La vastedad del Sáhara español, aparentemente deshabitada y ajena a los fragores de la Segunda Guerra Mundial, fue en realidad un telón de fondo crucial y un cómplice inadvertido para las operaciones secretas del Tercer Reich. Más allá de los puertos canarios, la inteligencia alemana extendió sus tentáculos por el desierto, buscando no solo información, sino también sembrar el caos en los territorios aliados.
El profesor Manuel Lobo, exrector de la Universidad de Las Palmas (ULPGC), en su investigación, publicada por la Universidad de Oxford, ha desvelado cómo la intrincada red de espionaje germana no se detuvo en las playas canarias, sino que se proyectó directamente hacia el continente africano.
El epicentro de esta extensión sahariana fue, sin duda, Edmund Niemann, el escurridizo 'Nemo', jefe de la sección KO-Spanien de la Abwehr. Su misión: infiltrar el entramado aliado, anticipar movimientos militares en el norte de África, y asegurar el suministro y la asistencia a los submarinos y cruceros alemanes que operaban en el Atlántico. La Abwehr operaba bajo la fachada de la neutralidad española, pero sus tentáculos llegaban a Ifni, Cabo Juby, Río de Oro e incluso Fernando Poo en el Golfo de Guinea.
La red que Niemann coordinaba desde la llamada sección KO-Spanien incluía al menos a 36 alemanes residentes en Canarias y el norte de África, y 35 españoles con roles activos, muchos de ellos vinculados al aparato militar franquista. El espionaje alemán no era improvisado: tenía rostro, nombres y direcciones. Desde el influyente cónsul Jacob Ahlers en Tenerife hasta Otto Bertram, gerente de Lufthansa en Las Palmas, la comunidad alemana actuaba como un ejército silencioso en misión permanente.
Según Lobo Cabrera, la actividad alemana en el Sáhara español fue particularmente significativa, especialmente en Villa Cisneros (Río de Oro). Esta área estaba bajo el mando tanto de KO-Spanien como de la Abwehr en París.
En Villa Cisneros, la inteligencia alemana estaba controlada a través de la figura de Pablo López Cantaro (alias 'Pila' y 'Don Pablo'), "un nombre tapadera que probablemente ocultaba su nacionalidad alemana" ya que "Don Pablo estableció una importante red de agentes españoles, alemanes y árabes que facilitaron la recopilación de información y el desarrollo de las operaciones radiotelegráficas".
Niemann no era un advenedizo. Había llegado a Marruecos en 1907 y fue encarcelado por los ses durante la Primera Guerra Mundial por fomentar revueltas anticoloniales.
Después, dirigió empresas comerciales germano-marroquíes, se sumó al ejército nazi durante la Guerra Civil española y se recicló en cineasta antes de reaparecer en 1939 en Las Palmas como “vendedor de máquinas de escribir”. Pero bajo esa tapadera, era el cerebro logístico de una operación que recogía informes sobre movimientos aliados en el Atlántico, fomentaba revueltas en África, e incluso planeaba sabotajes navales como el intento fallido contra el SS Hartington en el puerto de La Luz en 1942.
La red Niemann extendía sus ramificaciones hacia el Sáhara español gracias a un entramado de colaboradores españoles: desde militares como el coronel Hernández Aceituno en Villa Cisneros y Francisco Escribano Aguirre, jefe aéreo de las posesiones saharianas, hasta mensajeros con libertad de movimiento en el Marruecos francés. Fue así como, según Lobo, Niemann utilizaba rutas aéreas militares y redes comerciales para transportar documentos cifrados, propaganda y armamento ligero desde Canarias hasta Cabo Juby y más allá.
Las conexiones eran tan profundas que incluso utilizaba el número de teléfono de la Zona Aérea de Canarias y África Occidental, como si formara parte del aparato militar español. En los directorios locales, su nombre aparecía junto al del Partido Nazi, prueba de la aceptación social de su figura en determinados círculos franquistas. Era, en palabras del propio FBI, una amenaza estratégica de primer orden para los aliados, objeto de vigilancia por parte de ses, británicos y estadounidenses desde al menos 1941.
La maquinaria nazi operaba también desde Tenerife y se infiltraba en los entresijos de la sociedad isleña con métodos tan sutiles como letales. La red incluía a biólogos, comerciantes, profesores y empresarios alemanes con influencia en Puerto de la Cruz y Santa Cruz. Pero su impacto más inquietante se proyectó hacia el sur: saboteadores y mensajeros cruzaban hacia Ifni y el Sáhara, fomentando disturbios contra los intereses ses y británicos. En muchos casos, según los informes aliados, incluso entregaban armas a líderes tribales en el desierto para avivar rebeliones.
El legado de esta red, que permaneció activa hasta bien entrado 1944, desafía el relato de una España neutral. Y especialmente de unas Islas Canarias que, bajo el barniz de la lejanía, sirvieron de trampolín hacia el corazón del África occidental.
De Las Palmas al Sáhara, la sombra del Tercer Reich cruzó los alisios a bordo de barcos mercantes, en compartimentos secretos de aviones militares, y en las valijas diplomáticas de cónsules dobles. El general Francisco García Escámez, capitán general de Canarias y máxima autoridad militar en las islas, entregó a Madrid registros sobre ciudadanos alemanes sospechosos, elaborados por la inteligencia militar española en el archipiélago. Sin embargo, los informes estaban incompletos y, según fuentes aliadas, “cuidadosamente censurados” para proteger a ciertos elementos colaboracionistas o integrados en círculos económicos locales.
El golpe de efecto llegó en agosto de 1946, cuando el buque SS Marine Marlin zarpó desde Bilbao con un nutrido contingente de ciudadanos alemanes repatriados. Fue el mayor traslado hasta la fecha.
Aunque Niemann no viajó en el barco, su salida del país tuvo lugar en paralelo: fue expulsado por vía aérea bajo estricta vigilancia policial. Pero el telón no cayó del todo. Los esfuerzos de los Aliados por neutralizar el aparato nazi en España tropezaron con las contradicciones del franquismo y con la falta de voluntad real de depurar responsabilidades.
Apenas dos años después, en septiembre de 1948, Niemann ya figuraba en una lista de alemanes reitidos en España, probablemente bajo otra identidad o con cobertura empresarial. A juicio de Manuel Lobo, el caso ilustra una verdad incómoda: la desnazificación en Canarias fue más simbólica que efectiva. Muchos de los bienes incautados fueron posteriormente devueltos, y las redes económicas e informativas germanas sobrevivieron bajo nuevas formas, adaptadas a la Guerra Fría y al nuevo papel estratégico del archipiélago.