Opinión

Tres libros para el aula

El cómo es muy sencillo: orden, disciplina, respeto, silencio, trabajo, constancia, límites, normas (pocas, claras, razonables)

  • Dos jóvenes estudiantes. -

Uno de los consejos más útiles que se le pueden ofrecer a un adolescente durante los fastos por el Día del Libro es la recomendación de que no lea demasiado. En realidad no se trata tanto de que lean menos, sino de que lean mejor, pero de esta manera es más fácil captar su atención. 

“Mejor” se refiere a dos cuestiones: el qué y el cómo. Empezaremos por lo último: en papel, con calma y, a ser posible y si la lectura lo requiere, con lápiz. La llegada de las tabletas a las aulas fue irracional, precipitada y sin ningún tipo de reflexión previa; o sea, lo habitual en el sector. Como no se sabía muy bien para qué eran necesarias pasaron a convertirse en la herramienta para todo. También, en muchos casos, para la lectura. Tiene sentido, puesto que la lectura no es algo ajeno a las modas que han triunfado en la docencia. Se trata más de aparentar que se hace algo que de hacerlo bien. Si tienes a 30 alumnos mirando a una pantalla no sabes lo que están haciendo -ni lo que les está haciendo-, pero puedes presumir de que están implicados en el proceso de aprendizaje. Son esos alumnos los que luego inflan las estadísticas de lectura, que siempre son cuantitativas, porque lo cualitativo seguramente es elitista.

El qué es aún más fácil, aunque tampoco consigue evitar la hegemonía absurda de las modas. La historia interminable, Los muchachos de la calle Pál, La princesa prometida, Rebelión en la granja, El señor de las moscas, Frankenstein, Drácula, El libro de la selva, los casos de Sherlock Holmes, Jekyll y Hyde o Alicia son algunos de los libros que podrían leer los alumnos de Secundaria. Los leen con cierta dificultad, pero de eso se trata. Por eso son buenas lecturas. Porque les exigen. En lugar de eso, lo que triunfa son los libros fáciles, planos, lineales, adaptados, con guías para profesores con prisa y con mensajes obvios de corta digestión. Libros hechos, efectivamente, para las pantallas.

Hablamos mucho de cuánto leen los adolescentes pero casi nunca de cómo leen y de para qué les decimos que lean, porque eso implicaría una reflexión previa y personal. Y además lo progresista es dejar que sean ellos mismos quienes elijan, con libertad absoluta -es decir, con servidumbre absoluta- sus lecturas. Esto encaja perfectamente con un dato que comentó Lucas Gortazar hace unas semanas en el informe de ESADE ‘El estado de la profesión docente en España’. El dato lo llevó Olga R. Sanmartín al titular de una pieza en El mundo: “Los maestros de Primaria tienen peores competencias lectora y matemática que la media de trabajadores con estudios universitarios”.

La competencia lectora en los profesores de Primaria y Secundaria y en los trabajadores con formación universitaria ha caído unos 10 puntos en los diez últimos años

En concreto, la competencia lectora de los maestros de Primaria está 10 puntos por debajo de la de los trabajadores con formación universitaria. Este dato viene acompañado de otros dos no menos relevantes. El primero es que se ha experimentado una caída similar en los tres grupos de referencia. La competencia lectora en los profesores de Primaria y Secundaria y en los trabajadores con formación universitaria ha caído unos 10 puntos en los diez últimos años. El otro dato es, lógicamente, que la diferencia tan abultada entre los maestros de Primaria y el resto de grupos no es algo reciente. Hace diez años ya se daban esas mismas diferencias. 

¿Quiere esto decir que los profesores de Primaria son los responsables de la caída de nivel generalizada entre los estudiantes en cuanto a comprensión lectora? Evidentemente no. Esa caída, como se puede observar, es generalizada. El problema no es la caída, sino el nivel previo. En 2012, los profesores de Secundaria obtenían 20 puntos más en competencia lectora que los de Primaria. Es prácticamente la misma diferencia que en 2023. El dato es llamativo, y seguramente afectará a la calidad de la enseñanza, pero el fenómeno es mucho más complejo y no se puede reducir a una gráfica sobre una competencia concreta.

¿Qué se puede hacer para solucionar el problema? Lo primero, plantearse seriamente si efectivamente podríamos estar ante un problema. ¿Es el nivel de competencia lectora de los docentes algo relevante en el proceso de enseñanza? ¿Es el nivel de comprensión lectora de los alumnos algo relevante en el proceso de enseñanza? ¿Hay relación entre lo primero y lo segundo? 

A partir de ahí, los asuntos derivados -y las propuestas- se disparan. Nota de corte, burocratización de la profesión, incentivos, procesos de selección… Son asuntos importantes, pero quedan muy lejos del propósito de este texto.

La semana pasada se celebró, decíamos, el Día del Libro. Hay tres libros que considero esenciales para quien se dedique a la docencia. Y especialmente para quien esté pensando en dedicarse a la enseñanza. Cualquier día del curso es bueno para asomarse a ellos, para regalarlos o incluso para leerlos.

Sería bueno que quienes se dedican a la enseñanza hubieran sido, aunque fuera alguna vez y en alguna asignatura concreta, malos estudiantes. Porque la transmisión del conocimiento no puede darse si quien lo va a recibir no es tratado con el máximo respeto, con la distancia correcta y con la amabilidad esperada

Del primero ya he hablado alguna vez. Se trata de Elogio de la transmisión, de George Steiner y Cécile Ladjali. Este libro es esencial para entender el QUÉ de la profesión. Nos dedicamos a transmitir conocimiento. También a otras cosas, claro. A atender problemas ocultos, a detectar dificultades de todo tipo, a fortalecer la confianza de los más inseguros. Pero nuestra tarea es, fundamentalmente, la transmisión del conocimiento. Y para ello es esencial interesarse tanto por la transmisión -lo que llamamos docencia- como por el conocimiento mismo. Referido a la lectura: no vale con leer cualquier cosa. No vale con leer de cualquier modo.

El segundo es Mal de escuela, de Daniel Pennac. Nos habla del QUIÉN, que es doble: el profesor y el alumno. Deja una idea interesante: sería bueno que quienes se dedican a la enseñanza hubieran sido, aunque fuera alguna vez y en alguna asignatura concreta, malos estudiantes. Porque la transmisión del conocimiento no puede darse si quien lo va a recibir no es tratado con el máximo respeto, con la distancia correcta y con la amabilidad esperada. El conocimiento, decían Steiner y Ladjali, es valioso en sí mismo; el alumno -cada alumno, todos los alumnos-, también.

Por último, en un estilo muy distinto, tenemos el tercer libro, que nos habla del CÓMO. Es Running the Room, de Tom Bennet. Y el cómo es muy sencillo: orden, disciplina, respeto, silencio, trabajo, constancia, límites, normas (pocas, claras, razonables). Es muy sencillo y al mismo tiempo, en muchas ocasiones, casi imposible. Porque las modas y los discursos públicos, normalmente alejados del aula, van por otro lado. Libertad absoluta, relativismo, centralidad de las emociones, juegos, ruido, saturación de estímulos, tareas inconexas.

Estos tres libros nos presentan los tres pilares de la enseñanza. Sin ellos, cualquier reforma será un nuevo giro de 360º para volver a lo de siempre: la superficie.

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