Internacional

El cónclave se tensa antes de empezar

Los ultraconservadores tienen miedo a perder y la elección está complicada

  • Porteadores del féretro de Francisco -

Hay varias maneras de triunfar en un cónclave. La más corriente es la de negociar… o lograr que otros negocien los votos por ti, que quieres salir elegido. De no haber sido por las notas que tomó en su agenda personal el anciano cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, jamás habríamos sabido cuán complicada fue su elección como papa Juan XXIII, en 1958. Y ni siquiera él anotó la decisiva intervención de otros cardenales que acabaron favoreciendo su candidatura, como el temible Alfredo Ottaviani. Ahora bien: para que esa negociación tenga éxito, es completamente indispensable la discreción, la reserva, el secreto. Nadie más que los interesados ha de saber nada. Si algo trasciende, todo está perdido.

Por lo mismo, hay también varias maneras de fracasar en un cónclave. Y la más rápida, la más eficaz y la más segura para perder una elección es justamente armar un escándalo. Eso es lo que ha hecho, en las últimas horas, el cardenal alemán Gerhard Müller, de Mainz (Maguncia), antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es el nombre que recibe ahora el Santo Oficio o la Inquisición de toda la vida. Müller, que fue nombrado cardenal por el propio Francisco al principio de su mandato (2014), ha tronado contra él en dos entrevistas, una al británico The Times y otra al italiano La Repubblica. El mensaje es el mismo en ambas: la Iglesia estará en peligro si se elige a un “Papa hereje”, lo cual es tanto como decir que Francisco lo era. El cardenal de Maguncia exige un “Papa ortodoxo” que se acabe con el diálogo con los musulmanes, con el pacto establecido con la China comunista, que corte de raíz las veleidades “comprensivas” hacia los homosexuales, que acabe con el creciente papel de mujeres y laicos en la Iglesia, y que no confunda la “Santa Romana Chiesa” con una ONG que se dedica al trabajo social. Por último, ha advertido que, si el nuevo pontífice no hace todo esto y mucho más, “habrá un cisma”.

El error de Müller ha sido mayúsculo. Eso “no se hace”, según los usos y costumbres vaticanos, y sobre todo no se hace en vísperas de un cónclave. Esas cosas, y seguramente otras más duras, se dicen a puerta cerrada, entre los cardenales, en las comidas, en los pasillos, en reuniones privadas, quizá en las congregaciones generales; pero nunca se acude a la Prensa para armar un escándalo justo en el momento en que la Iglesia pretende mostrar una imagen de unidad y armonía, con el anterior pontífice aún de cuerpo presente. La amenaza explícita del purpurado alemán es, por así decir, puro “trumpismo”, y su único objetivo no puede ser otro que asustar a los cardenales más moderados o indecisos, que seguramente son la mayoría, y atraerlos hacia la opción más radicalmente conservadora.

Ese es el error. Un castañazo como el de Müller no puede significar más que una cosa: los ultraconservadores tienen miedo a perder. Han dejado claro que no confían en sí mismos y optan por recurrir a las amenazas más graves (un cisma, nada menos) para ganar votos. Lo lógico, lo humano, es que ocurra todo lo contrario: los cardenales indecisos, los muchos que llegan de lugares remotos y que se mueven por el laberinto vaticano sin hablar italiano, sin saber exactamente a dónde hay que ir, ni por dónde se va, ni qué toca ahora, probablemente optarán por una posición mucho más moderada que la de Müller y los suyos (el alemán no está solo ni mucho menos), porque todos tienen claro que el radicalismo no tiene sitio en la elección de un Papa, que no caben las descalificaciones ni los gritos ni las amenazas. En fin, que “eso no se hace”. A Müller solo le ha faltado asegurar que a quienes no voten lo que él quiere les pondrán aranceles.

La respuesta del bando opuesto ha sido, como cabía esperar, mucho más serena. El cardenal hondureño Maradiaga, uno de los artífices de la elección de Francisco hace doce años, ya no estará en el cónclave (tiene 82 años), pero conserva intacto su inmenso prestigio entre los latinoamericanos: ya ha dicho que pone su esperanza en que el trabajo del papa argentino pueda continuar. O Holderlich, el cardenal de Luxemburgo, quien piensa que “el mundo se mueve a una velocidad sideral” y espera que los cardenales no se empeñen en forzar una vuelta al inmovilismo, a las condenas, al aislamiento y a la dureza del pasado. O el español Cobo, cardenal de Madrid, quien ha dicho que la Iglesia necesita un “Papa valiente”. Y todo el mundo sabe lo que quiere decir.

La lista de papables más o menos verosímiles no deja de crecer, pero ahora sí hay una cosa que está clara: este cónclave será cualquier cosa menos sencillo y se planteará –ya se ha planteado– casi “a cara de perro”. Es como mínimo posible que se produzca una situación parecida a la del cónclave de 1903, cuando en la Capilla Sixtina se armó un escándalo mayúsculo, con gritos y amenazas. Quien casi con toda certeza iba a ser elegido para suceder a León XIII era el cardenal Rampolla, un aristócrata que no ocultaba sus afinidades con Francia en las antevísperas de la primera guerra mundial. Cuando Rampolla estaba, efectivamente, a punto de ganar la votación, se levantó –tembloroso, sudoroso, muy nervioso– un cardenal polaco, Jan Puzyna, y reclamó el Ius exclusivae: el derecho de veto del emperador austriaco, Francisco José, a la elección del cardenal Rampolla.

Los 62 cardenales no podían creer lo que estaban oyendo ni tenían idea de lo que decía Puzyna; pero miraron los libros y resultó que tenía razón. Una antigua norma, olvidada por todos, establecía que algunos monarcas católicos europeos (España, Francia, Austria) podían vetar la elección de un cardenal para el papado. Se armó una trifulca tremenda, pero la ley es la ley, así que Rampolla fue descartado y el elegido fue… el cardenal Giuseppe Sarto, es decir Pío X. Lo primero que hizo el furioso Sarto nada más vestirse de blanco fue fulminar para siempre aquella antigualla del Ius exclusivae, que no se había usado en cien años.

Nunca, desde entonces, ha habido tan mal ambiente no ya en un cónclave, sino incluso antes de él. La intervención pública de Müller, con palabras que muy probablemente suscribirán otros cardenales como los norteamericanos (trumpistas) Burke, DiNardo o Dolan, el guineano Sarah, el canadiense Collins, el sudafricano Fox Napier y alguno más, no podrán ocultar el hecho de que el purpurado alemán fue un amable “francisquista” hasta que el Papa argentino le relevó como Gran Inquisidor; rencoroso desde entonces, le puso la proa y no le podía ni ver. Eso, que sin duda lo saben los 133 electores (134 si es verdad que al bosnio Vinko Pulji ha recibido el alta y estará en Roma), tampoco favorece a los “ultras”.

Entonces ¿quién? Ahí regresamos al terreno de las adivinanzas, pero el “escándalo Müller”, unido a lo que sabemos que ha ocurrido en cónclaves anteriores, ya permite trazar un “retrato robot” del posible futuro Papa. Ese retrato, al que aún hay que poner cara, es el de un septuagenario amable, tranquilo, a ser posible buen diplomático y hábil negociador, que haya sido partidario de Francisco pero no del todo, por así decir; habrá de tener algunos tintes conservadores e ideas propias, pero tampoco demasiadas; habrá de saber contemporizar con unos y con otros. Deberá conocer la Curia lo mejor posible y ser buen gestor, y deberá saber lo que nadie sabe: cómo poner orden en las finanzas del Vaticano, de nuevo enfermas. Pero también necesitará hablar varios idiomas y tener experiencia en relaciones internacionales. Esa es la cara exacta de Pietro Parolin, secretario de Estado de Francisco durante diez años.

Pero si no es Parolin, ¿quién? Hay varias posibilidades. Una es Perter Turkson, de Ghana, canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias y hombre netamente comprometido con la justicia social. Es negro y tiene… ya 76 años. Otro es Matteo Zuppi, italiano, uno de los hombres de la máxima confianza de Francisco, que le nombró su “mediador” para la guerra de Ucrania. Además, es el presidente de la Conferencia Episcopal italiana, lo cual no es ninguna tontería. Un tercero podría ser el filipino Tagle, creado cardenal no por Francisco sino por Benedicto XVI, que fue arzobispo de Manila y que lleva varios años encargándose (en Roma, claro) de la organización y educación de las misiones y la nueva evangelización. El único problema de Tagle es que los “ultras” le tienen una manía tremenda, tanto o más que al Papa fallecido.

Hay más nombres, desde luego, que se aproximan a ese perfil que hemos dibujado. El marsellés Jean-Marc Aveline, que tiene solo 66 años; el también italiano (y franciscano) Pizzaballa, que procede de Oriente Medio: es el patriarca latino de Jerusalén y aún más joven, con nada más que 59 años. O el maltés Mario Grech, secretario general del Sínodo de los obispos, hombre eminentemente conciliador que tiene 68 años. ¿Y por qué no el húngaro Péter Erdö? Es mucho más conservador que los anteriores, pero no deja de ser un hombre dialogante que podría poner de acuerdo a los “montaraces” de ambos extremos. Sobre todo de uno, porque en el grupo progresista, liberal o francisquista, como se le quiera llamar, la verdad es que hay pocos montaraces.

Pero aquel escándalo del cardenal Puzyna de hace 122 años no ha caído en saco roto. El afán de intervenir en el cónclave, por supuesto desde fuera, sigue ahí. No es un secreto que, desde EE UU, grupos vinculados al MAGA (es decir, los trumpistas) han enviado a todos los cardenales electores un libro en el que se desmenuza la figura de cada uno ellos, nombre por nombre, calificándolos según su “ortodoxia doctrinal” y, como es obvio, tratando de dirigir el voto hacia los más conservadores. Estos llevan reuniéndose discretamente desde que llegaron a Roma con la intención de centrar los votos en un solo nombre. Lo que no se sabe, a fecha de hoy, es en quién. Pero, aunque ya no exista aquella barbaridad del Ius exclusivae, está claro que el presidente de EE UU se pondría muy contento si saliera elegido quien él dijese. Y para ello trabaja. El cónclave, pues, está ya bastante tenso. Y eso que ni siquiera ha empezado.

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