En abril de 2008, un sacerdote brasileño llamado Adelir Antonio de Carli quiso volar atado a mil coloridos globos de helio. Quería batir un record y recolectar fondos para una causa noble. Lo logró a medias: ascendió más de 6.000 metros, se desvió hacia el océano y su cuerpo apareció flotando semanas después. Era un hombre de fe, pero confiaba demasiado en el látex.
De alguna manera, Pedro Sánchez se parece un poco a ese sacerdote. Su objetivo ha sido el mismo, batir récords y recolectar fondos (con fines menos altruístas), pero tampoco él logrará evitar la caída.
Porque también se elevó bien atado a globos ajenos. En su caso, no de todos los colores: la mayoría eran magenta. Otros eran morados, muchos amarillos y alguno, azul celeste. Cada globo representaba una alianza. Cada alianza, una promesa. Y cada promesa, una tensión con la realidad. Lo que ocurre ahora, no es que se estén desinflando: es que le explotan en la cara, uno por uno, cada día. Y con cada explosión, Sánchez pierde altura. No cae del todo, pero tampoco remonta. Se queda en suspensión, como esperando que el viento vuelva a soplar a su favor.
La presidencia de Pedro Sánchez ha sido un experimento aéreo: una combinación de ambición, cálculo y relativismo. Cuando no alcanzaba con los votos, sumó escaños alquilados. Cuando no alcanzaba con la ley, apeló a la urgencia. Y cuando no alcanzaba con la Constitución, la reinterpretó, como si fuera un texto del siglo XIII. Carlos Martínez Gorriarán lo advirtió con precisión en este mismo medio: “Lo que hace una ley de amnistía es cambiar totalmente el significado de los hechos, pasarlos de la categoría de delito político a la de normalidad política”.
Cada día estalla un nuevo globo, y explotan con ellos ministros desorientados, aliados oportunistas, y periodistas ensobrados.
Desde aquel retiro espiritual del presidente para reflexionar sobre el sentido de su cargo, los escándalos han sido incesantes. Y en los últimos tiempos, el estruendo de globos que explotan ha alcanzado categoría de mascletà valenciana. Si visitera sotana ya su caso sería muy parecido al del pobre Padre Adelir.
Le explotó Koldo, Aldama, Delcy, Abalos, Begoña, Tito Berni, el fiscal general, su hermano y su suegro; explotó su cuñado, (los cuñados nunca fallan). Ha explotado Gallardo, explotó Leire Díez, un parador entero y hasta una bomba lapa institucional, entre muchas otras detonaciones. Cada día estalla un nuevo globo, y explotan con ellos ministros desorientados, aliados oportunistas, y periodistas ensobrados.
A veces, se escucha algún zumbido raro que lo tapa todo por algunas horas y que parece sonar como una salvación celestial: son los drones de la propaganda oficial, que sobrevuelan las redes con mensajes prefabricados. Otras veces, se oyen ecos del subsuelo, audios filtrados en contra de la conveniencia del relato. Alfiles convertidos en alfileres, los peores enemigos de los globos. Y Sánchez no gobierna: resiste. No propone: sobrevive. Su estrategia no es dirigir el país, sino ganar tiempo. Y ya se sabe: el tiempo es un globo más.
La oposición, por su parte, tampoco entusiasma mucho que digamos. Alberto Núñez Feijóo se ha quitado las gafas, y demostró (últimamente mejor asesorado) que dejó atrás algún complejo, sin embargo también le ha ocurrido algo a su visión. Promete deshacer todo lo que Sánchez hizo mal —lo cual no es poca cosa—, pero en materia de propuestas, lo más claro que ha dicho es que habrá pagas para los celíacos. Necesita reventar las calles del país entero con su llamado del día 8, porque no le alcanzará con una Plaza de España, por más que desborde, solamente en Madrid.
Sánchez se tambalea. La crema catalana huele rancia, la morcilla vasca se ha enfriado demasiado, y la escena nacional empieza a hartarse. Europa, que hasta hace poco lo elogiaba, empieza a mirar hacia otro lado
Más pronto que tarde tendrá que presentar un gabinete completo y preparado; abrir el juego a voces jóvenes y nuevas que sumen, no que repitan. Si quiere sacar a Sánchez de la Moncloa por goleada, (que es la única manera que le sirve a España) tendrá que cambiar a varios de sus atacantes sin ambages. Sin embargo, como bien dice el severo abogado gallego David Barcia Pazos: “Entre los populares, muchos prefieren mandar a ganar¨
Mientras tanto Sánchez se tambalea. La crema catalana huele rancia, la morcilla vasca se ha enfriado demasiado, y la escena nacional empieza a hartarse. Europa, que hasta hace poco lo elogiaba, empieza a mirar hacia otro lado. Incluso en Bruselas ya nadie espera que Sánchez sea el líder de nada: apenas lo toleran como una anomalía de la política continental. Ha decidido enfrentar a la OTAN, pero desarmado.
Si el gobierno español se ha convertido en este ridículo puesto de feria, es porque Sánchez eligió este formato. Por eso, cuando explote el último globo, no habrá épica ni tragedia. Habrá un silencio espeso, como el que sigue a los fuegos artificiales.
Tal vez ocurra un viernes a las tres de la tarde, la hora novena, la de la muerte de Cristo, según la tradición. Pero la crucifixión política del sanchismo será mucho más cruel: será en solitario y sobre todo, sin fe ni resurrección posible. A diferencia del sacerdote brasileño, a quién el Señor tenga en la gloria, Sánchez no confió en Dios, sino en el reflejo de su propio espejo. Ya escasean los globos que lo sostienen; los pocos que le quedan están por estallar. Y él, como el pobre Padre Adelir no podrá evitar su destino final, que será el de ir a tomar por el agua de mar.