Donald Trump empieza a hartarse de Vladimir Putin. Las conversaciones de paz con Ucrania están estancadas y eso empieza a incomodar al inquilino de la Casa Blanca. A través de sus redes sociales manifiesta desde hace unos días su inquietud. Lo hace a su manera, claro. En una de sus publicaciones esta semana decía que Putin estaba jugando con fuego. A continuación le recordaba que si no fuera por él ya le habrían pasado a Rusia muchas cosas malas. Su secretaria de prensa, Karoline Leavitt, emitió un comunicado en el que se insistía que el presidente quiere un acuerdo de paz negociado y que todas las opciones están sobre la mesa.
El hecho es que, a pesar de que se han cumplido ya los cinco meses desde que regresó al poder, Trump no ha logrado obtener ni una sola concesión de Putin. Todo lo contrario, el Kremlin no ha hecho más que escalar la situación e intensificar los ataques. Eso complica a Trump que durante la campaña electoral prometió poner fin a la guerra y hacerlo rápidamente, en sólo 24 horas. Iba a conseguirlo gracias a su privilegiada relación con Putin. Muchos lo creyeron, especialmente sus votantes, pero también mucha gente en Europa que pensaban que Trump tiene algo así como una varita mágica. La cosa empezó torcida, validando la narrativa del Kremlin, humillando a Volodímir Zelenski en el despacho oval y deshaciéndose en detalles con Putin como, por ejemplo, no incluyendo a Rusia en la lista de aranceles recíprocos. Pero las negociaciones no avanzaban. Putin simplemente no está dispuesto a ceder. Sorpresa para nadie.
Es muy posible que Trump fuese sincero, es decir, que pensase que su amistad con Putin bastaría para poner fin a la guerra. Después de cinco meses puede constatar que amistad no había ninguna y que Putin se ha aprovechado de él y de la ventaja que inexplicablemente le ha dado. No será porque no se lo advirtieron, pero Trump no es de los que se dejan dar consejos. Tiene sus propias manías y obsesiones. La primera de ellas es su aversión manifiesta hacia Zelenski, que osó levantarle la palabra en su despacho delante de todo el mundo. El domingo, en el mismo momento en el que advertía a Putin, deslizó una crítica a Zelenski en una reprendiéndole por no hacer ningún favor a su país. Nada nuevo, a Zelenski le vilipendia siempre que tiene ocasión ya que en su mente está vinculado a Biden y eso es algo que le subleva. Otra obsesión que tiene es la de su infalibilidad. Está convencido de que nunca se equivoca. Creía que conocía a Putin y que acabaría con la guerra como un favor personal. A cambio le remuneraría de algún modo.
Le queda la opción de endurecer las sanciones. En abril el republicano Lindsey Graham presentó un proyecto de ley con una batería de sanciones a Rusia. El proyecto ya tiene 80 apoyos firmes en el Senado. Hay un proyecto de ley muy similar en la Cámara de Representantes. Con esta ley Rusia y todos los países que apoyan la invasión de Ucrania serían sancionados. El proyecto de ley también prevé un arancel del 500 % a las importaciones de cualquier país que compre petróleo, gas, uranio y otros productos rusos.
¿Funcionaría eso para ablandar a Putin? Pues lo desconocemos. Habría por lo tanto que preguntarse por qué se niega a firmar ese acuerdo de paz. La razón principal hay que ir a buscarla a lo bien que le va al ejército ruso en los últimos meses. Han retomado la iniciativa y, aunque avanzar no avancen mucho, se sienten fuertes y con posibilidades de derrotar a los ucranianos e imponer el acuerdo de paz que ellos desean.
Hay otro elemento importante. Después de tres años y pico de guerra la economía rusa depende hoy por completo de que esto siga. Es la guerra la que mantiene al país funcionando. En los primeros meses de la guerra, cuando Putin se percató de que iba para largo, preparó al país para un conflicto prolongado. Reestructuró la economía para producir armas en gran cantidad. Junto a eso se han reclutado cientos de miles de efectivos con salarios altos. En algunos momentos llegaron a registrarse más de mil alistamientos diarios atraídos por unos sueldos muy superiores al promedio en Rusia.
Ahora, con un país orientado casi en exclusiva a la guerra, avanzan con lentitud, pero avanzan. Estos avances le han dado a Putin la libertad de tomarse con calma las negociaciones de paz y desdeñar las conversaciones directas con Zelenski. Que Trump se queje es un asunto menor al lado de lo que tiene entre manos y de lo que puede sacar a cambio.
El problema vendrá después. Cuando Putin se considere preparado para hacer la paz, desmontar esa estructura será una tarea más peliaguda. La industria militar se ha convertido en el motor del crecimiento económico así que durante un tiempo será imposible reducir de golpe el gasto militar. La industria armamentística rusa ha recibido miles de millones de rublos en estímulos en los últimos años para ampliar las líneas de producción y mantenerlas trabajando en tres turnos. Esta afluencia de dinero ha incrementado los salarios (en buena medida para competir con los que ofrece el ejército) y ha provocado que mejore sustancialmente el nivel de vida de muchos rusos en las zonas más pobres del país.
En resumidas cuentas, que antes de pensar en la paz, tiene que pensar en cómo reconducir esto en la inmediata posguerra. A la mayor parte de rusos no les ha importado lo más mínimo la invasión de Ucrania, pero se quejarían si de pronto se quedan desempleados o ven como sus salarios decrecen sustancialmente. Esto en cierta medida condena a Rusia a mantener algo parecido a una economía de guerra de forma crónica de lo que se derivan consecuencias para sus vecinos en Europa y en el centro de Asia.
Si la guerra termina en Ucrania más de uno teme que en el Kremlin empiecen a fijarse en ellos. En el Báltico temen posibilidad de que la guerra se extienda a su territorio. En Kazajistán podrían meterse en el norte del país, donde aún reside una gran población de etnia rusa. La justificación sería la misma que con Ucrania: los rusoparlantes están siendo discriminados y aquello formó parte de la URSS durante décadas, así que a Rusia le asiste una suerte de derecho histórico para controlar esos países e incluso darles un bocado como ya ha hecho con Ucrania.
Desmovilizar a miles de soldados también tiene consecuencias negativas, en este caso para el Kremlin. No es ya que en el ejército ganen más de lo que podrían ganar en su pueblo, es que se trata de tipos muy bragados en combate y, a menudo, traumatizados por eso mismo. Ese tipo de gente siempre ha sido una amenaza para la estabilidad de cualquier país. Recordemos la que liaron los veteranos de guerra como Hitler o Mussolini después de la Primera Guerra Mundial. En la URSS, al concluir la Segunda Guerra Mundial Iósif Stalin pensaba que los veteranos eran una amenaza por lo que envió a muchos de ellos a Siberia.
La pérdida de empleos en las fábricas, junto a una economía sin estímulos, podría generar cierto descontento entre quienes han visto en esto de la guerra la mayor redistribución de la riqueza desde la caída de la Unión Soviética. Sin una crisis existencial como la guerra en Ucrania, será difícil justificar que se sigan invirtiendo fondos en la industria de defensa al ritmo actual. Putin es un dictador, pero también es muy sensible a lo que el ruso medio piensa. Sabe que su popularidad depende de ello. Mientras siga siendo popular nadie se atreverá a hacerle sombra en el Kremlin. Si la pierde pueden surgir facciones rivales que pretendan jubilarle. Putin ya no es un jovenzuelo, este año cumplirá 73 años y ha envejecido a ojos vista desde que empezó la guerra.
El negocio de las armas
Para colmo de males la caída del precio del petróleo añade otra nota de incertidumbre para el futuro. Algunas industrias armamentísticas están estudiando la idea de exportar sus excedentes de producción y hacer algo de caja con ello. Hasta antes de la guerra Rusia era el segundo mayor exportador de armas del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Las armas rusas suponían el 20% del mercado mundial. Hace diez años su participación era incluso mayor, del 25%. Luego vino la anexión de Crimea y las primeras sanciones, pero aún así en 2021 Rusia ingresó 50.000 millones de dólares en exportaciones de armamento. Tras la invasión de Ucrania se secó buena parte de su mercado y Francia pasó a ocupar el segundo puesto.
El problema es que en estos tres años ha perdido cuota de mercado en Europa, Asia y África. En estos dos últimos lugares se compran las armas a crédito y no es fácil conseguir un préstamo para comprar cañones a Putin. A eso hay que sumarle que la industria militar rusa tiene que atender una guerra en curso, por lo que ha priorizado la cantidad sobre la calidad. En cierto modo, Rusia se encuentra en una situación similar a la de Estados Unidos y el Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial o a la de la Alemania nazi antes de la misma, cuando sus industrias armamentísticas eran el motor del crecimiento. Pero a diferencia de Estados Unidos, donde los avances militares se fueron extendiendo al sector civil —como la producción de penicilina, el radar, el kevlar, los jeeps, el GPS o el propio internet—, es improbable que la industria de defensa rusa produzca avances tecnológicos que impulsen un crecimiento porque no es una industria especialmente puntera e innovadora.
El día después es el problema, por eso necesita Putin que siga la guerra hasta que se las haya ingeniado para no ocasionarse un problema interno el día que acceda a firmar la paz.
gortegamiguel
01/06/2025 10:31
Siendo cierto lo que dice Díaz Villanueva, es obligado volver la vista atrás y valorar los interes y responsabilidades del complejo político-empresarial norteamericano que manejaba los hilos de las marionetas Biden y Zelensky, en el absurdo desafio a la Rusia de Putin, una enorme potencia nuclear e industrial, que va a terminar con la partición de una Ucrania arruinada por muchos años y una crisis política y económica de caballo de la Unión Europea, una superestructura burocrática costosísima que vive de los mantras que crea para seguir creciendo, un proyecto política fallido, si no se reforma a fondo en muy poco tiempo.
Pepe Perez
01/06/2025 17:11
Esto es una guerra USA Europa y nada mas. Cortan las alas a Rusia con las exportaciones y Europa debe comprar mas caro. Gracias a ello, las empresas europeas tienen mas costros derivadfos de esa guerra y se van a otros paises como los USA. Esto ha sido tan genial como lo que hicieron los ses con el 11 M aqui en España.