Imaginemos, por un momento, que somos el gerente de una startup prometedora en la ciudad de Barcelona. Estamos lanzando un nuevo producto, añadiendo funcionalidad a una aplicación o instalando nueva maquinaria. Necesitamos un par de ingenieros, así que publicamos una oferta de trabajo. El salario ofrecido es competitivo, parecido a lo que se paga en el sector.
Tenemos, sin embargo, un pequeño problema: el precio de los alquileres en Barcelona es muy alto, así que lo que parece un buen sueldo para un ingeniero resulta que no da para tanto cuando ven lo que les va a costar vivir en la ciudad. Uno de tus mejores candidatos tiene otra oferta en un lugar más asequible con el mismo sueldo y decide irse a tu competidor. Para que el otro acepte, te ves obligado a pagarle un poco más.
Todo ese trabajo para tener empresas innovadoras y competitivas que paguen buenos salarios acaba teniendo un solo beneficiario: el casero, que es quien se queda con ese dinero extra.
Ahora pongámonos al otro lado de la escala. Eres un chaval recién salido del instituto, empezando a trabajar en una tienda cerca del centro de Barcelona. Te gustaría vivir cerca del trabajo, pero los alquileres están imposibles, así que acabas buscando un piso en el extrarradio. Cada minuto de tiempo de desplazamiento adicional, cada parada de cercanías que te tienes que comer para ir a tu empleo, te ahorra un pequeño porcentaje de tu coste de vivienda. Lo que no pagas en euros, lo acabas pagando en madrugones o en llegar a las tantas a casa. El único que gana, cuando intentas mejorar tu calidad de vida viviendo más cerca, es un casero.
Cuando se habla del coste de la vivienda se suele repetir, a menudo, que es el principal gasto que tienen casi todos los hogares. Cuando los precios se disparan, estas subidas tienen un impacto inmediato en millones de familias, que tienen que hacer toda clase de equilibrios con sus horarios y presupuestos para salir adelante.
Esto es completamente cierto, pero de hecho subestima la enorme importancia que tiene la vivienda tanto en el bienestar familiar como en la prosperidad del país. Cuando los precios están fuera de control, el coste de los alquileres no solo hace difícil llegar a ese final de mes, sino que cambia radicalmente no solo dónde vivimos, nuestras propias rutinas y horarios.
La escasez de vivienda empuja a los que menos tienen lejos de sus lugares de trabajo, condenándoles a sufrir la clase de desplazamientos y horarios que hacen a cualquier persona miserable. Esto tiene un impacto sobre sus hijos, tanto porque ven menos a sus padres como porque acaban viviendo en un entorno familiar mucho más estresado e inestable.
Los mayores desplazamientos, por supuesto, generan toda clase de costes. Incluso utilizando transporte público, vivir lejos genera más gasto energético y emisiones. La dispersión de la población, por añadido, complica ofrecer alternativas al vehículo privado, así que a menudo las familias acaban gastándose en coches y gasolina lo que se ahorran en alquiler. Las emisiones de esos vehículos, por supuesto, son tremendamente costosas.
La carestía de la vivienda, además, hace la economía menos competitiva. Para empezar, obliga a las empresas a pagar más a sus trabajadores para atraer talento. Esos sueldos más altos, sin embargo, no sirven para aumentar la renta disponible de sus empleados, sino que acaban siendo utilizados en pagar alquileres o hipotecas desorbitadas.
En ocasiones, esto acaba por crear ciudades con empresas cada vez más competitivas, capaces de crear cantidades ingentes de riqueza con muy buenos salarios, pero donde toda esa riqueza adicional solo acaba por enriquecer a las inmobiliarias. Inevitablemente, los inversores se dan cuenta de que el único que parece estar poniéndose las botas es quien tiene pisos de alquiler, así que, en vez de poner su dinero en empresas productivas, acaban ejerciendo de caseros.
El peor problema generado por la carestía de la vivienda, sin embargo, es el profundo malestar que acaba generando. En España, como sucede en otros países desarrollados, hemos vivido años en un ciclo económico donde todos los indicadores parecen apuntar a años de prosperidad, vino y rosas. Para muchos trabajadores, cualquier subida de sueldo parece acabar esfumándose de inmediato, víctima de subidas de alquiler o hipotecas cada vez más imposibles de conseguir. Quienes se mudan fuera de las ciudades acaban amargados, pasándose dos horas cada día en el coche para ir al trabajo.
El clima empresarial también empeora. Primero, porque inevitablemente aparecen actores que están beneficiándose enormemente de estos alquileres altos y trabajan con ahínco para restringir cualquier aumento de la oferta que pudiera disminuir los precios. Segundo, porque el ladrillo se convierte otra vez en la mejor forma de hacer dinero rápido, dejando otros sectores de la economía sin inversiones.
Es muy probable que gran parte de los problemas de la economía española ahora mismo tengan como punto de origen nuestro horrible mercado de vivienda. La prioridad para el gobierno y todas las istraciones ahora mismo debería ser cambiar esta tendencia lo antes posible, aumentando la oferta disponible.
Hacer esto no es complicado. La oferta de vivienda en España está controlada, a todos los efectos, por las autoridades públicas, que son las que autorizan, mediante regulaciones urbanísticas, cuánto y dónde se construye. Cualquier gobernante con dos dedos de frente debería estar cambiando leyes y planes parciales para autorizar la construcción de bloques de pisos de ocho plantas en cualquier solar a menos de medio kilómetro de una estación de metro o cercanías. Vivienda pública protegida o privada a precios libres, eso es lo de menos; pero deben pensar en cómo aumentar la oferta tanto como sea posible en aquellos lugares con la infraestructura necesaria para soportarlo.
Mi sensación es que el gobierno socialista, y de forma más específica, Sumar y Podemos, no son conscientes en absoluto del daño atroz que el precio de la vivienda está infringiendo tanto en familias como en empresas. Si no buscan arreglarlo lo antes posible, se los va a llevar por delante.
gortegamiguel
01/06/2025 10:33
El impacto de la carga impositiva y regulatorias sobre los precios de la vivienda nueva y de alquiler, puede rondar, a falta de estudios rigurosos sobre un tema tan complejo, en torno al 50 %. Con todo, el problema no es tanto los precios de la vivienda, que no difieren sustancialmente de los pecios europeos que soportan unas cargas impositivas y regulatorias similares, como los sueldos españoles que son muy inferiores a los de los países europeos a los que queremos parecernos. Y esos sueldos son una enmienda a la totalidad de la política económica de los gobiernos de Rajoy y de Sánchez.
libra
01/06/2025 11:45
La mayoría de españoles no quieren que se construya más. Lo que quieren es que sus ladrillos sigan subiendo de valor, porque es lo único que tienen. Sus curriculum interesan menos que un billete de metro. Estamos en 2025: el mundo está controlado por los computadores y las Matemáticas, toda esa gente no sabe ni calcular un porcentaje sin ayuda y sólo puede aspirar a trabajar de pisapapeles en una empresa moderna. Así que se aferran al precio creciente de sus ladrillos. La solución vendrá por las malas, no se puede tener todo.
Pepe Perez
01/06/2025 16:59
Hay mucha vivienda que no se alquila por el miedo a la okupación. Empiecen por arreglar esto y ya verán como baja el precio del alquiler.
Playero
02/06/2025 03:24
Qué artículo tan malo, parece redactado por un chaval de 15 años.