Opinión

El fascismo es proteger a los pobres de tu país

Los líderes y medios progresistas de Europa renuncian a sus narrativas para sobrevivir

  • Estampa cotidiana en el Raval de Barcelona

Vivimos un momento político fascinante: los líderes prosistema empiezan a reconocer que posiciones que durante años han calificado de "fascistas" son simplemente datos, realidades o "factos", como dicen ahora nuestros jóvenes. El ejemplo más evidente es Keir Starmer, primer ministro del Reino Unido, que hace poco ha descrito la política migratoria de su país como "un experimento fallido" y ha prometido liquidar las fronteras abiertas para "recuperar el control" (lema con el que triunfaron los soberanistas en el referédum del Brexit en verano de 2016). El político que hace dos meses era un campeón woke ahora suena como un émulo de Enoch Powell y Blas Piñar, puntales del patriotismo plebeyo de finales del siglo XX. ¿Cómo se ha obrado este milagro exprés? Por el arrase en las últimas municipales de Reform, partido soberanista que ha 'sorado' a los tories, liquidando el bipartidismo más correoso de Europa.

Parece que España es ajena a estos procesos, pero ya vemos señales de que va a dejar de serlo. Una de ellas es que varios medios de comunicación tradicionales comienzan a difundir noticias como la que dice que el 91% de los detenidos por hurtos en Cataluña son extranjeros, cuando solo representan el 17% de la población de esa comunidad autónoma. En junio de 2024, había 8.505 reclusos en las cárceles catalanas, de los que más de la mitad no eran españoles. Lo que antes era racismo ahora ya son realidades porque las castas políticas, oenegeras y mediáticas se han dado cuenta de que negar los hechos les puede descabalgar de sus posiciones de privilegio. Por supuesto, ni piden perdón ni reconocen a quienes supieron señalar el problema mucho antes sino que cambian de discurso con la misma naturalidad con la que cambiarían de funda de móvil.

La inmigración importa si me afecta

El truco puede comprobarse con total transparencia incluso en el izquierdismo académico. El pasado marzo, la revista catalana El Crític publicaba una entrevista con Sheila González, doctora en Políticas Públicas y Desigualdad en la Universidad de Barcelona, donde señalaba que "no podemos ignorar que la llegada de población vulnerable genera tensiones. Negarlo da pie a los discursos de extrema derecha". Son dos frases, casi un haiku, pero encierran todo el morro del progresismo actual. Lo que está diciendo, seguramente de forma inconsciente, es que se ha podido ignorar durante años que la llegada masiva de inmigrantes baja los sueldos, sube los alquileres y dispara la delincuencia, pero que llega un punto en que hay que afrontarlo porque de lo contrario puede traducirse en ascenso de la extrema derecha y eso pone en peligro las posibilidades electorales de los partidos a los que ella vota, la hegemonía progresista de las universidades donde trabaja y el presupuesto de las oenegés con las que ella o su entorno colaboran. La inmigración importa cuando me afecta a mí. Así de crudo, así de claro.

En Alemania unos 1.600 millones de euros fueron destinados a ciudadanos afganos, la nacionalidad con la mayor tasa de crímenes violentos

Por supuesto, la extrema derecha de la que Sheila González abomina lleva décadas advirtiendo de lo que ella acaba de descubrir. Los presuntos fascistas fueron los más preocupados por el efecto del desarraigo multicultural en los barrios populares de las ciudades europeas. El problema es que ningún progresista va a reconocer que llevan años ignorando el problema porque se beneficiaban de él, gestionando los millones que el Estado destina a integración de inmigrantes. Hablamos de grandes persupuestos, como expuso de manera rotunda hace unos días Alice Weidel, líder de Alternativa por Alemania: "El seguro mínimo de desempleo, que hace tiempo mutó en 'dinero para inmigrantes', se tragó en 2024 cerca de 47.000 millones de euros. Casi uno de cada dos beneficiarios es extranjero (los extranjeros nacionalizados están excluidos de esta estadística). Cerca de 4.000 millones de euros, el equivalente a casi la totalidad del presupuesto de la policía federal alemana, fueron destinados solo a ciudadanos sirios. Unos 1.600 millones de euros, el equivalente al presupuesto para la construcción de viviendas sociales, fueron destinados a ciudadanos afganos, la nacionalidad con la mayor tasa de crímenes violentos", explicó ante el nuevo canciller, Friedrich Merz, de la conservadora CDU. 

Weidel acusó a Merz en el Parlamento de ser "demasiado débil para dar un golpe de timón". En efecto, el líder de la nación más poderosa de la UE ya va por debajo de ella en las encuestas y está temblando ante la fragilidad de su posición. Acaba de estrenar el cargo y ya le ha comprado a Weidel la tesis principal de AfD: "Hemos consentido demasiada inmigración descontrolada y posibilitado demasiada inmigración poco cualificada en nuestro mercado laboral y, sobre todo, en nuestros sistemas de seguridad social", sostuvo antes de anunciar un aumento de las deportaciones.  Todo apunta en la misma dirección: lo que durante años denunciaban como fascismo eran solo simples datos, preocuparse por los pobres de tu país treinta o cuarenta años antes que la izquierda. 

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