Opinión

¿Español o valenciano?: al fin una consulta inteligente

Una consulta sobre el uso de una lengua en la enseñanza no puede ser un plebiscito

  • Manifestación en Valencia contra el bilingüismo escolar -

La lengua materna está tan dentro de la identidad del individuo que merece todos los respetos, desde el jardín de infancia hasta las exequias. El contraste de un niño que llega al colegio y tiene que enfrentarse con una lengua que no es la que oye hablar en casa es un duro trauma en su formación, y por tanto algo que las autoridades académicas tienen la obligación de evitar.

Sabemos que existe cierta voluntad de revancha en comunidades como Cataluña donde se empeñan por todos los medios en exterminar al español al considerar que la única lengua propia de la autonomía es el catalán. No les importa aturdir a los estudiantes que en casa y en la calle oyen hablar castellano y de repente han de enfrentarse al catalán, que se convierte en la lengua del colegio, y con el mismo ímpetu, la de la imposición y del rechazo.

Es evidente que un principio tan elemental no es fácil llevarlo a cabo en sociedades ambilingües como la valenciana, la catalana, la vasca o la gallega, todas ellas con situaciones parecidas, pero al mismo tiempo divergentes. Lo que tienen en común es, por razones históricas, una lengua que todos los ciudadanos hablan, el español, y otra que es utilizada en familia y que tiene el mismo derecho que la lengua social común. Démosles a ambas la misma importancia, ni más ni menos, y permitamos que sean las familias las que elijan la lengua en que quieren que estudien sus hijos, y que esa elección pueda modificarse a medida que avanzan en su aprendizaje.

Una consulta sobre el uso de una lengua en la enseñanza no puede ser un plebiscito, y por tanto no tiene ninguna importancia que ganen unos u otros. Se trata sencillamente de prevenir a la istración sobre los medios que deben preparar para poner a disposición de los estudiantes lo que necesitan

 

Pues bien, al fin una istración, la valenciana, ha hecho lo que debería haberse planteado desde el principio, consultar. Una decisión sin consulta no lleva a nada. Y los resultados son claros, el 50,5% elige valenciano y el 49,5% prefiere castellano. Ni la imposición del valenciano es lo más conveniente, ni tampoco lo contrario. Las situaciones familiares no siempre están claras. La presencia de una u otra lengua no es fácil de determinar, ni siquiera el aprecio, de ahí la necesidad de una consulta que se ha saldado con 18 municipios donde el 100% ha elegido el valenciano o el castellano.

Una consulta sobre el uso de una lengua en la enseñanza no puede ser un plebiscito, y por tanto no tiene ninguna importancia que ganen unos u otros. Se trata sencillamente de prevenir a la istración sobre los medios que deben preparar para poner a disposición de los estudiantes lo que necesitan. Por eso decimos que al fin aparece, después de tanto tiempo de discusiones bizantinas, una consulta inteligente, la de la libertad de elección.

Leo en algunos medios, no sin estupor, que ha ganado el valenciano. Lamento decir que no tienen la menor idea de lo que significa la educación y las lenguas. Lo correcto sería decir que hay ligeramente más demanda del valenciano que del castellano, lo que significa que es necesario modificar la norma anterior según la cual había que meterle el valenciano por los ojos a todos los estudiantes.

Pone fin esta consulta a toda discusión acerca de la lengua de enseñanza, avalada por los resultados. Cuando la realidad muestre que en las distintas localidades se cumple con los resultados de la encuesta, tendremos la sensación de que las cosas se están haciendo bien y que nadie abusa de nadie.

Ojalá sirviera de ejemplo para las autonomías que dan el título de lengua propia a la minoritaria. Una vez más, sea cual fuere el resultado, tendríamos la certeza de que los beneficiados serían los estudiantes

 

Cabría añadir, por otra parte, que, aunque los resultados eran imprevisibles nadie hubiera podido aventurarlos. Unos pensaban que la balanza cedería a favor del castellano, y otros, especialmente la izquierda, deseaba una mayoría de demandantes de valenciano. Se pide más valenciano allí donde más se habla, que es lo que cabía esperar, es decir, en Castellón, valenciano; Alicante, castellano. En Valencia, tanto el uno como el otro. Ahora sabemos lo que piensa la Comunidad Valenciana, que es lo que importa. Ojalá sirviera de ejemplo para las autonomías que dan el título de lengua propia a la minoritaria. Una vez más, sea cual fuere el resultado, tendríamos la certeza de que los beneficiados serían los estudiantes.

Me sorprende que la prensa no haya entendido el valor de la consulta. Los titulares destacan al vencedor cuando no hay ni vencedores ni vencidos, sino sencillamente un referendo sobre los deseos. No se trata de quien gana ni pierde, sino de saber en qué lengua quieren los padres, localidad a localidad, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, que sus hijos se eduquen. Y dicho esto, tan importantes son quienes quieren formarse en castellano como los que quieren hacerlo en valenciano.

Sistema de inmersión

Podríamos deducir que las familias que han participado en la elección de la lengua base, que no han sido todas, han apostado por un sistema equilibrado y de convivencia. Ha ganado, creemos, el pluralismo, frente al pensamiento único, y se demuestra que esta no era una competición, sino una valoración, y al mismo tiempo una referencia para la organización de la enseñanza. Espero que ahora deje de ser discusión el sistema de inmersión que impuso Ximo Puig porque hay una consulta que respalda la acción y que se enmarca dentro de la ley de libertad educativa aprobada por el Consell del Partido Popular, sustentada en: “dar libertad a las familias de elegir la lengua en la que sus hijos van a aprender a leer y escribir"

Es sabido que partidos de la izquierda, sindicatos educativos y Ampas de la enseñanza pública son partidarios de imponer el valenciano, y que llevaron a los tribunales la suspensión de la consulta. Esperemos que recapaciten y cambien hacia el lado de la libertad.

Las controversias lingüísticas no han terminado. Ahora vienen los problemas organizativos, la creación de grupos equilibrados, y las dinámicas de segregación de los propios centros. La población inmigrante elige el castellano en mayor proporción que la autóctona, pero eso no han de ser sino divergencias propias del sector.

Dos lenguas, dos realidades sociológicas, quedan patentes. Y la repercusión no va a tener nada de traumática puesto que queda garantizado por ley un mínimo del 25% del horario lectivo en el idioma no escogido para la enseñanza. Ojalá en Cataluña pudiera aplicarse el mismo principio.

 

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