Cultura

¿Existen los valores europeos?

Después de décadas desaparecida, vuelve una expresión más polémica de lo que parece

Las últimas agitaciones geopolíticas han resucitado dos palabras que no escuchábamos juntas hace al menos cuarenta años: valores europeos.  ¿Por qué empiezan a usarse ahora, de repente? Sin duda tiene que ver con la invasión de Ucrania por parte de Putin y la nueva política arancelaria de Trump, que han convencido a la Unión Europea de la necesidad de buscar un espacio político propio. La caída en desuso de la expresión "valores europeos" tiene que ver con el hecho de que, desde finales del siglo XX, el continente había adoptado el paradigma de la multiculturalidad —contrario al de la integración—, que prescribe que la sociedad de acogida no debe poner su cultura por encima de la de los inmigrantes que recibe. En vez de hablar de "ciudades europeas", se hablaba de Londres, París y Berlín como "ciudades globales" que acogían personas de cualquier parte del planeta sin necesidad de conocer o acatar la cultura continental y mucho menos la nacional. ¿Se imaginan el escándalo de exigir adaptarse a “los valores españoles” a alguien que se empadronase en Barcelona o Bilbao?

El actual gobierno de España ha abrazado desde siempre la llamada plurinacionalidad. Se encuentra muy cómodo con los "valores europeos" porque es una expresión que le permite pasar volando por encima de los incómodos "valores nacionales". Un ejemplo práctico de estas polémicas llegó el pasado mayo cuando nuestro ministro de Cultura, Ernest Urtasun, se unió a las quejas de la Comisión Europea por el hecho de que no hubiese aparecido la bandera de la Unión Europea en la gala final de Eurovisión 2024. Urtasun recordó que la Comisión había sido clara cuando su vicespresidente, el griego Margaritis Schinas, reclamó la enseña de la UE como símbolo de "paz, tolerancia y unidad". ¿Son estos los valores que nos articulan? ¿Los mismos que sugeriría cualquier programa de inteligencia artificial para fundar una ONG?

Tras la reclamación de Urtsaun, varios medios de comunicación tuvieron que recordarle que la bandera de la Unión Europea tiene hondas raíces católicas. En realidad, el número de estrellas no tiene nada que ver con el número de Estados . Hay doce estrellas porque, tradicionalmente, representa el símbolo de la perfección, lo completo y la unidad. Por lo tanto la bandera no cambia con las ampliaciones de la UE. La bandera de la Eurozona está inspirada en la iconografía religiosa tradicional, que representa a la Virgen María coronada. Arsène Heitz fue el diseñador y asegura que “inspirado por Dios, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que destacaban las doce estrellas de la Inmaculada Concepción de Rue du Bac; de modo que la bandera europea es la bandera de la madre de Jesús que apareció en el cielo coronada de doce estrellas”. El azul es el color tradicional de la divinidad y el doce remite al número de los apóstoles y a las tribus de Israel.

Como apunta Heiz, la bandera nace de la iconografía católica: Santa Catalina Labouré, religiosa vicentina, que el 27 de noviembre de 1830 vio a la Virgen María en la parisina iglesia de La Rue du Bac. En dicha aparición, la Virgen vestía de blanco y también la acompañaban esas doce estrellas que aparecen en la Medalla Milagrosa y en la bandera europea. Ni en los telediarios, ni en las aulas escolares, ni en las clases de historia suelen explicarse estos detalles sustanciales sobre los símbolos centrales del viejo continente. Por supuesto, después de estas aclaraciones, Urtasun no ha vuelto a reclamar que parezca la bandera en ningún sitio. En realidad, cualquier persona culta sabe a qué alude la expresión "valores europeos", que es a la terna formada por la religión cristiana, la filosofía griega y el derecho romano. En esos tres pilares fundamos nuestra civilización, seguramente la más exitosa y irada de la Historia.

Los movimientos antisistema de los años sesenta cambiaron el foco para identificar a Europa con los horrores de las dos guerras mundiales y con el atroz proceso de colonización de África, especialmente crudo en el dominio belga de la República Democrática del Congo, el francés de Argelia y el británico de Sudáfrica. Europa ha vivido una fuerte crisis de identidad hasta que los nuevos partidos de derecha patriótica llegaron para reivindicar la vuelta a los valores tradicionales, comenzando por los cristianos. Por eso varias de estas formaciones utilizan la palabra "Reconquista" como lema electoral.

 

¿Moriría usted por la Unión Europea?

La jurista Teresa Freixas, que estuvo implicada en la redacción del Tratado de Lisboa (2007) recordaba estos días que el artículo segundo de dicho texto recoge de manera explícita los valores de la Unión: "Respeto de la dignidad humana, de la libertad, de la democracia, de la igualad, del Estado de derecho, así como también el respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías", reza el primer párrafo. En el siguiente se habla de "una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre las mujeres y los hombres", recuerda Freixas.

¿Están los ciudadanos de la Unión Europea dispuestos a pagar por la guerra en otro territorio? ¿A coger un fusil por él?

Hablamos de un texto demasiado reciente, poco conocido y difundido, que arrastra la rémora de ser un parche para compensar el desastroso proceso de redacción de la Constitución Europea, rechazada en Francia y Holanda y con pésimos números de apoyo en otros territorios. En la actualidad, la batalla cultural de los valores de la Unión Europea se libra entre un bipartidismo tecnócrata que defiende los valores del Tratado de Lisboa y los pujantes partidos patriotas de nueva derecha que optan por volver al “Dios, patria y familia”. Para aumentar todavía más el lío, mientras remato estas líneas circula intensamente por las redes sociales un vídeo de Úrsula von Der Leyes donde explica que los valores del Talmud -libro sagrado judío- son valores europeos, entre ellos la “resposabilidad personal”, “justicia” y “solidaridad”. Ya solo falta Irene Montero con el pañuelo palestino añadiendo que también son europeos los valores del Corán.

La invasión de Ucrania mostró un viejo continente dividido y confirmó la sensación de que la historia de Europa es demasiado compleja como para asumir que los ciudadanos de un territorio están dispuestos a financiar la guerra en otro, muchos menos a ir a morir por él. La emergencia de partidos socialpatriotas con amplio respaldo popular, pero demonizados y perseguidos por Bruselas, advierte de que la brecha es sustancial. En un plano más profundo, intelectuales europeos de primer orden como la filosofa sa Chantal Delsol o el novelista español Juan Manuel de Prada señalan la trampa de conceptos como los Derechos Humanos, abrazados por el progresismo y la tecnocracia de Bruselas para sus fines políticos. “Se abre paso así un nuevo fanatismo en las aguas tranquilas en las que creíamos navegar para siempre. ¿Cuáles son los factores que abren el flanco de rechazo radical frente a lo que parecía un consenso después de 1989? ¿Cómo rechazar los derechos humanos y el globalismo? El pueblo, en principio soberano en una democracia, acepta cada vez menos la política-ciencia decretada por el Gobierno de Bruselas y retransmitida por los gobiernos nacionales. Porque la política-ciencia significa ‘no hay alternativa’, y la gente sabe, aunque sea vagamente, que esto es totalmente contrario a una democracia digna de ese nombre, que o acepta la oposición o no lo es. Los pueblos soberanos piden cada vez menos globalismo y más soberanía nacional”, sentenciaba Delsol en un artículo en primavera de 2024.

 

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