El 3 de abril de 1559, el condado de Cambrésis presenció la firma del tratado de paz más duradero entre España y Francia. El momento en el que la Monarquía Hispánica consolidó su papel preponderante en Europa, tras las victorias en las batallas de San Quintín (1557) y Gravelinas (1558), en las cuales puso en jaque a su máximo enemigo histórico. El rey francés Enrique II, conocedor de su debilitamiento tanto interno, como externo, claudicará ante Felipe II aceptando unas condiciones muy ventajosas para la rama española de los Habsburgo. Al mismo tiempo, Inglaterra, también presente en las reuniones, logrará un aislamiento glorioso para poder definir su política a seguir en Europa.
En el ámbito moral, dentro de la Cristiandad existía una gran preocupación por el surgimiento de las nuevas doctrinas protestantes. Las guerras civiles comenzaron a amenazar el futuro de los países. España, tras este tratado, se posicionaba como la principal respuesta intelectual del catolicismo, mientras que, Francia, vivirá un periodo inmerso en luchas fratricidas por motivos religiosos, que, en la mayoría de los casos, escondían intereses políticos. El principio de la hegemonía de una de las Coronas contrastaba con el ocaso de su nuevo aliado. En Inglaterra, estas sangrientas contiendas ya se habían dado desde el reinado de Enrique VIII, y cabe recordar, que, al inicio de estas negociaciones, Felipe II era el rey consorte inglés, casado con la reina católica María Tudor, que morirá mientras las conversaciones seguían en marcha.
El comienzo de la hegemonía hispánica
Los hijos de Carlos V y Francisco I se sentaron a frenar la lucha histórica de sus padres. La nueva corte española representada por asesores más jóvenes como Ruy Gómez de Silva, amigó íntimo del rey, abogó por una política más pacifista con el objetivo de huir de los campos de batalla. De esta forma, España consideró oportuno frenar la deriva bélica. Por su parte, Francia renunciaba con este tratado a sus aspiraciones en Italia, que tantos quebraderos de cabeza ocasionaron. El enclave italiano era fundamental para conectar los dominios de la incipiente Monarquía, por lo que esta cláusula fue un éxito. En compensación, los ses recibirán las ciudades de Metz, Toul y Verdún; y adquirirán la ciudad de Calais.
“El objetivo detrás de este tratado para Francia podría haber sido el futuro reclamo del trono de Inglaterra”
Para el historiador Manuel Fernández Álvarez, es “una de las paces más ventajosas firmadas por España”. Aunque, no solo fue para la Monarquía, pues los aliados más firmes defensores de la nueva política hispánica en Europa también se vieron beneficiados con este pacto. Por ejemplo, el entonces leal Guillermo de Nassau fue oficialmente reconocido como dueño del principado de Orange. Otro caso sería el de Manuel Filiberto de Saboya, que recuperaba su ducado ocupado por los ses.
Felipe II no acudió al curso de estas negociaciones y en su lugar mandó a sus principales espadas como el duque de Alba o el cardenal Granvela. Dentro de estos acuerdos también lograron la certeza de que Francia no amenazaría los Países Bajos españoles, que su rey acababa de heredar. Esta tranquilidad permitió al señor natural de las 17 provincias establecer una nueva gobernación bajo el mando de Margarita de Parma y retirarse a España para no volver a pisar el centro de Europa. De esta forma, comenzará la burocratización de la Monarquía desde su despacho en Madrid tratando de dar soluciones a sus extensos dominios.
¿Realmente Francia perdió tanto?
Cabe recordar que Felipe II durante las negociaciones fue rey consorte de Inglaterra, hasta que María Tudor murió en noviembre de 1558. La llegada al trono de Isabel I provocó un cambio en estas negociaciones, en las cuales el rey español virará su política hacia Francia. Este punto es muy llamativo, ya que en París se temía que el rey español se casara con la nueva soberana inglesa, lo que, por cierto, se llegó a intentar. El historiador Manuel Fernández Álvarez recoge que “más de dos meses tardó Felipe II -en comprender- que era Isabel la que no quería casarse con él”.
Ante esta nueva situación y el miedo de Francia a que en un futuro las islas británicas pudieran engrosar los dominios de la Monarquía Hispánica. La casa de los Valois acordó con la de Habsburgo concertar el matrimonio entre Felipe II y la hija de Enrique II, de tan solo once años: Isabel de Valois. El duque de Alba acudirá en su representación a la basílica de Notre-Dame para hacer efectivo este casamiento. De esta forma, los asesores ses lograron frenar un panorama europeo que hubiera sido mucho más sombrío con la unión matrimonial entre el rey español y la reina británica.
La historiografía sa ha interpretado esta paz como un signo de debilitamiento. Esta visión pudo ser magnificada debido a la ridícula muerte del rey Enrique II mientras celebraba una justa en conmemoración de la paz firmada. Este suceso volvió a trastocar todo. El reino galo pasaba al Delfín Francisco II, casado con la escocesa María Estuardo, conocida como la Delfina. El historiador Fernand Braudel apuntó que el objetivo detrás de este tratado para Francia podría haber sido el futuro reclamo del trono de Inglaterra, recientemente heredado por Isabel I. La estrategia pudo haber consistido en unirse con los escoceses para adueñarse de los dominios ingleses.
Cuando murió Enrique II, ambos jóvenes tenían 16 años. La realidad es que este fallecimiento alteró por completo los planes de expansión ses, que volvieron a frustrarse con la muerte del nuevo monarca, tan solo un año después de ser nombrado. Ahora, la gobernanza la asumía la regente Catalina de Médicis hasta que el futuro Carlos IX, de tan solo diez años, alcanzara la mayoría de edad. Este cúmulo de defunciones se tradujo en una inestabilidad política interna, que debilitó el papel de Francia en el mundo.
La corte española del momento observó como un éxito del nuevo reinado de Felipe II este tratado de paz con una Francia, que logró capear el temporal y hacer este tratado menos indigno, que como a priori podría parecer. Si realmente el reino francés se debilitó, no fue simplemente por este tratado, sino por la cadena de muertes que afectaron a los asuntos políticos del país, influenciados por las futuras guerras civiles por “motivos religiosos”. La otra potencia emergente, Inglaterra, logró aislarse de los conflictos europeos, para tejer la dirección hacia su influencia en el mundo. Este tratado de paz fue el más duradero del siglo XVI, permitiendo a los tres firmantes prestar atención a sus intereses, sin preocuparse de los movimientos de sus “nuevos amigos”.