No hay ciudad en el mundo que maneje mejor el tiempo que Roma. Lejos de estar sujeta a férreos horarios, se levanta con el sol, toma café cinco veces al día y cena al anochecer. Es vaga e indolente, y en pleno siglo XXI -con la IA ya entre nosotros- se atreve a mandar mensajes al mundo a través de una chimenea desmontable. Sí, en medio del ruido y bombardeo de las redes sociales, ella comunica en silencio a través del humo, a su vez custodiado por unas gaviotas que -según expertos en materia- olvidaron su hábitat natural (el mar) para merodear eternamente por todos los rincones de esta jungla misteriosa. Así, despuntan en la basura de Trastevere, juguetean con los cangrejos del mercado de Trajano, se enzarzan con los jabalíes de Monte Mario o aparecen cazando culebras en los retazos de campiña que aún dota de virginidad a esta ciudad metafísica.
Roma puede parecer prosaica, pero su forma de vivir es inteligente. Es en su espontaneidad donde reside el verdadero enigma. Y esto es válido para el anuncio de un nuevo Papa, en este caso Leone XIV, arribado de América.
Curioso fue su recibimiento. Y es que con una plaza de San Pedro abarrotada (se estimaron cien mil personas aproximadamente), los suburbios que tanto amó Bergoglio seguían con su protocolo habitual. En uno de ellos -Alessandrino (entre el Quarticciolo, Tor Tre Teste y Centocelle)- una mujer de un segundo piso se asomaba para lanzar una cuerda con una cesta de mimbre repleta de ropa limpia, recogida por su hijo, quien aguardaba abajo. “Papa de EEUU. Hoy se cena”, soltaba en clave de humor. Quien sabe si inspirándose aún en los intersticios de la cinta 'Un americano a Roma', con un Alberto Sordi protagonizando esa afilada sátira en la que Italia, en plena posguerra, fantaseó con el mito americano más por evasión que por convicción. En ella Nando, el protagonista, camina por la capital con su gorra de beisbol y cinturón de cowboy, pero termina rendido a un plato de espaguetis con un vaso de vino.
Camina por la capital con su gorra de beisbol y cinturón de cowboy".
Esa escena de la colada, sacada de una postal antigua y arrugada, ocurría el jueves por la tarde mientras Prevost -de Chicago- aparecía en las teles de una periferia romana que, en realidad, bien podría representar el termómetro de un lugar que ha abandonado su propio centro histórico, donde hoy viven poco más de veinte mil romanos (censados, la urbe cuenta con algo más de tres millones). En las antípodas, sí, seguía el Estado Ciudad del Vaticano, henchido de gloria y sorpresa, alegría, júbilo y emoción. La desprendida por peregrinos izando banderas, personal eclesiástico y periodistas llegados de todas las partes del mundo. Porque no, el romano 'ad hoc' apenas estaba allí. Prefirió pasar de puntillas. Probablemente tenía cosas mucho más importantes en las que invertir su preciado tiempo, que cuida y acicala, pero no somete.
Coliseo como cuadra
Roma ha vivido 267º elecciones de Papa. Es de sobra conocido el proverbio que usa frecuentemente tratando de desdramatizar, probablemente en un ejercicio de incapacidad para afrontar el dolor de cara. “Morto un Papa se ne fà un’altro”. No es un manido arrebato de superficialidad o arrogancia, sino de supervivencia y protección para no apegarse a nada. Al romano -persona simpática, generosa, perezosa, autorreferencial y poco curiosa- sólo le importa él mismo, y no pretende ser molestado. Lo describió mejor que nadie sco Mattioli, inventor de la sociología visual: “En la dimensión sociocultural de Roma, lo importante es sobrevivir y adaptarse. La urbe, una vez experimentadas a lo largo de su longeva vida (27 siglos) todas las posiciones jerárquicas de poder y ausencia del mismo, ha interiorizado el lema de Vive y deja vivir”.
Se comen habas fritas, se puede comprar leche recién ordeñada y existe la posibilidad de ir a manantiales a coger agua con gas".
Soberana y sometida siempre, es un lugar detenido en el tiempo. En algunos barrios del extrarradio, el despertador sigue siendo el gallo. Además, se comen habas fritas, se puede comprar leche recién ordeñada y existe la posibilidad de ir a manantiales a coger agua con gas. No termina ahí su semblanza añeja y mágica: el afilador continúa pasando por unas calles gobernadas por el ruido, el olor a café, y un panadero que toca el claxon para bajar a por el pan. Suena Gabriella Ferri en la radio y, en invierno, las casas son nutridas por un perfume a base de rodajas de limón perforadas con clavel encima de los radiadores. Es poético, pero también doloroso.
Efectivamente, una vez comprendida la agresiva cotidianeidad de este misterioso lugar, con protocolos medievales y mensajería a través de paloma, se antoja más fácil entender, en realidad, la poca importancia que tiene el nuevo Papa. Sí, siempre está el efecto sorpresa que ayuda a escapar de la rutina, pero cuando ésta se esfuma vuelven esas liturgias sacras y ancestrales no muy lejos de cuando el Coliseo, en la Edad Media, se usaba como una cuadra para las bestias, y la gente vivía con casas improvisadas bajo los arcos. Ya habían pasado emperadores o brujos paganos. Ya se asomaba el Papa Rey y se tiraban barricadas para parapetarse de los árabes. Luego, sí, vendrían las Guerras Mundiales para reabrir cicatrices, hoy mal curadas.
¿El americano es negro o blanco? -soltó ayer un señor en un parque mientras recogía achicoria silvestre – Puede que mañana vaya a Roma, entonces.
La sentencia -cuanto menos llamativa- no hace reflexionar sobre el tiempo solo, sino que también repercute en el espacio, achicándose y ensanchándose como un acordeón. Y es que el metro de Roma, con dos líneas y media, hace que aún muchos barrios próximos al 'Grande Raccordo Anulare' (la M30 de Madrid) sigan encapsulados en sí mismos. Con sus costumbres tribales, sus ritmos, sus bromas y sus problemas. En muchos de ellos, la distancia de las piedras milenarias no se mide en kilómetros, sino en tiempo. Los casos más exagerados, hasta dos horas para pocos km (más que ir a Florencia en tren).
Sí, descifrado el jeroglífico gracias al manual de instrucciones, ahora se comprende mejor el buen uso que hacen del tiempo, deteniéndolo para convertirlo -ahora y siempre- en su aliado. Eso lo tendrá que aprender el nuevo Papa. Lo bueno es que aún es joven y cuenta con un atenuante: Italia fue espía americana en Europa durante la Guerra Fría. Ensalzó EEUU porque la salvó de las hordas nazi-fascistas, pero como dijo una vez Andreotti, tiburón democristiano y ejemplo claro de la ambigüedad de esta tierra… “Italia tuvo su mujer, pero también muchas amantes”. Se refería, lógicamente, al ámbito geopolítico y eclesiástico. Le faltó añadir, y esto lo debe tener en cuenta el Sumo Pontífice, que en 'Nettuno' (cerca de Roma), al menos, se juega a beisbol.
alonsoquijano
09/05/2025 20:52
Me equivoqué. Sin cónocerlo y solo por ser americano pensé y dije en estos foros que Trump había lo había metido con calzador para controlar tambien la Iglesia. Nada más lejos de la verdad. He leido ya bastante sobre lo que ha hecho éste cura yankee t he de decir "chapeau"; toda la suerte para su gestión.