azúcar, de la que salía ron
Jorge Onrubia, profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, señala que de una sociedad aborigen que combatía de forma decidida a los europeos, ha remarcado, en Gran Canaria se pasó en pocos años a otra que firmó la paz con los Reyes Católicos y colaboró a la conquista del resto de islas y, seguidamente, a un contexto de mestizaje en el que los aborígenes que se seguían reconociéndose como tales fueron poco a poco reclamando su condición de castellanos auténticos. "Es muy probable que en las cercanías de Gáldar existiera algún trapiche, algún ingenio movido por caballerías, porque todos estos materiales suelen aflorar en esos contextos. Ese ingenio no ha aparecido, que sepamos", ha señalado el codirector de los trabajos.
Las fuentes históricas, como las Relaciones de Indias o los estudios de Antonio Rumeu de Armas, documentan su proliferación en Tenerife, La Palma y Gran Canaria desde finales del siglo XV. A mediados del XVI, más de 30 ingenios operaban en las islas. Fue en Canarias donde se perfeccionaron variantes que luego serían exportadas al Caribe y Brasil. Los modelos canarios solían tener estructura vertical, con transmisión por eje y engranajes de madera, y estaban integrados con calderas, tajos de cristalización y casas de purga. En lugares como Agaete, Los Realejos o Tazacorte, aún hoy pueden visitarse restos o museos donde se reconstruyen estas máquinas, testigos del primer ciclo industrial de Canarias. El Museo de La Zafra en Vecindario (Gran Canaria) conserva uno restaurado. Más que un ingenio mecánico, el trapiche fue una metáfora del tiempo: introdujo en las islas una lógica de transformación industrial que anticiparía siglos después las desaladoras, los telescopios o los biorreactores.
Parte de esos restos plantean una pregunta “muy interesante” para los investigadores, según ha reconocido Onrubia: ¿Cuál fue la relación de la sociedad aborigen con los primeros momentos de la industria del azúcar que trajeron los castellanos y que, rápidamente, se convirtió en el motor económico de la isla? La caña de azúcar no estaba presente en Canarias cuando llegaron los europeos, sino que fue un cultivo importado por los conquistadores castellanos, que la trajeron de Madeira.
Onrubia, codirector de las excavaciones de Cueva Pintada en Gáldar, ha recordado que hay pruebas documentales y arqueológicas de que los ingenios azucareros emplearon como mano de obra población negra y morisca, pero no hay certeza de que utilizaran como esclavos a los aborígenes canarios. Los arqueólogos se preguntan qué dice entonces la presencia en viviendas aborígenes del siglo XV y principios del XVI de útiles indefectiblemente ligados al entonces llamado “oro blanco”, como el machete o los moldes de cristalizar azúcar. ¿Trabajaban antiguos canarios en las plantaciones de los colonos y en los ingenios? ¿Tenían los aborígenes también pequeñas producciones de azúcar? La respuesta no está clara, ha explicado Onrubia, porque aunque la datación de esos útiles tenga un estrecho margen, quizás de medio siglo, el mundo de Gran Canaria cambió muy rápido en aquellos años.