No hay manera de que tu madre te pariera en la Zaragoza de los años noventa y que el rap no haya ametrallado tus orejas. Sería como nacer en Sevilla y no tener ni papa de quienes son Los del Río. Una marcianada total. Desde los botellones adolescentes, hasta las tardes rodeado por corrientes masticables de fumata marihuanera mezclándose con el aire, la banda sonora de mi vida ha tenido boom bap, rimas y periplos lingüísticos como tiránica condición. Una partitura que pasados los años y los estilos, instalado el drill, el grime, el trap, el latin trap y hasta el techno rap en las repertorios nacionales, todavía sigue sonando. Y aunque esto también ha sucedido en ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona, hablaré aquí de Zaragoza, principalmente porque es donde me crie y, de seguido, porque varios de los raperos old school que siguen imponiéndose en las listas de Spotify con la fuerza de un miura tienen denominación de origen Aragón.
Mucho se ha dicho de las tribus urbanas. De los heavies, los nazis, los mod, los canis, los pijos que escuchaban Operación Triunfo, o los poperos que no se salían de Los Cuarenta. En la Zaragoza de primeros dosmil, uno podía pasarse por la Puerta del Carmen esas distinciones. Todos, antes o después, acababan escuchando rap. ¿A quiénes? Para los no-iniciados, mentaré aquí a los capitanes hiphoperos que reunieron a varias generaciones cerca del Puente de los Gitanos a probar su valía de cara a los aspirantes de la rima perfecta. Fuck Tha Posse, de donde surgirían Sharif y Rapsusklei, Cloaka Company, del que emergería Haze y Xhelazz, o Flowklóricos, cuna de Rafael Lechowski, son algunos de ellos, pero, fuera de toda duda, Violadores del Verso marcó un punto y aparte.
Se ha quemado ya toda la información disponible sobre los orígenes de esta banda. El libro Los hijos secretos del funk. Conversaciones con Violadores del Verso, de Miguel A. Sutil, es un perfecto punto de partida para conocer los entresijos de la formación, así como el documental La otra gira, que muestra la trastienda de sus conciertos hace casi dos décadas. Años después de este documental, en 2011, los Violadores del Verso se convirtieron en lobos solitarios que desarrollaron sus carreras individuales, a pesar de estar siempre orgullosa y frecuentemente ligados a la formación que incluía al Dj R de Rumba y a los tres mc’s: Lírico, Sho-Hai y Kase O.
En los estribillos se mezclan menciones a la muerte, apologías desacomplejadas del alcohol y mala sangre sin las cortapisas de un tiempo tan puritano como el de hoy
En cuanto a sus carreras en solitario, Kase O dio la campanada con el legendario Jazz Magnetism (2011), fusión genuina de jazz y rap en un orgía de melodías y versos que resignificaron el hip hop español, una onda que podría decirse sólo Lechowski había tanteado con Donde duele inspira (2007). Luego prosiguió con El Círculo (2016), todo un acontecimiento de una épica superlativa que muchos fans vivieron con el mismo entusiasmo que la final de un mundial en el que se han apostado cuartos a favor del equipo patrio. Desde entonces, han sido varios los maxis, sencillos que ha descorchado, por no hablar de las innumerables colaboraciones que lo han llevado a ser sentado a la fuerza en el trono de mejor rapero hispanohablante del planeta. Lírico, por su parte, fue quien quedó más al margen de la escena publicando únicamente un álbum Un antes y un después (2012), dedicándose a hacer callo tras la mesa de mezclas y metiéndose en algún que otro embolado legal de altura después. R de Rumba no ha abandonado su tarea de poner música al rap, siendo ojito derecho de innumerables discos, colaboraciones y directos. Y, por último, Sho-Hai, quien podríamos decir ha sido el más unificadamente prolífico de todos pariendo tres álbumes en solitario: Doble vida (2011), La última función (2017) y el más reciente Polvo (2022), dejando claro a cada nueva recopilación que al Mago Beodo le queda carretera para rato. Y la pregunta es, ¿carretera para quién" allowfullscreen>