Misericordia es la capacidad de sentir compasión por los que sufren. En realidad, no es más que hacer propio el sufrimiento del prójimo. Misericordia es la primera palabra en la que he pensado cuando recibí la noticia de la muerte del Papa. A los pocos días de su elección le escuché unas declaraciones sencillas que consideré impropias de quien se sentaba en la silla de Pedro. Impropias por su simpleza, y porque pensaba que el Papa debería mostrar una cierta potencia teológica en sus mensajes al modo del que hacía gala su predecesor Benedicto XVI. Que me estaba equivocando era algo que supe enseguida. Bergoglio habla sencillo y fácil que es, siempre que se hace bien, tarea difícil con consecuencias a veces desagradables.
En el instante que ahora les traigo, el Papa parecía ironizar con los rostros de Dios. Quitaba importancia a la iconografía cristiana que lo ha representado como un anciano barbudo, o como nos dice Ezequiel en la Biblia, como un hombre, un león, un toro o un águila. Cito de memoria, pero cuando alguien le preguntó por esa cuestión vino a decir más o menos esto: “No le den más vueltas, el rostro de Dios es el del hermano que sufre y padece a tu lado y por el que no sientes misericordia. Este es el verdadero rostro de Dios”.
Y esta es para mí la verdadera naturaleza de la misericordia. Sentir el dolor del otro como si fuera propio. Tenía razón cuando sostenía que la literatura era escuchar la voz de otra persona, y por eso no se cansó de recomendar la lectura para defendernos de la sordera espiritual de estos tiempos. De todos los tiempos. “No es un hombre más que otro si no hace más que otro”, le dijo el caballero de la triste figura a su escudero, Sancho Panza. Me gusta pensar que el Papa tenía subrayado este momento del Quijote.
Cuando Jorge María Bergoglio fue elegido Papa eligió el nombre de Francisco, aquel santo que se hizo llamar el loco de Dios. La elección del nombre es siempre una pista no pequeña de lo que serán los años de pontificado. Aquel Francisco que murió en 1226 vivió como siglos después lo ha hecho el Papa que acaba de fallecer. El de Asís hizo de su vida un compromiso con la humildad, la pobreza, la paz y la sencillez de corazón. El de Argentina ha intentado caminar con esas mismas sandalias los años que ha durado su pontificado. Con estos atributos, que han sido innegociables para Bergoglio, era de esperar que su papado haya resultado inquietante para los católicos más convencionales, que no entendieron muy bien por qué la Iglesia católica cambiaba de forma súbita de Benedicto XVI a un Papa argentino que huía del boato y la púrpura.
Si se hizo llamar Francisco fue por algo. Y por eso en más de una ocasión amonestó en público a su curia para recordarles que el Evangelio es -y sigue siendo- incompatible con la ostentación y la riqueza. Él mismo ocupó un sencillo apartamento, y despreció con determinación los aposentos que le estaban reservados. Los detalles eran muy importantes. Los zapatos rojos de Benedicto XVI se los hacían en Prada; los de Bergoglio se podían comprar en cualquier zapatería. Al último Papa lo enterraron con tres ataúdes, a este con uno; Ratzinger tuvo dos velatorios, Bergoglio tendrá uno y para todo el pueblo cristiano. Cuanto más pequeño es el detalle, mayor es su valor.
No sé si tiene algún sentido preguntarnos si el Papa era de izquierdas o de derechas. Quizá esas etiquetas sólo han interesado a aquellos que deseaban ver en la silla de Pedro un compendio de sus ideas e intereses. Ha muerto un hombre que creyó que lo contrario de la verdad no era la mentira, sino la certeza. Y tuvo certezas que hizo suyas, y que le llevaron directamente a la senda de Jesús: atención a los sectores más olvidados: pobres, inmigrantes, perseguidos, marginados y despreciados. No hace falta ser un teólogo para imaginar que tuvo siempre muy presente el Sermón de la Montaña, el de las bienaventuranzas, ese momento paradigmático y fundacional en el que residen las normas para entender y ordenar el mundo de una manera novedosa hasta entonces.
Francisco ha insistido hasta el último momento en la necesidad de no olvidar a los pobres de espíritu, a los mansos, a los que lloran sin consuelo, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacíficos, a los que son perseguidos por la justicia. Por alguna razón, que hoy podemos entender, Francisco decidió visitar la cárcel de Regina Coeli en Roma nada más salir del hospital. Le quedaban horas de vida. He ahí todo un testamento. Y todo un patrimonio como herencia para aquellos que, sean o no católicos, creen que su mensaje y su vida han servido para que la misericordia esté presente entre nosotros. Entenderlo todo es perdonarlo todo, eso creo que tuvo siempre muy presente.
Tengo en mi mesa el último libro de Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo (Randon House, 20025). Y tengo muchas ganas de leer una obra escrita por alguien que se declara ateo y anticlerical, y que sin embargo acepta la invitación de acompañarle a un lugar, Mongolia, donde hay poco más de mil cristianos, y hablar con él sin trabas de ningún tipo. En parte Cercas lo hace porque quiere preguntarle al Papa algo que le ha encargado su madre: -Dile a Francisco si cuando muera volveré a ver a tu padre más allá de la muerte. No puedo decirles qué le dijo Francisco a Cercas, que eso debe estar al final del libro. Me conformo con pensar que el enigma, el gran enigma de la eternidad ya no es un secreto para el Papa argentino, ese hombre que nació como Jorge y ha muerto como Francisco. Y que a esta hora ya conoce el verdadero rostro de Dios.
Acontracorriente
21/04/2025 19:52
Misericordia para los suyos, no para los demás.
Acontracorriente
21/04/2025 20:05
Misericordia con los suyos. No con los demàs
solo_un_hombre_
21/04/2025 20:18
Misericordia, virtud de la que estamos tan necesitados. En practicar y en recibir. Gracias, Papa Francisco, por insistir tanto en ella durante toda su vida. Y gracias, Félix, por subrayarla con tanto énfasis en tu profundo y antológico artículo. Cuán necesitados estamos en la vida en general y en el periodismo en particular de poner sobre la mesa las cosas realmente importantes.
Tony01
21/04/2025 22:53
Siento discrepar con la mayoría de los obituarios que se están publicando en la prensa a raíz de la muerte del Papa. Analizando su vida en detalle, Bergoglio fue un comunista irredento con un odio profundo a España y a lo español, y tanto fue así que ni siquiera tuvo la delicadeza de visitar el país al que le debía su propia profesión, sin contar co el esperpento de su "perdón" a los sudamericanos por las "atrocidades" cometidas por los católicos españoles en la época del Imperio. Sólo le faltó ponerse la camisa del Che Guevara. Soy católico convencido, pero sé diferenciar bien lo Humano de lo Divino. El que intentase sin éxito empujar varias reformas que iban contra la línea de flotación del catolicismo a través de sus encíclicas woke lo único que tuvo por resultado fue la reducción aún más de la población de creyentes en los países que "abrazaron" sus encíclicas, y viceversa en los países que las abominaron, especialmente Africa, donde los cristianos, y los católicos en particular, se juegan la vida diariamente, y crecen apreciablemente. Que Dios lo tenga en su Gloria y esperemos que el Espíritu Santo guíe a los cardenales en una elección un poco menos politizada.