Donald Trump se encontró esta semana con Ahmed al-Sharaa, el hombre que depuso a Bashar al-Assad hace sólo unos meses y que se ha adueñado de Siria, un país devastado tras trece años de guerra y que hay que reconstruir prácticamente desde sus cimientos. Sharaa entró en Damasco con buenas palabras y la intención de poner fin al estado de guerra permanente en el que vive Siria desde que, allá por 2011, cuando la primavera árabe se encontraba en su apogeo, se desestabilizó provocando la guerra civil más prolongada en lo que llevamos de siglo. La comunidad internacional le recibió con algo de escepticismo pero le otorgó un voto de confianza. Al-Sharaa tiene un pasado realmente difícil de aceptar (fue yihadista de Al Qaeda durante varios años), pero es el único que ha conseguido poner fin a los combates. De Siria ya se espera tan poco que cualquier cosa vale.
El hecho es que, aunque los europeos le habían dado el plácet, al-Sharaa, conocido hasta diciembre del año pasado por su nombre de guerra Abu Mohamed al-Golani, no había recibido aún el espaldarazo definitivo. Éste siempre consiste en que uno o dos líderes internacionales de primer nivel acepten una reunión y se muestren partidarios de retirar las sanciones que pesen sobre el país. Las sanciones occidentales empezaron a caer sobre Siria poco después de empezar la guerra, cuando el régimen de Bashar al-Assad la tomó con los civiles del bando contrario o, mejor dicho, de los dos bandos contrarios, porque enfrentaba dos rebeliones en diferentes puntos del país.
Ni palabra de instaurar una democracia tal y como piden desde Europa. A cambio le ofrecía levantar las sanciones. Al-Sharaa no se podía creer semejante premio, así que aceptó en el acto e invitó a las empresas estadounidenses a que inviertan en el sector petrolero sirio, que está tan machacado como el resto de su economía
Eso es lo que acaba de suceder. Primero le recibió Emmanuel Macron en París con honores de jefe de Estado, algo que le granjeó aceradas críticas por parte de la derecha identitaria europea, que no puede ver a Macron ya que le consideran el más acabado representante de todo lo que aborrecen. No sabían, obviamente, lo que venía después. Al-Sharaa regresó a Oriente Medio y en Riad le esperaba nada menos que Donald Trump, que accedió a estrecharle la mano de muy buen talante. Trump tiene algo de vendedor de automóviles usados. Cuando quiere puede ser terriblemente encantador, se prodiga en sonrisas y todo parece fácil con él. Le pidió que se uniese a los acuerdos de Abraham, un acuerdo firmado entre los Emiratos Árabes e Israel hace cinco años para normalizar relaciones diplomáticas, que sacase a los terroristas de Siria y que deportase a los combatientes palestinos a Israel. Ni palabra de instaurar una democracia tal y como piden desde Europa. A cambio le ofrecía levantar las sanciones. Al-Sharaa no se podía creer semejante premio, así que aceptó en el acto e invitó a las empresas estadounidenses a que inviertan en el sector petrolero sirio, que está tan machacado como el resto de su economía.
Si Trump cumple su palabra, algo que dependerá del Congreso que fue quien impuso esas sanciones, permitirá a Siria recuperar el pulso y reconstruirse algo más rápido. Facilitará también que los más de seis millones de sirios que se encuentran refugiados en el extranjero puedan paulatinamente regresar a su tierra. Pero antes de eso tendrá que demostrar que Siria ha dejado de ser un Estado que patrocina el terrorismo. Cuesta creer que algo así lo consiga un antiguo miembro de Al Qaeda, pero cosas más difíciles se han visto.
Es posible que Al-Sharaa haya cambiado y su intención sea ahora la de convertirse en presidente de todos los sirios, pero muchos de sus partidarios no son de esa idea. En el camino que les llevó al poder encontramos algunas pistas
Una vez hecho eso tendrá que enfrentarse a los problemas internos de su propio país, que son muchos más de los que seguramente le gustaría. Siria es un crisol étnico en el que conviven desde hace siglos diferentes confesiones religiosas. Los drusos y los alauitas no terminan de ver que esto vaya a funcionar ya que el nuevo Gobierno les hostiga sin pausa. Los cristianos tampoco las tienen todas consigo. Es posible que Al-Sharaa haya cambiado y su intención sea ahora la de convertirse en presidente de todos los sirios, pero muchos de sus partidarios no son de esa idea. En el camino que les llevó al poder encontramos algunas pistas. Durante los años en los que su facción controló la ciudad de Idlib, en el noroeste de Siria, no imperaba precisamente la tolerancia. Si eso mismo lo trasladan a escala nacional la guerra no tardará mucho en reanudarse y ahora el papel de Al-Assad tendrá que interpretarlo él.
Si la economía mejora será todo más fácil, pero es tal el trabajo que tienen por delante que puede pasar cualquier cosa. De Al-Sharaa depende que esto sea un un periodo tranquilo entre dos fases de la guerra o que se acabe de una vez esta pesadilla.
JaimeRuiz
17/05/2025 18:37
¿No es prioritario el reconocimiento de Israel? ¿No es prioritario entenderse de algún modo con el islam suní que profesan más de mil millones de personas? ¿Y no estará el gobernante sirio condicionado por otros regímenes aliados de Estados Unidos, como el saudí? Puede que esos compromisos y las inversiones hagan más para proteger a las minorías que las quejas de los gobiernos europeos, siempre aliados de los ayatolás, siempre enemigos de Israel. La alternativa es el camino del antaño próspero Líbano. Las exigencias de democracia suenan a hipocresía, podrían ganar las elecciones los islamistas, como en Egipto. La vigilancia internacional sobre los derechos humanos pesa más que unas normas desconocidas en esos países.