Historia

Cuando la Iglesia se partió en tres papas de tres ciudades distintas

Durante el Cisma de Occidente, acontecido entre los años 1378 y 1417, hubo tres sedes papales: Avignon, Roma y Pisa

  • El antipapa Clemente VII proclamando sus leyes.

La Iglesia es la institución más antigua de la historia de Europa. En sus casi 2.000 años de existencia, ha experimentado diferentes procesos que le han llevado a despertar la atención de numerosos investigadores. Sin duda, uno de los períodos más estudiados de la Santa Sede es el Cisma de Occidente, acontecido entre los años 1378 y 1417, cuando la máxima autoridad eclesiástica se dividió en tres sedes papales: Avignon, Roma y Pisa. En otras palabras, esta fragmentación dentro de la Cristiandad obligó a los feligreses católicos -o, mejor dicho, a los monarcas- a elegir entre tres papas, que simultáneamente, se consideraron la única cabeza legítima del orbe cristiano. 

En un contexto bajomedieval donde los límites del poder de la Iglesia en el Estado comenzaron a entrar en debate, sucedió el Gran Cisma del siglo XIV. En 1309, el papa Clemente V decidió cambiar la sede papal de Roma a la ciudad sa de Avignon. Esta decisión de carácter temporal se acabó tornando en permanente, provocando una división dentro de la curia. El motivo principal fue que el rey francés Felipe IV pedía una mayor libertad para nombrar al alto clero de su reino. Los papas posteriores, Juan XXII y Benedicto XII, decidirán continuar con el legado de su predecesor, que, cercanos a la corona sa, rodearon las altas esferas eclesiásticas de una fuerte influencia gala. Tras un prolongado periplo con los pontífices asentados en Francia, se abrió el debate sobre si debía retornar la institución a Roma, lo que dinamitó las entrañas del papado. 

Este debate alcanzó su punto culmen en el cónclave de 1378, tras la muerte de papa Gregorio XI. Este volvió a trasladar -dos años antes- el epicentro a Roma. El autor del trabajo El Cisma de Occidente (2015) Santiago Montañés, explica que no se había celebrado un cónclave en Italia desde 1303. Los cardenales tuvieron que elegir entre permanecer en Avignon, donde existía una situación de mayor estabilidad interna, o volver a territorio italiano inmerso en disputas territoriales. Así fue como se reunieron 16 cardenales en Roma, para que, bajo el pretexto de la “sede vacante”, el elegido fuera un italiano, con el objetivo de traer de vuelta de forma definitiva la estructura eclesial a sus tierras.

En los cónclaves son necesarios dos tercios de los votos para proclamar un papa. En aquel momento, entre profundas diferencias, se llegó a la conclusión de elegir al italiano Bartolomé Prignano, conocido como Urbano VI (1378-1389). Esta elección no sentó bien a los cardenales ses, que contrariados, optaron por volver a Avignon. Este preludio del Cisma provocó que el abandonado papa Urbano VI se quedara en Roma únicamente con los italianos. Ante esta situación, decidió elevar el colegio cardenalicio a 29 , siendo 20 de ellos de su patria italiana. Estas estrategias papales motivaron al clero francés a nombrar su propio papa, declarando a Clemente VII (1378-1394) como su nueva máxima autoridad espiritual.

Papa Luna

Foto del papa Luna, del documental “600 años sin descanso. El papa Luna”

 

De esta forma, la Cristiandad eligió dos papas al mismo tiempo, con la división visible en las dos distintas sedes. El mundo católico debió elegir entre sendos pontífices: uno más cercano a las causas sas, y el otro, a las italianas. Esta división se extendió durante más tiempo sucediéndose los diferentes elegidos entre las facciones “clementistas” y “urbanistas”. A modo de curiosidad, el elegido tras la muerte de Clemente VII fue el español Pedro Martínez de Luna, conocido como Benedicto XIII (1394-1423). Este fue bien visto por el clero francés en un principio, por lo que el papa Luna -calificado como “antipapa” por la Iglesia oficial- retó al clero italiano a un concilio en Roma para debatir sobre las soluciones a este Cisma. El aragonés, que mantuvo este nombramiento durante casi 30 años, reunió más apoyos políticos que sus adversarios romanos: Bonficacio IX (1389-1404), Inocencio VII (1404-1406) y Gregorio XII (1406-1415).

El cisma bidireccional prosiguió sin solución hasta que, en 1409, apareció una nueva rama liderada desde la ciudad de Pisa para terminar con esta crisis, pero este nuevo actor no fue legitimado por las otras facciones. ¡Por lo que hubo tres papas al mismo tiempo! El concilio pisano catalogó a los otros dos pontífices de “cismáticos, obstinados heréticos y perjuros”, por lo que declararon la “sede vacante” de manera unilateral y proclamaron al papa Alejandro V (1409-1410) como único mando, que será sustituido dentro de esta corriente por Juan XXIII (1410-1415).

Ninguno de los papas logró convencer a todos los reyes del orbe cristiano de apoyar su causa. La crisis en la que se sumió la Iglesia católica llevó a desgajarla en tres obediencias. Esta pérdida de poder de la figura del papa dio margen a los monarcas para reclamar una mayor independencia política respecto de la Iglesia, escuchando las ofertas de los tres papados para apoyar sus designios. El descrédito del mundo católico obligó a buscar una solución urgente.

El 1 de noviembre de 1414 se convocó el concilio de Constanza, en el que se votaría por naciones (Italia, Alemania, Francia, Inglaterra y España) al próximo sumo pontífice. Durante este proceso, dos papas abdicaron, mientras que, únicamente el pontífice español, se negó a renunciar a su puesto. Su negativa cerró toda posibilidad al papa Luna de ser proclamado como único mandatario de la Iglesia. Finalmente, un total de 53 electores se decantaron por Otón Colonna, que eligió el nombre de Martín V, el cuál jamás logró convencer a Benedicto XIII de abdicar, por lo que, hasta su muerte en 1423, no se solucionó el problema abierto cuarenta años antes. 
En los próximos años, la sede papal retornó oficialmente a Roma. De este modo, la institución más antigua de Europa logró superar el Gran Cisma. Las intrigas políticas se entrelazaron con lo espiritual, provocando que desde Avignon y Pisa, los cardenales de cada obediencia cedieran por el bien de la comunidad católica, que volvió a tener un único referente al que seguir como máximo representante de la Iglesia.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli