En las frías y misteriosas aguas del mítico Lago Ness, donde la bruma se entrelaza de manera casi eterna con el agua oscura y las leyendas se tornan casi tangibles, ha ocurrido un hallazgo que ha dejado boquiabiertos tanto a científicos como a curiosos de todo el mundo. A más de medio siglo de haber sido sumergida, una cámara olvidada por el tiempo ha vuelto a ver la luz, o mejor dicho, a sumergirse en la luz del conocimiento científico. Este dispositivo, que fue parte de un intento audaz por capturar al esquivo monstruo del lago, había estado esperando pacientemente, como un testigo silente, en las profundidades del lago más famoso del mundo.
En 1970, el bioquímico Roy P. Mackal, entonces miembro de la Universidad de Chicago, lanzó un desafío a la ciencia: ¿sería posible obtener una prueba física de la existencia del monstruo del Lago Ness? En una época en la que el escepticismo dominaba el campo académico, Mackal apostó por lo imposible. A bordo de su pasión por la criptozoología, ideó un plan en el que, con la ayuda de cámaras selladas, buscaba que el monstruo mordiera un cebo y, al hacerlo, activara una foto automática que capturara la imagen del enigmático ser. La idea parecía propia de un investigador excéntrico, pero lo que parecía un acto de locura se ha convertido en un descubrimiento histórico.
La cámara perdida
El dispositivo en cuestión, una de las seis cámaras selladas que Mackal y su equipo desplegaron a más de 180 metros de profundidad, fue recuperada este año por un robot submarino británico. El simpático Boaty McBoatface, que ya se ha hecho famoso en el mundo de la robótica, llevó a cabo una operación rutinaria para probar sistemas robóticos submarinos en el Lago Ness cuando se topó con el objeto perdido. A través de los años, las cámaras de Mackal habían desaparecido una por una, y muchas de ellas se pensaron irremediablemente perdidas en el abismo. Sin embargo, una de ellas permaneció inalterada, como un relicario atrapado en el tiempo.
El responsable de identificar el hallazgo fue Adrian Shine, un investigador veterano del Lago Ness y autor de A Natural History of Sea Serpents, quien no pudo ocultar su asombro al ver el estado en el que se encontraba la cámara. Este hallazgo fue mucho más que una simple cápsula del pasado; era un símbolo de la obsesión científica que ha impulsado la búsqueda de Nessie durante más de un siglo.
El dispositivo, alojado en un cilindro de plástico transparente, estaba sellado perfectamente y protegido por las condiciones únicas del lago. A pesar de las turbulencias y los años de inmersión, la cámara de Mackal había sobrevivido, al igual que la fascinación por el monstruo del Lago Ness que no ha desaparecido.
La historia detrás de la búsqueda
Roy P. Mackal no era un simple aficionado a lo inexplicable. De formación bioquímica, su carrera científica estuvo marcada por una curiosidad insaciable por lo desconocido. No se limitó a estudiar los animales ya conocidos, sino que se lanzó a la búsqueda de criaturas mitológicas que existían más en la imaginación popular que en los registros científicos. Su vida fue una travesía en busca de respuestas sobre lo que otros consideraban meros mitos.
En 1970, Mackal y su equipo decidieron llevar a cabo una investigación rigurosa y meticulosa. Usaron seis cámaras que fueron atadas a cebos, esperando que una criatura del tamaño de Nessie, si existiera, mordiera el cebo y disparara la cámara. La idea parecía fascinante y al mismo tiempo absurda. Pero Mackal estaba convencido de que la ciencia, cuando se atreve a mirar más allá de los límites del conocimiento establecido, puede descubrir secretos inimaginables.
En ese mismo año, el biólogo fue recibido con escepticismo, y muchos de sus colegas de la Universidad de Chicago lo consideraron un excéntrico o, incluso, un charlatán. Mackal no se dejó amedrentar por la crítica. En su libro The Monsters of Loch Ness, documentó sus teorías y visiones sobre el Lago Ness y sus posibles moradores, ofreciendo un relato apasionado de su búsqueda y sus experiencias. En 1985, Mackal incluso afirmó haber presenciado una aparición de Nessie. Describió cómo el agua cerca de su bote comenzó a hervir y una criatura emergió de las profundidades, con una espalda negra y lisa, y lo que parecía ser una aleta visible. La visión se desvaneció con un fuerte chapoteo y la criatura desapareció nuevamente en las sombras del lago.
La fascinación de Mackal por las criaturas míticas no se limitó al Lago Ness. En sus años de investigación, también viajó a África en busca del legendario Mokele-mbembe, una criatura parecida a un dinosaurio que, según algunos informes, habitaba los ríos de la cuenca del Congo. Su búsqueda de estos seres extraordinarios fue una combinación de ciencia y aventura, un intento por desentrañar los secretos de la naturaleza, incluso aquellos que parecían pertenecer al reino de lo fantástico.
Sin embargo, el precio de esta obsesión fue alto. En la comunidad académica, Mackal fue marginalizado. Su firme creencia en la criptozoología y su enfoque poco ortodoxo a menudo lo enfrentaron con colegas que se inclinaban por un enfoque más conservador de la ciencia. A pesar de sus credenciales académicas, su reputación nunca fue completamente restaurada en los círculos científicos tradicionales.
El legado de Mackal y el enigma de Nessie
A pesar de la controversia que rodeó a Mackal durante su vida, su legado sigue vivo en el Lago Ness. Adrian Shine, que nunca ha sido un “creyente” en el sentido más tradicional de la palabra, ve el misterio de Nessie como algo que va más allá de la ciencia exacta. Para Shine, el lago no es solo un lugar de investigación, sino también un espejo que refleja los deseos y sueños de quienes buscan respuestas en sus aguas profundas. Como él mismo dijo: "El Lago Ness es un lugar en el que las personas ven lo que quieren ver: una prueba, una criatura, un mito, o simplemente un sueño que no quiere morir."
El regreso de esta cámara olvidada es un recordatorio tangible de las obsesiones humanas y las pasiones que impulsan la búsqueda de lo inexplicable. La cámara de Mackal, que estuvo allí durante más de 50 años sin ser tocada, es ahora un símbolo de lo que la curiosidad científica puede alcanzar, incluso cuando sus objetivos parecen estar más allá de nuestro alcance.