Opinión

La desrealización de Sánchez

Seis años después, es difícil esperar algún cambio en el presidente del Gobierno cuando se trata de buscar sus apoyos y tejer alianzas

  • Sánchez ataca a Trump y Feijóo en la misma frase -

Es bastante probable que la psicología tenga un nombre para denominar a las personas cuya especialidad es criticar aquello de lo que adolecen. Cerca de nosotros hay siempre un alma piadosa que nos recuerda lo que debemos hacer. Me cuentan que a la patología de estos sabios de hojalata la ciencia la denomina desrealización. Sin tener que picar tan alto hay que recordar que nuestro humilde refranero tiene recetado para aquellos que ven los defectos en los demás, pero no en su persona, la vieja sentencia de consejos vendo que para mí no tengo. Confieso que conozco a unos cuantos en esta situación, y sé que esa actitud ha provocado en mí, primero preocupación, para terminar más tarde en compasión. El problema de estos individuos es su situación, porque no es lo mismo un enfermo de desrealización que se dedique a hacer tornillos que otro que, pongamos por ejemplo, tenga el trabajo de presidir el Gobierno de España. No es la patología lo que importa y sí quien la padece. Sea por desrealizado o por estar claramente ausente de la realidad, quien padece este trastorno es un peligro andante, sobre todo cuando aquellos que tiene a su alrededor no están dispuestos a reconocer semejante afección.

Su voz y presencia; su discurrir y su manera de superar el ridículo de sus actuaciones ante un público pastueño dispuesto a aplaudir una cosa y la contraria, ha terminado con mi paciencia.  Como saca lo peor de mí, lo mejor es evitarlo

El poder trastorna a las personas más equilibradas, pero es justo reconocer que, en primer lugar, cambia la mirada seráfica de aquellos que rodean al líder. Estos también se han trasformado. Y así resulta que, personas sensatas que lo parecieron mientras su partido estaba en la oposición, se transforman en lo contario cuando sus zapatos empiezan a pisar moqueta.

 

Seis años después, es difícil esperar algún cambio en el presidente del Gobierno cuando se trata de buscar sus apoyos y tejer alianzas. Si el objetivo es aguantar, abandonemos toda esperanza. Por lo dicho, me encuentro hoy en un punto en el que Pedro Sánchez está lejos de aquel que me causaba enojo con sus razonamientos y mentiras netas. Me pasó con el Aznar de la mayoría absoluta, y me sucede con este presidente de mayorías siniestras. Y por eso, me cuido mucho, y he dejado de ver los telediarios. Su voz y presencia; su discurrir y su manera de superar el ridículo de sus actuaciones ante un público pastueño dispuesto a aplaudir una cosa y la contraria, ha terminado con mi paciencia.  Como saca lo peor de mí, lo mejor es evitarlo. Y como lo he conseguido, el personaje ya no me espanta. Todo lo contrario, empieza a darme pena.

Ahora, cuando lo escucho, la risa asoma enseguida, aunque no dejo de preguntarme cómo tipos así llegan al poder. Ha perdido la realidad y el sentido común, aunque conviene recordar que no puede perderse lo que nunca se ha tenido. Xactamente, que diría el Blasillo de Forges.

No imagino al del Pp gorroneando una foto con Trump y menos con el estafermo de Elon Musk. Esas fotos pasarán factura. ¿De verdad que los simpatizantes de Vox entienden la sonrisa de su líder con quien ha metido a España en una guerra comercial injusta al tiempo que se alía con Putin?

Les guste o no a sus partidarios, Sánchez tiene mucho de Trump, al que crítica continuamente. Lo singular es que lo hace como si él fuera todo lo contrario. Consciente de que hablaba ante un público convencido dijera lo que dijera, sentenció el domingo en Granada que ha llegado el momento de que Feijóo se fije en los conservadores alemanes y deje de ser una derecha tutelada, para lo que es necesario romper con Vox y la internacional ultra. Decir esto y pusiéronse a aplaudir lambiones y tagarotes de la sopa boba, con la incansable ministra de Hacienda a la cabeza: ¡ozu, quillo, ozú!

Que uno sepa, Pp y Vox son cosas distintas, incluso bien distintas, lo que no quita que el primero necesite al segundo cuando piensa en gobernar. Hay una enorme diferencia entre la moderación de la que hace gala Feijóo, su forma de entender la democracia y afrontar los problemas que la manera con que Santiago Abascal hace política (¿). No imagino al del Pp gorroneando una foto con Trump y menos con el estafermo de Elon Musk. Esas fotos pasarán factura. ¿De verdad que los simpatizantes de Vox entienden la sonrisa de su líder con quien ha metido a España en una guerra comercial injusta al tiempo que se alía con Putin? Tal y como están las cosas en ese partido es obligado preguntarse si sus votantes saben lo que votan cuando votan.  Tengo para mí que, junto a los pobres incautos que votan Psoe, son igualmente engañados.

El fastidio por el personaje ha pasado a convertirse en lástima. Y la lástima, muchas veces, en una sonrisa. Sobre todo ahora que me he quitado de los telediarios.

Este domingo, un comunicado con prosa de lija salido de su oficina de prensa el Psoe valoraba el resultado de las elecciones alemanas. Curiosamente no se hace referencia al hundimiento del partido hermano, la Spd. Con tremenda simpleza, el escrito se lamenta porque en Alemania la derecha sea capaz de buscar una solución de gobierno con los socialdemócratas antes que con la extrema derecha, y no como o aquí, donde el Pp se alía con Vox. El razonamiento es pornográfico, pero aún habrá quien lo compre: Feijóo debe romper con los ultras como la Cdu con la Spd. Que haya sido Sánchez el primer presidente socialistas que ha renunciado a que el Psoe tenga un proyecto mayoritario; que haya sido él el que desde hace seis años viene construyendo muros dividiendo a los españoles entre buenos y malos; que haya sido él el que jamás haya intentado un acercamiento con Feijóo para librarse de Puigdemont, Junqueras y Otegi, nos confirma que la desrealización es un hecho. Sufre de eso.

En Alemania, el centro derecha y el centro izquierda respetan al ganador de las elecciones. En España no. En Alemania, cuando gana la izquierda hace coalición con la derecha y viceversa. En España no. En Alemania ningún líder democrático busca apoyos entre golpistas, independentistas, ex terroristas y neocomunistas. En España sí.

 

Si este taumaturgo de cortos vuelos no ve así la realidad es que su vergüenza política es inexistente, y su sentido del ridículo también. Pudiera parecer otra cosa, pero escribo lo que escribo lejos del enojo. Digamos que el fastidio por el personaje ha pasado a convertirse en lástima. Y la lástima, muchas veces, en una sonrisa. Sobre todo ahora que me he quitado de los telediarios.

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