Lo que faltaba al serial que estamos viviendo en las postrimerías del sanchismo era esa grabación en la que cuatro inconcebibles conseguidores proyectan sin recato salvar por las bravas el desgalgadero en que se encuentra el Gobierno al que sirven. Son cuatro mindundis desconocidos hasta ahora pero, oído lo que puede oírse en ese extravagante documento, no es posible dudar de su condición de manijeros del Gobierno y gestores oficiosos de su desesperado intento de salir del laberinto en que el poder político se encuentra. Es verdad que ya pocas calamidades pueden sorprendernos, pues la desdichada sucesión de asombrosas revelaciones ilegales que se han venido conociendo han acabado convirtiendo esta primavera negra en una de las épocas más degradantes de nuestra crónica democrática. Las chapuzas de Tito Berni en pleno Congreso, las idas y venidas de un impresentable sujeto como Koldo, los repetidos y frecuentes escándalos prostibularios o el descarado nepotismo ejercido desde la propia Presidencia y sus adláteres, con ser asuntos gravísimos y desmoralizadores, quedan empequeñecidos con la, por el momento, última traca debeladora del complot para delinquir perpetrado por esos cuatro personajillos que dirige una insustancial conseguidora, nada menos que con el propósito de influir a fiscales y jueces, aparte de infiltrarse en el principal instituto de policía judicial que viene demostrando ser la UCO y, ya de paso –lo del cianuro que recomendaba una fiscala para librarse de un adversario político es, a estas alturas, una broma— ni más ni menos que crujir, por mano de unos infiltrados, al jefe de ese benemérito servicio al que desean la muerte civil en un lenguaje incontrovertiblemente mafioso.
La estrategia sistemática de desprestigiar a la magistratura junto a la Guardia Civil constituye la más mísera exhibición de un espíritu que debutó como simple abuso de poder para desarrollarse hasta adoptar el clásico modelo mafioso
Los voceros del Gobiernillo Sánchez-Puigdemont pueden desgañitarse cuanto quieran pero ya no tienen siquiera la posibilidad de seguir con la martingala del bulo y el fango: en pocas horas han ido apareciendo voces internas del propio sanchismo reconociendo la gravedad que supone la revelación de que, aunque a cencerros tapados, alrededor de Sánchez pulula hoy una auténtica golfemia desbordando sin descanso los límites del Código Penal. Aquí no es ya que influya y defraude, que se degrade hasta la ignominia la vida política, tampoco se trata de ilegítimas ofertas de promoción ilegal de jefes militares, sino que se trabaja oscuramente en el declarado designio de controlar a la Justicia –jueces, fiscales y policía judicial— incluso mediante el chantaje cuando no resulta suficiente la corrupción. Esa condena a muerte civil del jefe de la UCO, más allá de su formulación simbólica, es el desacato criminal más rotundo que ha producido el sanchismo, y junto a él, la estrategia sistemática de desprestigiar a la magistratura junto a la Guardia Civil constituye la más mísera exhibición de un espíritu que debutó como simple abuso de poder para desarrollarse hasta adoptar el clásico modelo mafioso. Retratar a la UCO como una “camorra” –como ha hecho esa afanadora indocumentada a la sombra de su partido-- es tan ridículo que resulta evidente que esos trajinantes funcionan impunes como una mafia con todas las de la ley.
Tal es la gravedad del asunto que ha conseguido quebrar la “omertá” de los sacristanes sanchistas hasta el punto de acusar, por boca de uno de ellos, al propio presidente Sánchez y a su nueva mano izquierda en el partido, de ser los “capos” de esa mafia efectiva que viene operando impunemente mientras trata de desmantelar en beneficio propio el aparato básico del Estado. Cuando la manijera ahora sorprendida califica groseramente de “camorra” a la Guardia Civil no hace más que repetir el clásico conflicto italiano entre la mafia de Sicilia y la camorra napolitana. Cómo será que hasta la inefable Yolandísima pasa en un plis de la defensa cerrada de los mafiosos a pedir “contundencia”. A la fuerza ahorcan.
Hoy el sanchismo ya no se encoge sino que, en desesperada defensa de su desastrosa situación, sentencia la infiltración, el chantaje y hasta la muerte simbólica (y quién sabe si todo se acabará andando) del prestigioso jefe militar que encabeza la policía judicial
¿Es éste el final del interminable principio? Eso no tardará en comprobarse pero, de momento, ya la presidenta del partido dice estar “muy disgustada” con lo que acaba de conocer y uno de los principales confabulados de ese auténtico ensayo de múltiple delito de Estado asegura a quien quiera oírlo que ellos no son más que meros ejecutores a las órdenes del presidente Sánchez y su asistente Santos Cerdán, capos reales de su organización criminal. O sea, “los de arriba”, dicho sea en el leguaje conspirativo. Uno se pregunta qué andará opinando ante semejante caos delincuencial --más allá y por debajo de la cortesía diplomática-- la élite de Bruselas que parte y reparte en el refugio europeo.
Ya no ite prórroga, en definitiva, el ridículo argumentario diariamente renovado desde Moncloa. Porque nunca en esta democracia el poder se atuvo tan descaradamente a la vileza ni aceptó con tanto desahogo el recurso canalla y el manejo criminal. Esto ya no es agio ni quien tal lo pensó. Oyendo a esa caterva infame parece estar reviviendo la vieja comedia que, tanto en la República como luego en la Dictadura franquista, entretuvo a una España desconcertada con las tópicas fullerías que, en torno a “Morena Clara” y la gitanería, bromeaba con la imagen de una Guardia Civil bigotuda y unos malandrines complicando la vida judicial con dudosos sobornos. Hoy el sanchismo ya no se encoge sino que, en desesperada defensa de su desastrosa situación, sentencia la infiltración, el chantaje y hasta la muerte simbólica (y quién sabe si todo se acabará andando) del prestigioso jefe militar que encabeza la policía judicial. Se acabó, pues, aunque se demore la farsa. El Cid cabalgando después de muerto no es más que una inútil y desesperada leyenda.