El examen de Selectividad de este año 2025 es el más difícil en muchos años. A la eliminación de la opción múltiple, obligando a los estudiantes a responder todo el temario, se le suma el hecho de que los exámenes serán más rigurosos, con una duración fija de 90 minutos y un mayor peso en las respuestas desarrolladas. Estos cambios, muy necesarios y demandados durante años por una parte mayoritaria de la comunidad educativa, también generan un debate sobre la desigualdad que pueden provocar entre generaciones anteriores, que se enfrentaron a las pruebas de a la universidad más asequibles del siglo.
La bajada en la exigencia tiene como punto de partida las pruebas de universitario de 2020, año de la pandemia. Con el objetivo de adaptarse a las circunstancias excepcionales de aquel curso académico, el Ministerio de Educación implementó medidas como la flexibilización de los exámenes, permitiendo a los estudiantes elegir entre diferentes preguntas para garantizar que pudieran responder sobre contenidos que habían trabajado. Los efectos fueron directos, en 2021, según el mismo ministerio, el porcentaje de sobresalientes en Bachillerato alcanzó un 25,5%, el más alto en la última década.
En aquel contexto, los cambios estaban más que justificados. Ahora bien, el problema surge cuando esta flexibilización momentánea no se endurece en los años posteriores. Se ha dado por hecho, tácitamente, que este era el modelo a seguir, simplemente porque los resultados académicos acompañaban. Un planteamiento tan simplista como corto de miras, que olvida un principio esencial de la educación: la exigencia es indispensable para formar con mayor solidez y preparar con mayor rigor.
Esto genera una injusticia evidente: los estudiante actuales, compiten por las mismas plazas que generaciones anteriores, quienes accedieron al sistema universitario bajo criterios mucho más permisivos
La consecuencia de esta falta de revisión es una clara descompensación entre generaciones. En los últimos años, muchos alumnos han accedido a grados universitarios altamente demandados, como Medicina, cuya nota de corte superó el 13,4 sobre 14 en 2023. En 2025, en cambio, con un modelo más exigente y sin opción de descartar temarios, se prevé una bajada generalizada de calificaciones. Esto genera una injusticia evidente: los estudiante actuales, compiten por las mismas plazas que generaciones anteriores, quienes accedieron al sistema universitario bajo criterios mucho más permisivos.
Se produce así el llamado "efecto primera promoción", un fenómeno habitual en las reformas educativas según el cual la primera generación en enfrentarse a un nuevo modelo lo hace en condiciones menos favorables que las siguientes. En el caso de la Selectividad 2025, esto se traduce en un alumnado que ha tenido que adaptarse en tiempo récord a un examen más exigente, con menor margen de preparación y sin una transición gradual que les permitiera asimilar los nuevos criterios. No se trata de falta de esfuerzo por su parte, sino de una carencia de condiciones equitativas. Por ello, resulta injusto exigirles que asuman en solitario el coste de un cambio estructural que debería haberse implementado con medidas de acompañamiento o compensación.
Ni premio ni privilegio
Por ello, para garantizar la mayor equidad posible entre distintas generaciones sería necesario aplicar un factor corrector que ajuste las notas finales en base al nuevo nivel de exigencia. No se trata de un privilegio ni de una forma de premiar el hecho de que se enfrenten a esta nueva prueba, sino una medida de justicia intergeneracional.
En definitiva, que la comunidad educativa haya logrado elevar el nivel de exigencia en la prueba académica más trascendental de la vida estudiantil es un avance crucial. Sin embargo, no podemos aplicar una tábula rasa y olvidar de dónde venimos. Desde el año 2020 hasta ahora, los alumnos se han enfrentado a los exámenes más asequibles de todo el siglo XXI. La generación de 2025 no puede pagar la demora en la aplicación de estos cambios. La exigencia es necesaria y loable, pero si no se acompaña de una transición justa, solo contribuirá a agravar la desigualdad entre generaciones.
Antonio Barbeito (CEO y fundador de mundoestudiante)
jberanobarre
31/05/2025 13:29
Discrepo totalmente. Estaría de acuerdo si compitieran alumnos de varios cursos, si muchos alumnos de años anteriores quisieran ahora cambiarse de carrera, pero me temo que será una ínfima minoría en los miles de alumnos que este año se matriculen en la universidad. Fíjese que se podría aplicar un pequeño corrector en aquellas carreras con notas de corte altísima , y siempre después de ver los resultados de esta prueba para los alumnos actuales, no sea que nos llevemos alguna sorpresa, pero en modo alguno con carácter general
Messidor
31/05/2025 19:01
La injusticia de la selectividad son las comunidades autónomas. Un alumno, con su nota inflada de Canarias, obtiene plaza en Madrid a expensas de otro alumno que se ha enfrentado a un examen mucho más exigente. Lo de (volver a) aumentar la exigencia era urgente: la selectividad siempre ha sido un coladero, pero últimamente era un coladero ridículo. Sé de lo que hablo, doy clases en primero de carrera de una universidad pública y hay que ver los semianalfabetos que nos llegan.