Opinión

¿El progresismo es progreso?

Muchos votantes siguen sentimentalmente encandilados con una propaganda tan masiva como engañosa

  • Zapatero y Sánchez, unidos por el progreso -

 

“La división izquierda-derecha en política procede de la Asamblea Nacional sa de finales del siglo XVIII. En las sesiones tradicionales de los estados generales  los puestos de honor estaban a la derecha del rey y allí se sentaban la nobleza y el clero. El entonces llamado Tercer Estado se sentaba  a la izquierda y esto continuó en la Asamblea Nacional y así se generalizan los términos de la izquierda como conceptos políticos”. Esta descripción histórica, procedente del muy reciente libro de Gabriel Tortella, Las grandes revoluciones (2025), la completa el autor con otra descripción de la realidad:  “lo que actualmente divide al mundo, en lugar del modelo económico es el modelo político: democracia o dictadura. La vieja dicotomía derecha-izquierda resulta hoy ser una antigualla del siglo XVIII. Los populismos de izquierda o derecha persiguen el poder sin control popular, exactamente lo contrario de lo que su nombre pregona”.

La soberbia pseudointelectual del “país de los soviets” planteó a Occidente, y sobre todo a EEUU, el desafío de los logros materiales del comunismo frente a los del capitalismo

 

Aclarada la obsoleta división izquierda-derecha, merece la pena analizar otra dicotomía; el oximorón  socialista:  progresismo versus progreso, para dejar las cosas en sus sitio. Vaya por delante, que en contra de lo que propagan los que se denominan progresistas, el progreso no solo no es un sinónimo de progresismo, sino antónimo. Mientras que el progresismo es una falsa hipótesis metafísica, el progreso es una realidad empírica, palpable y medible en todo tiempo y lugar.

 

El concepto progreso aplicado a la política es inequívocamente  comunista, aunque ha terminado siendo la divisa de todas las izquierdas y semánticamente un criterio de demarcación, que siguiendo el dictado de Stalin, divide al mundo político –también ahora en España-  en dos categorías: los progresistas y los fascistas. Justamente, lo que sostiene Sánchez.

 

La soberbia pseudointelectual del “país de los soviets” planteó a Occidente, y sobre todo a EEUU, el desafío de los logros materiales del comunismo frente a los del capitalismo. Visitando en los años setenta del pasado siglo las escasas y precarias librerías de los países comunistas del Este de Europa, entre sus muy limitadas existencias destacaban los libros editados por la Editorial Progreso de Moscú,  dedicados a comparar datos –obviamente mentirosos– que beneficiaban los avances de la URSS frente a los de los países capitalistas. Por ejemplo, los titulados:  La URSS en cifras para 1975, Editorial Estatistika (1976) y URSS Preguntas y Respuestas. Progreso El país de los Soviets, Editorial Progreso (1976). Una cierta competencia en la carrera espacial y el colaboracionismo de los partidos izquierdistas,  los medios afines y los –a sí mismos llamados- intelectuales occidentales propagando las supuestas conquistas económicas y sociales de la URSS, mantuvieron absurdamente de pie la grandeza del progresismo soviético. Es decir, el significado original del progresismo se asociaba estrictamente al progreso, solo que este era absolutamente falso.

Tras la caída del Muro de Berlín, el mundo conoció la mejor y más larga época de expansión económica y prosperidad social de la historia y que ello benefició como nunca a los más pobres de la tierra

 

 

Visitando y conociendo muy de cerca –por razones profesionales- la URSS de tiempos de Gorvachov, saltaban a la vista, sin excepción alguna, las miserias del comunismo y su enorme retraso tecnológico, industrial, económico y social; amén de su sempiterna ausencia de libertad. La Rusia comunista, lejos de ser epítome de progreso, era materialmente miserable pero políticamente progresista.

 

Viene al caso este recordatorio, porque el actual gobierno y sus medios afines, dan por sentado –como en la pretérita URSS– que puesto que son políticamente progresistas, sus políticas generan necesariamente progreso; una increíble tautología, que atenta contra las verdades más elementales y la dignidad intelectual.

 

Es bien sabido, con datos a la vista, que tras la caída del Muro de Berlín, el mundo conoció la mejor y más larga época de expansión económica y prosperidad social de la historia y que ello benefició como nunca a los más pobres de la tierra. Pero los –a sí mismos llamados- intelectuales progresistas occidentales, ante tan abrumadora evidencia empírica comenzaron a quejarse de la desigualdad, mientras ignoraban descaradamente los grandes progresos -verdaderos y a la vista- logrados por el capitalismo.

 

Frente a ellos se alzaron enseguida una miríada de estudios y ensayos de base empírica que desmontaron  por completo las falacias progresistas en contra del progreso capitalista, destacando al respecto -por su iconoclasta y desacomplejado estilo- un libro de Steven Pinker: Enlightenment Now (2018).

 

La hazaña de Pinker consiste  en atacar de frente las lacras progresistas con abrumadores datos, después de explicitar en términos muy rigurosos y precisos en qué consiste el progreso generado por el capitalismo en los países más pobres, que los progresistas niegan tras los grandiosos fracasos comunistas.

 

Nos dice Pinker que para la mayor parte de la gente: la vida es mejor que la muerte, la salud es mejor que la enfermedad, la buena alimentación es mejor que el hambre, la paz es mejor que la guerra, la seguridad es mejor que el peligro, la libertad es mejor que la tiranía, iguales derechos son mejores que la intolerancia y la discriminación, el alfabetismo es mejor que el analfabetismo, el conocimiento es mejor que la ignorancia, la inteligencia es mejor que su ausencia, la felicidad es mejor que la miseria, las oportunidades de disfrutar de la familia, los amigos, la cultura y la naturaleza son mejores que las drogas y la monotonía. Pues bien: todas estas cosas pueden ser medidas, y si mejoran a lo largo del tiempo, esto es el progreso.

El progreso del siglo XXI

A esta incontestable visión material del progreso, hay que añadir su marco institucional: la libertad, la democracia y Estado de Derecho, que lo vertebran institucionlmente. Aplicando la epistemología de Pinker a la España contemporánea, veamos en que ha consistido el progreso material socialista en el siglo XXI:

-La renta per cápita es la expresión incuestionable del –verdadero– progreso económico de las naciones. Con Zapatero y Sánchez,  España ha obtenido los peores resultados de su historia en tiempos de paz y siempre en retroceso respecto a la UE.

-El nivel de empleo, la más evidente manifestación de la falsa economía inclusiva que predican los progresistas, nunca ha sido compañero de viaje de nuestros gobiernos socialistas, sino todo lo contario. Y con Sánchez, España es líder  en solitario del desempleo entre los países desarrollados, duplicando sistemáticamente el de la UE.

-La deuda pública, que obliga ilegítimamente a las nuevas generaciones a hacerse cargo de los despilfarros progresistas y cuyos excesos sitúan al borde de la suspensión de pagos o la vergonzosa intervención extranjera de nuestras cuentas públicas, es –junto al desempleo- la principal seña de identidad de los gobiernos progresistas, sin excepción.  Sánchez ha multiplicado por diez la deuda per cápita, algo absolutamente insólito.

Resulta evidente que el progresismo es antónimo del verdadero progreso, tanto material como institucional; excepto para los políticos y sus allegados, como sucedía en la URSS y sigue ocurriendo en los países dominados por el progresismo

En el ámbito institucional, asociado al Estado de Derecho, el ilustre Colegio Libre de Eméritos publicó, hace apenas un año, un libro titulado España, democracia menguante, en el que se llamaba la atención sobre la situación de deterioro en que se encontraba la Democracia Española y que ha seguido empeorando “progresistamente”, sin cesar, desde entonces. Hasta extremos tales como: que el presidente de gobierno desprecie -cual monarca absoluto del siglo XVII- públicamente y con chulesco descaro al Parlamento para gobernar; o  que las decisiones del Tribunal Constitucional estén a las órdenes -algo inaudito en el mundo civilizado- de dicho autócrata.

 

Con datos en la mano, no con los fantasiosos relatos estalinistas al uso, resulta evidente que el progresismo es antónimo del verdadero progreso, tanto material como institucional; excepto para los políticos y sus allegados, como sucedía en la URSS y sigue ocurriendo en los países dominados por el progresismo, mayormente del tercer mundo, con la progresiva incorporación -Zapatero mediante- de España.

 

Y sin embargo, muchos votantes siguen sentimentalmente encandilados con la propaganda –ajena por completo a la realidad– que tan bien manejan las, todavía, autodenominadas izquierdas. ¿Hasta cuándo?

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