"Nada más morirse el Generalísimo, el desconcierto fue grande (pausa): no había costumbre". Con estas palabras y silencios pautados iniciaba Julio Cerón al que habíamos traído desde su castillo de Caussade del siglo XIV en el bosque de Lanmary a diez kilómetros de Périgueux, su intervención en la tribuna de la II Lección Conmemorativa Pascual Madoz que, bajo el título Europa le sienta bien a España y España, ¿le sienta bien a Europa?, dictó en Madrid el 3 de diciembre de 1984. El diplomático llevaba casi veinte años en el exilio al que había optado después de cumplir la condena que le impuso un Consejo de Guerra junto a otras penas rias que le eliminaron del escalafón de la Carrera. El Tribunal Militar sancionaba así al fundador del Frente de Liberación Popular, más conocido como el FELIPE, una organización tan minoritaria como influyente, que captó casi todo el talento disperso que había en los círculos universitarios de los años sesenta y que luego se dispersó para ir a recalar a los partidos políticos del arco parlamentario.
Porque del Frente de Liberación Popular (F.L.P.) formaron parte muchos que luego terminaron en la Unión de Centro Democrático (UCD), en el Partido Socialista (PSOE), en el Partido Comunista (PCE) o en otras filas. Entre ellos figuraban Narcís Serra, José Luis Leal, Nicolás Sartorius, José Pedro Pérez Llorca, Joaquín Leguina, José Ramón Recalde, Fernando Sánchez Dragó, Ignacio Fernández de Castro, Pascual Maragall, Manolo Vázquez Montalbán, Miquel Roca, Paíto Díez del Corral, César Alonso de los Ríos, Ernesto García Camarero, Juan Anlló, Enrique Ruano Casanova, Ignacio Quintana, José Oneto, Juan Tomás de Salaso su hermana Elena. Unos fueron ministros, otros presidentes de grandes instituciones o compañías, todos ellos eran de primer nivel y guardaban gran consideración al FELIPE y a su líder Julio Cerón Ayuso.
Aquel desconcierto grande de cuando murió Franco traía causa de la falta de costumbre. Porque de la muerte de Franco nunca se hablaba. Había todo un arte del eufemismo, que buscaba expresiones como la de “cuando se cumplan las previsiones sucesorias” o cuando suceda “el hecho biológico”. De modo que con el paso de los años se había ido instalado la convicción de la inmortalidad de Franco. Y, cada vez, que esa convicción flaqueaba y se expandían los rumores de que el general se proponía dar paso al Príncipe, a quien él mismo había designado su sucesor a título de Rey, sonaba atronador el desmentido más rotundo, que el propio generalísimo lanzaba aprovechando alguna comparecencia pública, convocada en su residencia de El Pardo o en alguna tribuna solemne.
Pero ni siquiera Franco confiaba en las instituciones que había creado".
Los avalistas de la retirada quedaban desautorizados cuando se escuchaban expresiones como aquella de “quien recibe el honor y acepta el peso del caudillaje no puede darse al relevo ni al descanso” o la de “mientras Dios me dé vida estaré con vosotros” que equivalían al 'lasciate omnia speranza'. En los últimos años resonaba el “después de Franco, ¿qué?”, al que desde una ortodoxia franquista indudable, como la de Jesús Fueyo se respondía: Después de Franco, las instituciones. Pero ni siquiera Franco confiaba en las instituciones que había creado y cuando la concentración de la hermandad de Alféreces Provisionales en el cerro de Garabitas el 27 de mayo de 1962 se dejó de vaguedades y dijo lo de “todo quedará atado y bien atado, bajo la guardia fiel de nuestro ejército”. El error de pronóstico consistió en el empleo del pronombre posesivo nuestro porque al final en el ejército hubo un cambio de lealtades y abandonaron la lealtad inquebrantable a Franco para transferírsela a la nueva democracia que hacía su presentación en España. Continuará.