Opinión

Una catástrofe geoplanetaria

Su historia ha vuelto a ser noticia por un manotazo del que ella ha sido la única que no ha hablado

  • Emmanuel Macron y su mujer Brigitte -

Me fijé en ellos porque formaban una especie de nudo en mitad de la arena. Como dos hilos entrelazados. Como una escultura surgida de la nada. Ambos vestían de largo frente a la desnudez imperante a ras de mar. Ella llevaba el pelo recogido en una coleta y lucía camiseta azul clara y vaqueros. Él iba de negro, de pies a cabeza, desafiando al calor de un miércoles cualquiera de finales de mayo. El caso es que llamaban la atención porque estaban de pie, en lo alto, cuando la gran mayoría permanecíamos pegados a la superficie, en lo bajo, observando y absorbiendo el cielo desde nuestras toallas. Y llamaban, sobre todo, la atención por ser dos amantes consumiéndose a besos como se consume un cigarro en la barra de un bar.

Varios minutos estuvieron exhibiendo su pasión como en un gesto obsceno, como si no hubiera nadie a su alrededor. Cuando ya tuvieron suficiente, recogieron los cachivaches que exige un día de playa y se marcharon. Yo les miré y les miré escondida tras las gafas de sol. No pude evitarlo y me temo que no debí ser la única. Era como si una mano los hubiera colocado allí, en ese punto detenido en medio de todo, para hacer visible lo que cada vez es más invisible: un gesto de amor en público tan simple y tan complejo en este mundo en guerra. Como si la propia muestra, por su escasez, fuera una especie de catástrofe geoplanetaria de máximo interés.

Su matrimonio me obsesionó desde el mismo instante en el que el actual presidente francés saltó a la escena política y con él una relación amorosa que tenía todos los ingredientes para ser novela

Ellos se fueron y yo me quedé fantaseando con los entresijos de su historia y celebrando aquella escena de un romance sin cargas. Y allí, tumbada, desplomada como estaba sobre una tela multicolor, pensé en el peso del idilio entre Emmanuel Macron y su esposa Brigitte cuando comenzaba a bascularse, en la cantidad de caricias que se habrían visto obligados a ocultar en la orilla de su querida Le Touquet. Su matrimonio me obsesionó desde el mismo instante en el que el actual presidente francés saltó a la escena política y con él una relación amorosa que tenía todos los ingredientes para ser novela. Ella, la profesora. Veinticinco años mayor. De buena familia. Casada. Con tres hijos. Él, su alumno aventajado, con padres médicos que intentaron que aquella aventura loca no llegara a término. Pasó mucho y mucho tiempo hasta que ese amor “a veces clandestino, escondido e incompresible”, en palabras del propio Macron, saliera de la guarida en la que se había forjado y se impusiera al temido qué dirán.

Y ahí siguen. Tantos años después. Despertando en cada una de sus apariciones la curiosidad de personas -entre las que me incluyo- a las que nos encantaría conocer cómo se sostiene, sobre qué anclajes, una pareja en la que él está en la flor de la vida y ella deshojando los últimos pétalos de esa flor. Y no me digan aquello de que el amor puede con todo porque tampoco el amor lo perdona todo. “Resulta sencillo amar el esplendor del otro. Esto lo puede hacer hasta un niño huidizo y ciego. No obstante, amar a pesar de es otra cosa, acaso mucho más noble”. Lo escribe en un artículo Ismael López Gálvez

Puede sonar chocante y es criticable en pleno siglo XXI que diga que la diferencia de edad entre dos cuando supera las dos décadas y cuando es ella la que está por encima de él, a mí todavía me genere dudas. Trato de ponerme en su lugar y me cuesta entender qué pudo sentir aquella Brigitte en la cuarentena para caer rendida a los pies de un chaval de sólo quince años. Tuvo que ser algo, desde luego, muy fuerte para arriesgarlo todo. Su familia. Sus hijos. Su prestigio. Y lo cierto es que -romántica yo hasta el extremo- alabo y iro que ambos lucharan por lo que creían y querían. Sin embargo, ahora veo a esa mujer septuagenaria tratando de esconder su rostro fino y arrugado tras esa melena rubia y copiosa para estar a la edad de su marido… veo a esa mujer intentando aparentar una juventud que no tiene porque ya tuvo y siento cierta lástima al tiempo que me pregunto qué sentirá, qué pasará por su cabeza, ¿tendrá miedo de que su esposo se canse de permanecer al lado de alguien que vive en otra latitud? ¿Es quizá anticuado este planteamiento mío? Puede ser.

“Hay un video en el que se me ve bromeando con mi mujer y, de alguna manera, eso se convierte en una especie de catástrofe geoplanetaria”. Y quizá sí que lo ha sido

Cuántas preguntas le haría si pudiera entrevistarla, si tuviera delante ahora mismo a esa Brigitte discreta hasta en una semana en la que ha sido protagonista y en la que su historia ha vuelto a ser noticia por un manotazo del que ella ha sido la única que no ha hablado. Se ha pronunciado el Elíseo, con varias y contradictorias versiones. Se han pronunciado las redes haciendo viral la bofetada y agradeciéndole el gesto bajo el hashtag “merci Brigitte”. Hasta se han pronunciado en televisión psicólogos varios y expertos en lectura de labios interpretando lo que le dijo el uno a la otra y la otra al uno al bajar por esas escaleras rumbo a un destino que nadie recuerda porque no es su viaje lo que interesa. Y hasta se ha pronunciado el mismo presidente francés atribuyendo el golpe a una broma: “Hay un video en el que se me ve bromeando con mi mujer y, de alguna manera, eso se convierte en una especie de catástrofe geoplanetaria”. Y quizá sí que lo ha sido porque el incidente ha ocupado muchas más horas de información que cualquier otra catástrofe de las que asolan el planeta. En fin.

Nos da morbo mirar a una pareja cuando esa pareja no se sabe mirada. Descubrir lo que ocurre en lo más íntimo de otros. Esa es la única certeza en todo este culebrón. Siempre queremos saber más. Ya sea sobre una bronca suavizada en broma o sobre los brochazos de amor que, de tanto en tanto, se dibujan en mitad de la arena de una playa recóndita. Siempre más, aunque más no sea nunca suficiente.

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