España

Míriam Nogueras y la astucia de la cuscuta

Mujer de lealtades inquebrantables hasta que un día se acaban quebrantado, se convirtió en la fiel, obedientísima, devota voz de Puigdemont en Madrid


Míriam Nogueras i Camero nació en Dosrius, municipio de la provincia de Barcelona, en la comarca del Maresme, el 11 de mayo de 1980. Es la mayor de los tres hijos que tuvieron Miquel Nogueras y Amalia Montserrat Camero; es una familia acomodada dedicada al sector textil, durante años dueños de la empresa de hilaturas Bonclasfil SL.

Míriam estudió en centro concertado el Ginebró, de Mataró; más tarde, en el colegio católico Valldemia, de los hermanos maristas, en la misma localidad. No puede decirse que destacara, salvo por la gran cantidad de cosas que le interesaban: en eso no ha cambiado. Se aficionó al fútbol en un tiempo en que ese deporte aún no había dado el “estirón” que ha dado luego para las mujeres. Le gustaba el esquí, naturalmente en Baqueira, el lugar de asueto invernal de la middle class barcelonesa (o bien de la upper side, como se prefiera). Le gustó siempre mucho la música. Es forofa declarada del Barça. También le gustan los idiomas. Y los perros. Y David Bowie. Y Armenia. Muchas cosas. Eran los tiempos en que los “niños bien” de todo el país viajaban por los veranos –eso sigue pasando hoy– a EE UU, a Irlanda o al Reino Unido para mejorar su inglés; Míriam no fue una excepción y, de adolescente, convivió durante todo un verano como estudiante de intercambio con una familia que residía en una granja, en Estados Unidos. Funcionó. Míriam se defiende bastante bien en inglés.

Pero había que hacer algo en la vida y Míriam decidió matricularse en Comunicación Audiovisual, primero en la universidad Ramón Llull y luego en la Complutense de Madrid. No salió bien. Entre las múltiples habilidades de Míriam no se encuentra la perseverancia en el estudio. Dejó la carrera y, durante un tiempo, hizo muchas cosas más: trabajó de guardarropa, camarera, istrativa, carnicera, productora ejecutiva en publicidad y hasta fundó una empresa de nuevas tecnologías. Finalmente llegó al puerto seguro de la empresa familiar de hilaturas, de la que ahora es copropietaria. Pertenece o ha pertenecido a varias asociaciones empresariales del sector textil catalán. ¿De verdad le interesa a Míriam Nogueras el proceso de transformación de las fibras en hilos mediante técnicas como el cardado, peinado, torsión y enrollado? Pues no consta, señoría. Pero de algo había que vivir, o que seguir viviendo… bien.  En diciembre pasado, Nogueras tenía unos ingresos brutos mensuales de aproximadamente 10.000 euros, entre unas cosas y otras.

Pero la actividad más llamativa de Nogueras es, obviamente, la política. Empezó hace ahora trece años en una curiosa “plataforma ciudadana” que se llamaba No Vull Pagar y que se oponía a abonar los peajes (carísimos, esto hay que itirlo) de las autopistas. Esto empezó en su comarca, el Maresme, y acabó llegando al resto de Cataluña, e incluso a Valencia y Baleares. Debió de llamar la atención de alguien, porque en 2015 fue elegida concejala del ayuntamiento de Cardedeu (cerca de su hábitat natural: está en el Vallès Oriental) en las listas de un partido que aún se llamaba Convergencia Democrática de Cataluña, CDC. Iba en las listas como “independiente”, pero iba. Su destino político estaba ya marcado: el nacionalismo catalanista conservador, el de toda la vida. La gente bien.

Hay una característica particularmente llamativa en la personalidad política de Míriam Nogueras. No es la brillantez, porque no es una persona brillante. Es la astucia. El olfato. La capacidad de adaptación y, sobre todo, de distinguir por dónde sopla el viento. En aquellos primeros pasos de su vida política “detectó” que uno de los futuros líderes del independentismo conservador catalán era Jordi Turull. Turull se dejó detectar y itió junto a sí a aquella chica de hermosa sonrisa, pelo largo y lacio y mirada de acero. El resultado fue que al año siguiente, 2016, Míriam entró en las listas de la coalición Democracia y Libertad (nuevo nombre, pero eran más o menos los mismos separatistas de derechas) para las elecciones generales al Congreso. Logró el escaño en enero de 2016. Es muy raro ver tanta velocidad en los inicios de una carrera política. La protección de Turull estaba funcionando bien.

Lo llamativo es que Nogueras conservó el escaño en las cuatro legislaturas siguientes (advirtamos que dos de ellas fueron muy cortas), es decir hasta ahora mismo. En esos años, entre 2016 y 2025, el independentismo catalán pasó por una metamorfosis que mataría de envidia a cualquier lepidóptero. Primero, el famoso procès inventado mucho tiempo atrás por Artur Mas como una huida hacia delante culminó con la llegada a la presidencia de la Generalitat del “sucesor del sucesor” de aquel hombre: Carles Puigdemont, un hombre no muy dotado en lo intelectual pero con un olfato insuperable para la épica y el simbolismo. Puigdemont proclamó y desproclamó en pocos minutos la ilusoria “república catalana” (los sucesos de octubre de 2017) y huyó de España en el maletero de un coche para instalarse en la ciudad belga de Waterloo, escenario de la derrota final de Napoleón. Aquellos hechos fueron la causa directa de la súbita multiplicación en toda España de la extrema derecha, acaudillada por Santiago Abascal.

El independentismo entró en una fase, clásica por otra parte, de agrietamiento, atomización, enfrentamientos y rencores personales diríase que irresolubles. Puigdemont seguía representando el papel de “el Ausente” en Waterloo. Pero nadie reconocía en el mundo a la fantasmal “república catalana”, con lo cual todo aquel estrépito servía más bien de poco. En el secesionismo conservador (al que pertenecía Míriam Nogueras) se produjo un movimiento muy asordinado: la organización interna de todo lo que iba quedando pasó a manos de Turull, hombre de gran inteligencia, pero el símbolo seguía siendo Puigdemont en Waterloo. Míriam pensó que debía elegir. Y cambió de corcel, sin el menor problema, en mitad de la carrera, fuese aquella carrera hacia donde fuese.

Míriam Nogueras, mujer de lealtades inquebrantables hasta que un día se acaban quebrantado, se convirtió en la fiel, obedientísima, devota voz de Puigdemont en Madrid. Aquello era cómodo, en principio, porque no tenía que pensar: se lo daban todo pensado desde Waterloo. Pero era también difícil porque Puigdemont, como todos los ciclotímicos, tenía un carácter no ya imprevisible sino contradictorio. Movía sus peones en Madrid como le daba la gana. Rara vez un movimiento era consecuente con el siguiente. Y Nogueras era no ya el mejor de los peones sino el alfil del líder en el hemiciclo. El partido se llamaba ahora Junts per Catalunya (Junts, como lo denomina todo el mundo).

Y entonces ocurrió un hecho inaudito, algo que jamás se había producido en la historia democrática de España. En las elecciones generales de julio de 2023, los siete diputados de Junts resultaron indispensables para conformar una mayoría parlamentaria que sostuviese al PSOE de Pedro Sánchez en la presidencia del Gobierno. Sin esos votos, Sánchez caería. Junts había proclamado cien veces que su intención única era trabajar por la secesión, por la independencia de Cataluña, y que lo demás le importaba más bien poco… o nada. Y que no se fiaba de Sánchez, de sus obras y sus pompas. Así, la legislatura se convirtió en una constante negociación de compraventa: Junts exigía lo que fuese (el uso del catalán en el Congreso, o la amnistía para los golpistas de 2017, por ejemplo) y el PSOE cedía una y otra vez, puesto que a la menor vacilación se quedarían sin mayoría y serían expulsados del poder. La relación de Junts con el PSOE y con el gobierno se transformó en un fenómeno de parasitismo clásico.  ¿Y quién estaba al frente del pequeño grupo de Junts en el Congreso? Míriam Nogueras: aquella mujer no brillante pero sí apasionada, que odiaba a la monarquía y a sus símbolos, al Estado y a los suyos, y que era como un obediente robot que hacía exactamente lo que, desde lejos, mandaba Puigdemont con su mando a distancia.

Los caprichos de Puigdemont llevaron a Nogueras a pasar momentos de verdadero bochorno. “El Ausente” logró que el gobierno concediera la amnistía… y luego mandó a los suyos que votaran en contra de aquella ley (enero de 2024), algo simplemente inconcebible que acabaría costándole al independentismo la pérdida de la Generalitat, aunque el pato acabase pagándolo ERC apenas cinco meses después. ¿Y quién tenía que poner la cara para defender aquel disparate? Pues Míriam Nogueras, que sonreía muy bien y que era capaz de permanecer callada ante las preguntas incómodas sin despeinarse en lo más mínimo.

Ahora es de nuevo ella la que sale en las fotos (esto es peligroso; Puigdemont es un dios celoso, como todos los dioses monoteístas) cuando Junts ha logrado algo que casi nadie había soñado en el mundo indepe; que el gobierno de Sánchez “delegue” en la Generalitat catalana nada menos que el control de fronteras y las condiciones de inmigración… impuestas por los secesionistas, no por la Generalitat, que ya no controla Puigdemont; pero desde cuándo le importa eso. Algo flagrantemente inconstitucional, pero además es una propuesta de ley con un aroma racista y xenófobo que ha puesto los pelos de punta a medio país y a toda la izquierda no sanchista. Una propuesta que el propio gobierno dijo cien veces que no aprobaría jamás. Como tantas otras cosas.

Y Nogueras sigue ahí. A veces sonríe. A veces calla. Otras veces, las dos cosas al mismo tiempo. Hace bien su trabajo de vicaria de su deidad en el Congreso. Por eso continúa. También ella depende de esos siete votos.

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La cuscuta europea (Cuscuta europaea) es una de las 170 especies integradas dentro del género de plantas Cuscuta, que pueden hallarse en más de la mitad del planeta, sobre todo en climas templados y tropicales.

Hay que convenir en que es una planta bonita. Por lo menos, curiosa. Tiene unos larguísimos tallos amarillos, casi nunca tiene hojas y… no carece de clorofila. Entonces, ¿cómo hace, se preguntarán ustedes? ¿Cómo sobrevive una planta sin clorofila? ¿De dónde saca pa tanto como destaca, que decía el anciano cuplé?

La respuesta es simple: la cuscuta es una planta parásita. Una semilla de cuscuta, por sí sola, no sobrevive más de diez días. Ah, pero la cuscuta es lista. Es astuta. Cuando nace, diríase que mira a la derecha, mira a la izquierda y pronto descubre a una planta (la que sea) fuerte, sana, oronda, repleta de clorofila y con hojas lustrosas. Entonces los tallos filamentosos de la cuscuta se estiran, se desarrollan como tentáculos y se dirigen hacia la planta que llamaremos “hospedadora” o bien “monclo-cotiledónea”; se enroscan en ella y empiezan, literalmente, a chuparle la vida.

Dicen los botánicos y cuscutólogos: “Cuando la cuscuta ataca a otra planta, se enrosca en ella y, si el hospedante parasitado la alimenta bien, produce raíces que se insertan en el sistema vascular del parasitado". Y lo deja exhausto. Lo destroza. Lo desnaturaliza. Lo transforma en un zombi vegetal, en un espectro, una sombra, una ficción.

Lo curioso es que la cuscuta apenas puede sobrevivir sin la planta parasitada. Si tuviese que subsistir por sus propios medios, no tardaría en morir. O en perder las elecciones, que viene a ser lo mismo.

La pregunta sale sola: vamos a ver, ¿por qué la planta parasitada no se libra de la cuscuta, que le chupa la sangre hasta secarla? Y más teniendo en cuenta que es la sangre de todos la que se lleva la cuscuta… ¿Por qué no reacciona?

Ah, caramba. Muy buena pregunta. De verdad, ¿eh? Muy buena pregunta.

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