Elecciones Andalucía 2022

Macarena Olona y la cólera del diablo de Tasmania

No tiene límites. Ninguno. No tiene el menor dolor de corazón a la hora de mentir o injuriar a quien sea

  • Macarena Olona y la cólera del diablo de Tasmania

Macarena Olona Choclán nació en Alicante el 14 de mayo de 1979. Es la mayor de las dos hijas que tuvieron Pablo Olona Cabasés y Antonia María Choclán Gámez. El padre, ya fallecido, fue un “empresario” leridano vinculado al mundo inmobiliario que acabó en la cárcel por corrupción, se fugó durante un permiso penitenciario, fue extraditado desde Andorra y estuvo vinculado con las andanzas dineriarias del clan Pujol, sobre todo con la fortuna escondida en Panamá. La madre se ocupa hoy de sus propios negocios inmobiliarios en Alicante. El padre abandonó a la familia cuando Macarena tenía trece años. 

Esto, por sí solo, explica muchas cosas. Macarena y su hermana pequeña, Lucía, fueron criadas por su madre, a la que no siempre le fueron bien las cosas. Macarena ha dicho más de una vez que ella es hija “de madre soltera”, lo cual deja muy clara la opinión que le merecía su padre: no se habló con él nunca más, desde que se largó. Aunque sí fue a su entierro.

La familia materna de Macarena Olona tiene amplias y profundas raíces en Andalucía, sobre todo en Jaén. El abuelo Felipe, personaje complejísimo, fue político, maestro, muy reconocido cazador y montero en Sierra Morena, escritor, amigo de Camilo José Cela e iniciador del bienestar de la familia gracias a los negocios inmobiliarios. Olona, pues, está fuertemente vinculada con Andalucía no porque a los dos años la vistieran de gitana, como dice su abuela (también la vistieron de asturianina y no pasa nada por eso), sino porque su familia materna procede de allí. Aunque ahora se empeñe en forzar o fingir el acento granaíno, que no ha tenido en su vida, y pide que la llamen “Macarena de Graná” o “Macarena de Salobreña”. Eso son provocaciones políticas. Pero no es precisamente una “inmigrante” en Andalucía, como dicen sus rivales.

La niña Macarena Olona salió inteligente, tesonera y, esto sobre todo, muy apasionada, muy novelera, muy mandona y muy heroína infantil. De cría fue extremadamente traviesa, como suele ocurrir con todos los niños hiperactivos. Pero la huida de su padre fue para ella una tragedia personal que no hizo más que acentuar su carácter extremo y profundamente inestable, que pasaba de la dulzura más lacrimosa a arrebatos de cólera que la volvían temible. Esto no lograron templarlo ni siquiera los jesuitas del colegio La Inmaculada, de Alicante, donde estudió de niña. Ni eso ni su proclividad al romanticismo, a las gestas y a los gestos, a todo lo épico, intrépido, teatrero, exagerado y grandilocuente. Muy probablemente estamos, pues, ante una personalidad clásicamente ciclotímica. Eso sí, con una característica evidentísima: Macarena salió “de derechas”, pero de un modo muy radical, como todo lo que hace en la vida. De derechas (aunque ella dice que no; ahora veremos por qué) y, de más está decirlo, católica, apostólica y sentimental.

Se licenció –brillantemente– en Derecho en la Universidad de Alicante. Sacó las difíciles oposiciones a la Abogacía del Estado, que parecen poco propicias para caballeros andantes y juanas de arco, pero Macarena ya era entonces mucha Macarena y su trayectoria profesional ha sido, invariablemente, la que podrían haber tenido el Capitán Trueno o Roberto Alcázar si hubiesen estudiado Derecho.

Es casi inevitable pensar que la aversión hacia su padre, un personaje corrupto donde los haya, marcó la “cruzada” que emprendió Macarena Olona contra la corrupción desde el primer día en que vistió la toga. En su primer destino, Burgos (llegó allí en 2009, con apenas 30 años), llamó la atención por su encendida, apasionada defensa de los agentes de policía implicados en los disturbios que se produjeron a causa del “caso Gamonal”. Ahí aparece (o al menos aflora) otra de las señas de identidad de Olona: su absoluto fervor por las fuerzas del orden.

Pronto la trasladaron al País Vasco. Fue el gran momento de Macarena Olona, o uno de los más grandes. Defendió como una fiera a los guardias civiles. Denunció, uno tras otro, a cientos de Ayuntamientos vascos y casas consistoriales (todos los ayuntamientos de Guipúzcoa menos uno, por ejemplo) que no colgaban en la fachada la bandera de España. Emprendió acciones judiciales contra los repetidos “homenajes” a los presos de la mafia de ETA que se organizaban en los pueblos. Hizo lo mismo con quienes perseguían (o así lo creía ella) la lengua castellana. Se convirtió en un dolor de muelas jurídico tanto para los terroristas como para quienes los apoyaban o “comprendían”. Persiguió también al nacionalismo democrático vasco: participó en acciones judiciales en las que el Estado reclamaba al PNV la devolución de importantes cantidades de dinero que se les habían concedido y que parecían haber sido sido convenientemente “evaporadas”. Todo así.

En lo esencial, consiguió dos cosas. La primera, y más grata para ella, fue que la Guardia Civil le concedió la Gran Cruz al Mérito Civil, lo que reforzó un amor que ya era para toda la vida y que no ha hecho más que crecer. Y la segunda, que el gobierno vasco pidió a Mariano Rajoy la cabeza de la molestísima Macarena Olona si quería el voto del PNV para apoyar los Presupuestos. Aquellos votos hacían falta y Olona fue convenientemente descabezada. Fue en agosto de 2017.

La colocaron en Mercasa, en Sevilla. Una conocida empresa pública del sector de la distribución alimentaria. La volvió a liar. Investigó (y acabó declarando sobre ello) las comisiones millonarias que corrían por aquella empresa, las prácticas irregulares de los socialistas y los lucrativos compadreos en Mercasevilla. Pero Pedro Sánchez llegó al gobierno en 2018, cambió al presidente de Mercasa y Olona duró en su puesto exactamente diez días más. Quiere esto decir que ya le habían “hecho la cama” tanto el PP como el PSOE. ¿Quién quedaba por ahí">candidata de Vox para presidir la Junta. Lo primero que hizo fue disfrazarse aparatosísimamente de flamenca y presentarse en la feria de Abril de Sevilla a la grupa de un caballo, acompañada de un torero y vestida con un modelo diseñado por Raquel Terán que la convertía casi en un árbol de navidad. Sobre todo por las dos grandes rosas rojas en la cabeza (que deberían haber sido cinco, en realidad: eso prescribe la liturgia creada alrededor del “fundador”) y por el rojo sangre de los labios.  Eso sí, todo el mundo la miraba. Hizo de todo menos pasar inadvertida. Es algo que le encanta.

La hasta ahora diputada y hoy ya candidata Olona es imprevisible. En Vox, sotto voce, la consideran un “verso suelto” imposible de manejar; quizá por eso es mejor que se vaya a Andalucía, pierda o gane. Esta mujer pasa de la dulzura y la alegría, de los ojos asombradizos de pastorcica, a la ira desatada, en lo que dura un parpadeo. En el Congreso ha traspasado muy largamente la crítica o la invectiva para caer de lleno en el insulto y en la calumnia. Ha llamado genocida a Pedro Sánchez por su gestión de la pandemia. Le ha acusado de aplicar la eutanasia a los ciudadanos. Ha provocado que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, la expulse de la Cámara (tuvo que ir a “acompañarla” un ujier) por su actitud intolerable. Ha dicho que, por iniciativa del gobierno, en los colegios se enseña a los niños a practicar el sexo anal. No tiene límites. Ninguno. No tiene el menor dolor de corazón a la hora de mentir o injuriar a quien sea. Pero a la vez está emparejada felizmente con un fornido, brillante y condecorado guardia civil, y es madre de un niño –Diego– que llegó al mundo en diciembre de 2019. Y se llena de ternura con eso.

Esta es la mujer que pretende gobernar en Andalucía. La campaña electoral acaba de comenzar. Abróchense los cinturones y pongan el respaldo de sus asientos en posición vertical. Por favor.

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El demonio de Tasmania (sarcophilus harrisii) es un marsupial dasiuromorfo de la familia de los dasiúridos y de las JONS. Durante mucho tiempo estuvo en peligro cierto de extinción y solo habitaba, en libertad, en la isla de Tasmania. Pero ahora ya puede vérsele en muchos lugares de Australia y va expandiéndose poco a poco. Quién sabe si dentro de nada lo tendremos en Andalucía.

Es carnívoro, tiene el tamaño de un perro pequeño y la verdad es que, en su estado normal, no causa ningún problema: es tierno, mimoso y juguetón, sobre todo cuando es pequeño. Pero su nombre –demonio o diablo– obedece a lo que le pasa cuando se cabrea o se pone nervioso. En menos de dos segundos, el adorable marsupialito se convierte en una auténtica fiera. Chilla de una manera espantosa, lanza dentelladas a todo lo que tiene cerca, araña con crueldad y su agresividad es tal que, en su entorno natural, no hay depredador que se atreva con él. Ni siquiera otros demonios de Tasmania. Lo mejor es salir corriendo.

Este animal tan… bueno, tan rarito y tan peculiar fue inmortalizado en los años 50 del siglo pasado por el dibujante Robert McKimson, quien creó para los Looney Tunes el personaje de Taz. Este es un torbellino gritón, voraz, colérico y sobre todo ambicioso, pero la verdad es que no se parece en nada al auténtico demonio de Tasmania, al animal de verdad. No se sabe cuál de los dos es peor. Pero bueno, los andaluces sabrán lo que hacen…

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