Las primeras oleadas humanas que llegaron a Canarias lo hicieron desde el norte de África en algún momento del primer milenio después de Cristo. Durante siglos mantuvieron ciertos os con el continente y entre islas, pero estas relaciones se fueron diluyendo hasta quedar prácticamente aisladas, al menos hasta la irrupción europea en el Atlántico en la Baja Edad Media. El Hierro, la isla más occidental del archipiélago, estuvo poblada por los bimbapes desde aproximadamente el siglo II d. C. hasta la conquista castellana en el siglo XV. La arqueología ha sacado a la luz restos de asentamientos donde procesaban recursos marinos y utilizaban las cuevas como espacios funerarios, una adaptación directa a un entorno agreste, con escasas tierras fértiles y fuertes condicionantes naturales. Una de esas cuevas, La Lajura, fue empleada como sepultura colectiva entre los siglos VI y XI, y ha proporcionado hallazgos de gran valor tanto en restos humanos como en insectos fosilizados. El estudio de sedimentos recuperó 5.816 fragmentos de insectos, arrojando luz sobre los rituales mortuorios y el manejo del entorno en la isla.
Así, en la cueva funeraria de La Lajura no solo descansan los huesos de los antiguos habitantes de la isla. También hay un ejército silencioso de testigos diminutos: insectos fosilizados que han permanecido intactos durante siglos y que ahora ofrecen una ventana insólita al pasado. Gracias a un análisis arqueoentomológico, una disciplina que estudia los insectos en contextos arqueológicos, un equipo internacional ha podido reconstruir con extraordinario detalle cómo se practicaba la muerte en esta necrópolis aborigen. Y es que uno de los hallazgos más intrigantes es el de insectos como el escarabajo americano, documentado en ambos lados del Atlántico antes de la colonización europea. Esto convierte a La Lajura en un yacimiento clave para entender las conexiones biogeográficas precolombinas en el borde occidental del Viejo Mundo. El estudio, liderado por el Grupo de Investigación Tarha de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y varios centros de referencia en Francia, no solo amplía el conocimiento sobre las prácticas funerarias de los antiguos canarios. También demuestra el valor de la entomología como herramienta arqueológica de primer orden. "Los insectos nos ayudan a reconstruir no solo cómo morían, sino también cómo vivían estas poblaciones", afirman los autores.
Aunque el estudio se basó en una muestra relativamente pequeña (9 litros de sedimento), los resultados son abrumadores. Las condiciones de conservación en La Lajura, una cueva de origen volcánico, permitieron recuperar una abundante y variada comunidad de insectos, muchos de ellos asociados a distintas fases de descomposición de cadáveres. Entre las especies halladas se encuentran larvas de moscas necrófagas, que indican que la descomposición comenzó en la misma cueva, así como escarabajos carroñeros como el escarabajo de piel, el escarabajo del tocino o el escarabajo de la tumba. Todos ellos aparecen cuando el cuerpo ya ha empezado a pudrirse. La coincidencia entre los insectos y los restos humanos refuerza una hipótesis planteada hace dos décadas: los cadáveres eran depositados en la cueva poco después de la muerte y se dejaban descomponer allí, como parte de un ritual colectivo.
Insectos, madera y ajuares vegetales
Pero los escarabajos necrófagos no estaban solos. También aparecieron escarabajos xilófagos —comedores de madera— y especies propias de bosques húmedos de la isla. Estos insectos, como los escarabajos de la madera o los curculiónidos (gorgojos), fueron hallados en tablones donde yacían los difuntos. Su presencia sugiere que la madera empleada provenía de los bosques de laurisilva del centro de la isla, a varios kilómetros de distancia. Este dato permite imaginar una logística funeraria más compleja de lo que se había creído hasta ahora, con materiales transportados desde zonas altas con valor posiblemente simbólico.
Además, se detectaron plagas de almacenamiento como el escarabajo del pan, el escarabajo del moho o el escarabajo americano, que normalmente atacan alimentos almacenados. Sin embargo, no hay indicios de que La Lajura funcionara como granero. La hipótesis más plausible es que los ajuares funerarios incluyeran ofrendas vegetales o alimentos procesados, acompañando a los cuerpos en su último viaje.
Con cada ala, cada larva fosilizada, se reconstruye un fragmento de historia. La descomposición, el uso de ofrendas, los recursos empleados, las rutas entre zonas climáticas... todo queda registrado en el sustrato volcánico, como un pergamino de tierra. Y lo que parecía polvo muerto se convierte en un testigo privilegiado del pasado. La Lajura ya no es solo una cueva de huesos: es un archivo biológico que, insecto a insecto, está reescribiendo lo que sabemos sobre la muerte en la Canarias indígena.
Los análisis arqueoentomológicos de La Lajura proporcionan información directa sobre las prácticas funerarias asociadas a esta cueva de enterramiento colectivo. Aunque este análisis se limitó a una muestra de 9 L de sedimento recuperada durante la excavación arqueológica, el conjunto de restos de insectos es notable por su abundancia y conservación, atribuida a las condiciones ambientales del yacimiento. Investigaciones previas han demostrado la eficacia del sustrato volcánico en las Islas Canarias para la conservación de restos de insectos en cuevas Sin embargo, esos estudios se centraron principalmente en graneros rupestres donde los insectos están vinculados al almacenamiento de cereales, frutas y otros alimentos. Los hallazgos del presente estudio sugieren que los restos de insectos de contextos funerarios están excepcionalmente bien conservados en cuevas volcánicas.