Entrevista

Cultura

Belén Funes, directora de 'Los tortuga': "El progreso tiene un precio siempre"

La ganadora del Goya a la mejor dirección novel por 'La hija de un ladrón' estrena su segunda película, protagonizada por Antonia Zegers

  • Belén Funes -

En una semana de gloria para el cine español, con la participación en la 78º edición del Festival de Cannes de dos de los nombres más importantes del cine nacional, como son Carla Simón y Oliver Laxe, llega a los cines la nueva película de otra de las figuras relevantes de esta generación brillante y renovadora del cine español: Belén Funes. Cinco años después de lograr el premio Goya a la mejor dirección novel con su ópera prima, La hija de un ladrón, la directora catalana llega a los cines con Los tortuga, otro drama social intimista en el que aborda la emigración, el duelo, las segundas oportunidades, la relación entre madres e hijas o la crisis de la vivienda. 

Las protagonistas de esta película son Delia y Anabel, madre e hija. La primera, una taxista chilena que vive desde hace dos décadas en Barcelona, donde trata de sacar a su familia adelante. La segunda, una joven estudiante de Comunicación Audiovisual. Su vida se complica cuando reciben una carta en la que les comunican que un fondo buitre ha adquirido la casa en la que viven y deben abandonarla. La ciudad se convierte entonces en un lugar agresivo y caótico, en el que los trazos de la identidad se difuminan, y donde es complicado mantenerse a flote. La cineasta ha hablado con Vozpópuli sobre su segundo proyecto, su experiencia durante la crisis, la propia crisis que vive en campo y el lujo de permitirse estar triste en un presente hiperactivo. 

Pregunta: Se habla a veces de una maldición que persigue a las cineastas que logran el Goya a la mejor dirección novel. ¿Lo has percibido? ¿Cuáles han sido las dificultades para sacar adelante este proyecto?

No sé si he tenido que atravesar una maldición. Lo que está claro es que cuando haces algo y fucniona existen esas expectativas con la nueva película. Si piensas un momento, estos pensamientos son ideales para que el arte no surja. No es el camino que nadie quiere seguir, porque en la exploración existe ese factor de que las cosas no salgan bien. Es una cuestión más personal el hecho de pensar que si lo primero salió bien lo segundo también tiene que ser así. Estamos haciendo todo el tiempo el examen de reválida. 

P: Esta película habla de una pérdida, de una ausencia y de continuar con la vida a pesar de una carga, que es física y mental. ¿Quiénes son los tortuga? 

R: Es un término que está acuñado de forma oral más que escrita y se utilizó durante mucho tiempo para definir a aquellas personas que habían dejado la vida en el pueblo y habían emprendido este viaje a las ciudades, normalmente Madrid y Barcelona, y se habían asentado en los cinturones metropolitanos con la ambición de mejorar su vida y prometerse un futuro más propicio para sus familias. Se iban con lo poco que tenían, como fue el caso de mi padre, que se vino a Barcelona, y empezaban una vida nueva sin billete de vuelta. 

P: Las protagonistas de esta película son mujeres supervivientes. Son frágiles, pero que luchan como sea por continuar y salir del agujero. Contexto de precariedad. Un padre ausente: primero por negligencia, segundo por tragedia. ¿Qué buscabais?

R: Escribimos películas sobre personas a las que miramos y creemos más fuertes que nosotras, que sostienen situaciones que no sabemos si podríamos sostener. No hay ningún plan prefabricado para escribir sobre mujeres tan peleonas, pero sí creo que este tipo de personalidades están muy presentes en nuestras ciudades, que es donde nos inspiramos más, lo tienen todo muy difícil y aún así se levantan cada día e intenta salir adelante. Esa escritura nace de ese acto de iración y reconocimiento a esas mujeres que lo tienen difícil y siguen caminando. 

P: ¿Hasta qué punto imaginasteis Marçal y tú que el desahucio que aparece iba a ser tan actual y pertinente en el momento del estreno?

 R: Cuando empezamos a escribir esta película la temperatura de violencia habitacional no era tan alta como lo es ahora en la ciudad de Barcelona. Es cierto que cuando empezamos a asistir a las quedadas en las que un sindicato ofrecía asesoramiento legal, pensamos que aquellos lugares no estaban tan concurridos. Nosotros, desde nuestro privilegio, no sabíamos que había gente con tantos problemas de vivienda. En las reuniones vimos que afectaba a más problemas de las que pensábamos y que era transversal, que afectaba a muchos estratos sociales diferentes. En aquellas reuniones podías encontrarse a gente desempleada o a profesores. Todos estaban en peligro de perder la vivienda. Ahora este tema está en la primera página de la actualidad.

"Era interesante hacernos a nosotros mismos esta pregunta: ¿No es la tristeza a ratos un privilegio?"

P: ¿Hasta qué punto te identificas con la protagonista, una joven que quiere estudiar Comunicación Audiovisual en una situación familiar precaria?

R: Me identifico con ella, aunque mi situación era muy diferente, porque mis dos padres trabajaban y me apoyaron muchísimo para estudiar cine. Anabel tiene una situación muy complicada y tiene muchas ambiciones artísticas. Es muy bonito entender que la chica de barrio también puede querer ser cineasta, poeta, escritora o pintora. Hay algo de la película que reivindica que las ambiciones de querer ser tienen que ver mucho con la clase social, pero poco a poco se están desbordando esas fronteras y muchos chicos y chicas sueñan con tener una tarea artística. Es importante reivindicarlo.

Desilusión colectiva

P: En Los tortuga se palpa esa desilusión entre los jóvenes. ¿Te sientes apelada o responsable, tú que viviste la crisis de 2008?

R: Yo acababa de salir de la universidad. Fui a Cuba y volví. Empezó la hecatombe. Me acuerdo de ver las noticias y tener miedo, pensar en lo que iba a pasar y en cómo me iba a convertir en lo que quería ser. Fue un momento de crecimiento a golpe de desilusión. Me hice mayor estando muy desilusionada. Es algo que no se me va a olvidar nunca y creo las películas que hago contienen esa tristeza de un tiempo en el que la gente lo pasó fatal. Siento que ese 2008 no nos lo hemos quitado nunca de encima. 

P: Es una historia de migraciones en varias direcciones, en la que la realidad se impone ante los deseos y las ambiciones. ¿Cuál fue el detonante?

R: Queríamos hacer una película del duelo porque estamos muy costumbrados a escuchar esta frase hecha que dice que la muerte es igual para todo el mundo. Eso es absolutamente mentira, porque la muerte y la forma de despedir a quien se ha ido tiene mucho que ver con la clase social, que atraviesa todo. Era interesante hacernos a nosotros mismos esta pregunta: ¿No es la tristeza a ratos un privilegio? ¿Cómo hemos podido llegar a este punto? A Delia se le ha muerto su marido, pero hay algo en el presente que se impone, y la circunstancia de precariedad hace que ese duelo se atraviese de una forma muy particular. Hay gente que no puede parar, que no puede permitirse la depresión, la melancolía, porque parece que lo único que hay que hacer es seguir hacia adelante y sobrevivir. 

P: ¿Qué posibilidades abre la actriz Antonia Zegers?

R: Es una actriz maravillosa y con una trayectoria que no necesita presentación. Lo que me ha gustado en esta película es que cuando la ves no es fácil ponerle la etiqueta de viuda. Es una actriz con una electricidad muy particular en el cuerpo, que ha sabido encarnar muy bien a esa Delia que está tratando de hacer las cosas pero que no está acertando. Tienes que ser muy buena actriz. 

P: Este viaje entre Barcelona y Jaén parte de tu experiencia biográfica, al menos como contexto. ¿Qué hay aquí de tu pasado?

R: Me pasó toda la vida entre Barcelona y Jaén, tengo mucha familia y me siento tanto de allí como de aquí. Tenía muchas ganas de hacer una película entre los dos territorios porque pensaba que se iba a parecer a mí. Hay algo que persigue uno como autor, y es que las cosas sean personales porque así más se engancha la gente.

"¿Queremos eliminar la agricultura, que lleva en su propio nombre la palabra cultura, que define los territorios y los países, y no solo eso, sino la forma en la que compramos, comemos y nos alimentamos y, por tanto, los seres humanos que somos?"

P: En esa visión del campo que aparece se ve algún huerto solar. ¿Una pequeña ventana para un gran tema?

R: Es una ventana para un tema que podríamos discutir durante años. Hay un problema en Andalucía, y es que se están sustituyendo los campos por estas junglas de metal, y habrá un momento en que tendremos que tener la gran conversación: ¿queremos eliminar la agricultura, que lleva en su propio nombre la palabra cultura, que define los territorios y los países, y no solo eso, sino la forma en la que compramos, comemos y nos alimentamos y, por tanto, los seres humanos que somos? Es evidente que hay un problema tremendo con eso. Antes de instalar unas placas fotovoltaicas hay que matar a los olivos con pesticidas y productos químicos. Después, arrancarlos, arrasar la tierra y entonces instalar las placas. A la vez, muchos de quienes venden su terreno no tiene más opción porque hace años que acumulan pérdidas. En un momento en el que la agricultura tiene las defensas más bajas, llega algo inesperado. El progreso tiene un precio siempre y en el caso de la agricultura sabemos cuál es: giraremos la cabeza y veremos placas fotovoltaicas. 

 

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