La añorada Rita Barberá se sabía muy por encima de sus adversarios políticos en aquella Valencia que parecía sacada de una novela de Rafael Chirbes. Por eso no los respetaba, salvo a uno: José Luis Ábalos, por entonces portavoz municipal del PSOE en el ayuntamiento de la capital del Turia, al que no solo respetaba, sino que temía.
En aquellos años, entre 1999 y 2009, las relaciones del hombre del momento con el PP eran mejores que las que definían su cohabitación con otras camarillas de la compleja familia socialista valenciana, a las que se enfrentaba en una pugna a cara de perro por el control, palmo a palmo, de cada una de las agrupaciones locales de su partido.
La práctica de la menudencia política propia de un superviviente como el valenciano supone la marca distintiva de quien, en expresión propia, ni soñó con alcanzar el "subcampeonato" en la doble categoría: la orgánica (secretario de Organización) y la institucional (ministro del Gobierno de España).
Ábalos es muy mal enemigo, porque identifica el cinismo con una herramienta como cualquier otra mediante la que alcanzar sus objetivos. Y el prioritario, ahora, es que prenda en la opinión general de los españoles la evidencia probada de que Pedro Sánchez siempre fue un líder autoritario, soberbio, displicente y controlador. Un mal gobernante, en definitiva, que orilla el interés general para responder solo al suyo. O al de su señora (Air Europa). Por si no lo intuíamos.
Por eso tilda de "irrelevantes" sus mensajes con el presidente del Gobierno, si acaso poco más que reveladores de la lógica complicidad política entre ambos cuando Sánchez no solo valoraba sus "análisis de situación", sino que le daba unas chapas interminables al teléfono para endosarle las tareas más ingratas y reprocharle luego el exceso de protagonismo que cobraba apagando fuegos en el gabinete.
De los mensajes hasta ahora divulgados pueden inferirse toda clase de conclusiones, pero en algunos de ellos hay algo indisimulable: el ánimo de Sánchez de abrir un "proceso de reencuentro" (sic) con el 'repudiado' Ábalos dirigido a despejar las dudas, hoy todavía ahí, que motivaron el abrupto cese de su lugarteniente
Con la detonación controlada, el hombre del momento se ha sacudido una parte del resentimiento acumulado hacia los propios, incapaces, de acuerdo con su percepción, de desarrollar la más mínima empatía con quien se siente victima de un ejercicio de difamación sobre su vida personal que incluiría investigaciones previas a su proceso de imputación y hasta se retrotraerían a su etapa como ministro.
De los mensajes hasta ahora divulgados pueden inferirse toda clase de conclusiones, pero en algunos de ellos hay algo indisimulable: el ánimo de Sánchez de abrir un "proceso de reencuentro" (sic) con el 'repudiado' Ábalos dirigido a despejar las dudas, hoy todavía ahí, que motivaron el abrupto cese de su lugarteniente.
Es evidente que el PP sigue haciendo una lectura superficial de ellos, agarrado como sigue al cliché de la farlopa y las orgías en paradores que proyectan los espejos cóncavos y convexos del callejón del Gato mediante la asunción acrítica de una mercancía averiada. Ese es el error: haberse quedado con la versión más 'torrentiana' del exministro sin reparar en que realmente se trata del contable de Al Capone.
anf
15/05/2025 10:51
El PP no tiene que hacer ningún acercamiento a un imputado, por mucha información valiosa que pueda tener
armandolr
15/05/2025 10:53
Hay gente del PP que habla con Ábalos, aunque él diga que no