Raphaël Pichon (1984) es el fundador y director del coro y orquesta Pygmalion, grupo que este año ha ganado el prestigioso premio OPER! Awards y con el que tiene un recorrido de veinte años cosechando éxitos gracias a un compromiso absoluto con cada obra que interpretan. Su vastísima formación musical en varias disciplinas y su férrea voluntad le han llevado tanto a tener uno de los mejores conjunto de instrumentos de época del mundo con un repertorio cada vez mayor, como a ser solicitado como director invitado por algunas de las más prestigiosas orquestas del mundo como la Filarmónica de Viena, la Filarmónica de Berlín o próximamente la Concertgebouw de Ansterdam. Hablamos con él con motivo de la gira por España con un programa de música romántica sa muy novedoso, sorprendente y extraordinariamente interpretado y con el que seguirá de gira por Europa, al que han bautizado como “Requiem por Ophélie” y en el que participan la soprano Sabine Devieilhe y el barítono Stéphane Degout.
Pichon es un hombre tan reflexivo como apasionado. De lo primero da cuenta su coherencia y su razonamiento en torno a los proyectos que lleva a cabo con Pygmalion, así como las larguísimas pausas que hace en mitad de su discurso, y no porque titubee, sino porque quiere ser perfectamente exacto en sus propósitos; de lo segundo, su insaciable curiosidad y su amor desmedido por esos compositores a los que siempre vuelve, como Schubert y, ante todo y todos, Bach, de quien ha grabado versiones ya referenciales como la “Misa en Si menor” o la “Pasión según San Mateo” (Harmonia Mundi), además de otros CDs en torno a Mozart o Schubert principalmente. En esta entrevista, este director carismático nos habla de su forma de aproximarse a los compositores y sus obras y de su filosofía vital respecto al hecho musical.
Pregunta. Usted tiene una formación musical muy completa: contratenor, violinista, clavecinista y por supuesto, director. Su carrera como tal comenzó con el repertorio barroco pero actualmente aborda un catálogo de obras muy diversificado y en esta gira española se ha presentado con un programa dedicado al romanticismo francés. ¿Considera que es un recorrido lógico y natural en su trayectoria como director y en su vida musical?
Respuesta. Sí, desde luego. Cuando era joven consideraba que lo lógico era partir de las fuentes e ir hasta el infinito y en ese sentido, J.S. Bach era ideal. Por un lado, porque me parecía evidente crear un grupo de instrumentos de época, porque en la escolanía en la que cantaba de adolescente, cuando hacíamos repertorio del XVI, XVII o XVIII, el director siempre acudía a este tipo de instrumentos, que hay que tener en cuenta que hay que “domesticar” en cierto modo, y para eso, Bach es la mejor escuela. Y además es una fuente de la que podemos beber incansablemente y lo haremos siempre, lo que no nos impide explorar lo que había antes y lo que ha venido después, pero hay que ir etapa por etapa: con nuestra filosofía, cambiar de época significa cambiar de instrumentos, y eso significa que la primera vez que tocamos a Mozart hubo que adaptarse con todo lo que eso significa: encontrarlos, hacerse a ellos y buscar un sonido conjunto, es decir, aprender a tocarlos juntos. Con cada nuevo compositor utilizamos instrumentos diferentes, sea Schubert, Brahms, Fauré… Creo mucho en un acercamiento cronológico porque nos enseña hasta qué punto la música es como un largo río con muchas capas de sedimentación. Le pongo un ejemplo: cuando uno toca por primera vez el Requiem Alemán de Brahms después de haber pasado diez o quince años tocando Praetorius, Schütz, Buxtehude, Gabrieli, la música veneciana o Mendelssohn, entra en Brahms de otra manera. Eso no quiere decir que no se pueda alterar esta “regla” cronológica, claro. De hecho ahora tenemos un repertorio muy amplio, estamos haciendo música renacentista, concretamente a comienzo de temporada hicimos un espectáculo con Romeo Castellucci que se llama “Lacrime d´Eros” que se centraba en la música en torno al nacimiento de la ópera del XVI italiano y ahora en cambio acabamos de encargar nuestra primera ópera a un compositor actual. Pero creo que ese acercamiento cronológico hace aprender muchas cosas: a tener paciencia, a engrosar colectivamente nuestra caja de herramientas, herramientas técnicas, filológicas y retóricas. Porque hay que tener en cuenta que, si bien el aspecto cronológico es fundamental, al mismo tiempo hay mucha más distancia entre dos autores bastante cercanos en el tiempo como Monteverdi y Haendel, que entre Schütz y Brahms, distantes de dos siglos y medio. Ese río funciona también por irrigación cultural y me parece que comprender esa culturas y apropiarse de ellas es también una suerte enorme. Vuelvo al Requiem de Brahms: la forma en que estructura los diferentes fragmentos textuales se debe a una tradición que proviene de la Guerra de los Treinta Años. En definitiva, es una mezcla de cronología y de conciencia de esas herencias culturales.
Raphaël Pichon en concierto.
P. ¿Ésa es la razón por la que Pygmalion lleva a cabo proyectos que giran alrededor de un autor o una obra?
R. Exactamente. Me parece que se trata de un proceso múltiple. En primer lugar, se trata de llegar a merecer una obra maestra y tomarse el tiempo de rodearla y “cercarla” visitando obras menos conocidas para crear los recursos que nos servirán para abordar legítimamente esa obra maestra y por qué no, descubrir algunas pequeñas joyas y diferentes pistas que nos van a iluminar a medida que avanzamos. Es una preparación y también una continuación de un camino de descubrimiento, que forma parte también de nuestra responsabilidad como músicos: la responsabilidad de haber tenido la suerte de haber sido amamantados por la generación anterior de músicos historicistas, que hicieron un trabajo extraordinario desde la II Guerra Mundial, que vivieron un periodo real de marginación musical y tuvieron la valentía de parar para volver a empezar desde cero, incluso el valor de tocar desafinado, de cuestionarlo todo, de equivocarse, de crear un acercamiento casi de orden filosófico sobre la música y sus mensajes. ¿Qué hacemos nosotros con esta herencia en un mundo que ha cambiado por completo y en el que la música antigua ya no es en absoluto marginal, sino casi “mainstream”? ¿Qué hacemos perdurar y continuar, qué trabajo nos toca hacer? Una respuesta que me parece posible y apasionante es la de explorar los pasajes que conducen a cada compositor que tocamos.
P. Está claro que en el caso del concierto “Requiem por Ophélie” la obra maestra en torno a la que pivota el programa es el Requiem de Fauré, pero me gustaría que me hablara de cómo surgió la idea de unirlo con “Hamlet” de Ambroise Thomas y con “Tristia” de Berlioz, cuyo movimiento central también se inspira de la muerte de Ofelia.
R. En Pygmalion abordamos mucha música sagrada, de hombrees de fe, de hombres que creen con mucha intensidad: Bach, Schütz, Buxtehude, Mozart a su manera porque cree en el hombre. Y de repente encontramos este Requiem, que es el de alguien desencantado, un Requiem de una dulzura infinita, lleno de una luz muy sa, pero de alguien que no cree en Dios y además, lo dice. Me parece que hay una tristeza verdadera, profunda, terrible y sobrecogedora, que para mí, proviene de ese desencanto, des esa desilusión. Y si hay dos personajes absolutamente desilusionados, que además han fascinado a cantidad de compositores a lo largo del XIX, son Hamlet y Ofelia. Ella, por amor y hasta el punto de suicidarse y él, a causa de tantas traiciones, que, de otra manera, también lo llevan a la muerte. Si vamos a las obras del programa, Hamlet en la obra es un barítono y Ophélie, una soprano, las mismas voces que los solistas que pide el Requiem de Fauré. A partir de ahí se trataba de encontrar un relato que, por otra parte, si no resulta muy claro para el público, tampoco pasa nada. Pero lo importante para mí era dar con un recorrido, el recorrido de dos almas extraviadas que buscan desesperadamente el reposo y a las que acompañamos y a las que vamos a llevar hasta dicho reposo con el Requiem de Fauré. En definitiva, este programa da cuenta de la luz a la sa, de la desilusión y también de la literatura musical del agua. El agua desde el punto de vista de lo que hay en la superficie pero también en las profundidades, esa agua que continuará estando presente en Debussy y Ravel. El Requiem de Fauré me parece muy acuático teniendo en cuenta esos dos planos de superficie y profundidades. Y Hamlet también, claro, y de manera muy evidente para el personaje de Ofelia. Al mismo tiempo, junto a esta transparencia y esa luz tan sas que destilan ambas obras, había que encontrar un contrapunto, algo más rugoso, directo y acerbo y ahí entra en juego Berlioz, que también estaba fascinado por Hamlet. Hay que tener en cuenta que pergeñó varios proyectos para la escena que no llegaron a concretarse y que escribió varias piezas en torno a este tema que reunió en ese conjunto llamado “Tristia”. Fíjese, en el Requiem es como si volviéramos a escuchar a Hamlet y a Ofelia, que vuelve en forma de fantasma, concretamente en el “Pie Iesu” y también en el “In Paradisum”, en el que me tomo la licencia de volver a hacer cantar a Ofelia, como una última palabra para Hamlet, pero esta vez desde la serenidad y la luz Y así conformamos este mosaico, esta especie de caleidoscopio. Me parece fascinante crear un contexto para el oyente que le permitirá escuchar una obra que ya conoce desde un ángulo diferente. Y al mismo tiempo quizá ayuda al alma a abandonarse de una forma distinta cuando escuchamos esas obras. Nuestro mundo de hoy tiene sed de consuelo, de reposo, de luz, sin caer en la ingenuidad, desde luego, pero creo que es muy necesario y en ese sentido, esta música supone un auténtico bálsamo para el alma
P. Es verdad que ese Requiem es tan bello, tan transparente, tan ligero en el mejor sentido del término, que al escucharlo en concierto olvidamos completamente que se trata en realidad de una misa fúnebre.
R. ¡Y mire que es triste!
P. Estas explicaciones suyas, esa inclinación por cierto tipo de tristeza y redención me ayudan a entender en buena parte su pasión por Schubert, compositor que Vd. aborda con mucha frecuencia.
R. Sí, claro. Pero la luz en Fauré es brillante, mientras que en Schubert es aterciopelada, diáfana pero oculta, velada. Y eso es una cuestión del inconsciente cultural, que hace que generación tras generación, una nación, un pueblo, una cultura pueden marcar una impronta así de fuerte. Pero volviendo a Schubert, para mí fue fascinante montar todo un proyecto titulado “L´autre voyage” para la Opéra-Comique de París junto a Stéphane Degout con esas óperas que nunca terminó y que, sin embargo, le llevaron buena parte de su corta vida. Hilvanamos una dramaturgia con fragmentos de diferentes óperas en colaboración con la directora de escena Silvia Costa. ¿Usted se imagina? Él quería ser operista y sin embargo...
P. Da la sensación de tener las ideas muy claras ¿Se ha dejado aconsejar por sus compañeros Sabine Devieilhe y Stéphane Degout para la interpretación de estas obras y muy concretamente para el “Hamlet” de Ambroise Thomas, que ellos han cantado muchas veces?
R. Este programa ha nacido de hecho a causa de ellos dos, porque los tengo siempre presentes y porque les he escuchado cantar juntos muy a menudo, incluido el “Hamlet” de Thomas. Evidentemente el acercamiento en este programa es un poco diferente puesto que no hay escena y está integrado en un concierto, pero todo su conocimiento, toda la magia que ellos imprimen cuando cantan, saber que esta música la tienen integrada hasta el punto de que sea algo orgánico es una suerte para Pygmalion.
P. Ahora le invitan a dirigir muchas de las más afamadas orquestas de todo el mundo. ¿Qué cambia a la hora de trabajar con grandes agrupaciones respecto a ponerse al frente del coro y orquesta Pygmalion?
R. Para mí supone una gran contradicción. En primer lugar, me da mucho miedo, porque supone aceptar el hecho de ponerse en peligro frente a personas que no te conocen en absoluto. Miedo a no hablar el mismo idioma en lo musical, a no ser comprendido. El miedo también a los propios defectos y carencias. Pygmalion es mi familia, mi grupo y nos conocemos tan bien… Y al mismo tiempo, me parece una suerte inmensa salir a dirigir todas esas orquestas: como no somos un grupo permanente, todos mis músicos tocan con otras orquestas, con otros directores, otros repertorios o son profesores, lo que significa que aportan otras experiencias enriquecedoras a Pygmalion. Del mismo modo, es necesario que yo me confronte a otras culturas, a músicos extraordinarios que tocan en otros lugares, a otras filosofías y otros puntos de vista para que yo pueda aportar eso a mi orquesta. Y he de confesar que cuando funciona bien, resulta mágico. Pero ya ve, es algo contradictorio.
P. ¿Qué repertorio le gusta hacer fuera de Pygmalion?
R. No tengo tanto una idea de repertorio como de encontrar un proyecto que se corresponda con la orquesta que voy a dirigir y conmigo mismo, de manera que cada una de las partes pueda aportar algo. De hecho, pueden ser repertorios muy distintos: he hecho este año Schubert en Nueva York, Beethoven en Múnich, Bach en Berlín… Lo más importante es llegar a ese cruce de caminos en el que cada uno, de formas diferentes, puede encontrar su sitio.
P. Habla Vd. muy a menudo de Bach, le consagró su primer CD, ha grabado hace poco la “Misa en Si menor”, acaba de interpretar la “Pasión según San Juan” y el año que viene volverá a Madrid con la “Pasión según San Mateo”. ¿Considera que este compositor ha estructurado en cierto modo su carrera y aprendizaje como director?
R. Es el compositor que cambió mi vida desde que era un joven cantante y el que decidió que mi vida sería la música. Una fuente infinita e inagotable. Acabamos de grabar la San Juan y aún estoy abrumado de ver la cantidad de cosas que se pueden descubrir en una partitura que yo creía conocer muy íntimamente y de verdad en profundidad. Esta intimidad con compositores como Bach es realmente extraordinaria, porque es alguien que te enriquece, que te empuja, que te enseña, que te transforma. Es como llegar a tener una relación de amistad espiritual y esto es una suerte única, hasta tal punto que te sientes impelido a compartir esta fortuna. Y además con Bach sucede algo particular, porque es inagotable tanto para el corazón como para el cerebro. Mire, intelectualmente es tan genial que cuando piensas haber llegado al fondo, resulta que encuentras una capa más; pero al mismo tiempo hay algo que no se puede explicar y que implica algo muy emocional y directo, muy orgánico en cada sonido, cada armonía, cada color. Quiero decir que su música es al mismo tiempo directa y profunda y no hay muchos compositores que consigan expresar una visión del mundo semejante. Para mí es el compositor más capaz de ofrecernos la misma complejidad que comporta el alma humana, no hay otro que sea capaz. Hay muchos extraordinarios, pero Bach es el único capaz de esto.
P. ¿Qué nuevos proyectos nos prepara? He visto que va a dirigir Wagner.
R. Sí, en unos días por primera vez. Pues hay una serie de ideas bastante locas. Tenemos un festival en Burdeos, que se llama “Pulsations” y este mes de junio vamos a interpretar la versión sa de una ópera de Bohuslav Martinu que se llama “ion grecque”, una auténtica obra maestra. Él tenía la intención de hacer una versión sa, como lo hizo para “Juliette io el libro de los sueños”. Yo mismo he hecho la traducción y hemos encargado una nueva orquestación porque en principio pide unos efectivos enormes. La representaremos en una antigua fábrica de trenes, así que ya ve la locura que puede ser. Y en verano en Salzburgo hacemos una obra nueva con un nuevo libreto encargado a un escritor extraordinario llibanés que se llama Wajdi Mouawad y que ha escrito algo en torno a “Zaïde” de Mozart, que considero una ópera clave en la producción mozartiana. Y el año que viene haremos cosas tanto más próximas en el tiempo como más antiguas.
P. Volviendo a la idea que ha expuesto al comienzo, entiendo que consigue abordar repertorios tan variados en el tiempo porque, a fin de cuentas, para Vd. las generaciones no funcionan de forma vertical, sino horizontal, es decir, es una cuestión de contrapunto.
Exactamente, lo dice mejor que yo, es contrapunto y en ocasiones funciona como una fuga y para avanzar hay que ir a la quinta superior e ir doscientos años atrás, para después ir a la octava inferior y revisitar los cimientos. Es un contrapunto figurado que se va trenzando y en el que buscamos respuestas y gracias al que intentamos comprender mejor la obra de todos esos compositores y lo que les une entre ellos. Tenemos una suerte inmensa los músicos. Una suerte a menudo frágil, y es el caso en estos tiempos, pero una gran suerte en cualquier caso.