En la Basílica de San Pedro, próxima a la tumba berniniana de Alejandro VII, despunta un enorme altorrelieve que corona la sepultura de León I, el Magno, el primer León. Aparece el Pontífice tratando de neutralizar la histórica estampida de Atila —rey de los Hunos—, que en el año 452 trató de asaltar la sede la Iglesia. Arriba, coronando esta majestuosidad escultórica, aparecen —con su espada— San Pablo y San Pedro, los escudos del alma y bastiones principales de la piedra que dejó Cristo en herencia.
Hay algo de todo esto en la figura de León XIV, quien acaba de ser entronizado Papa tras oficiar una misa solemne delante de miles de peregrinos e importantes personalidades del mundo político, como Giorgia Meloni, Vance, Zelenski, Von der Leyen, los Reyes de España o Sergio Mattarella, presidente de la República italiana. Acompañados, además, de patriarcas llegados de Oriente y representaciones de otras religiones: hinduismo, judaísmo, budismo y musulmanes. En total, más de 150.000 personas, que llenaban la Plaza, recorrían Via della Conciliazione y llegaban hasta el Tíber.
Todo se condensó en pocas horas. No eran aún las diez de la mañana cuando Robert Francis Prevost llegó en Papa móvil para dar inicio el rito, su magisterio como Santo Padre. Recuperó la férula de Pablo VI, el Papa que internacionalizó la Curia llevándola a Tierra Santa, La India o la sede de las Naciones Unidas en EE.UU. Un gesto que, además, se interpreta como un guiño al revolucionario Concilio Vaticano II. Una declaración de intenciones para el nuevo sucesor de Pedro, el gran Obispo de Roma. Las nuevas cuerdas de una voz dispuesta a crear una renovada melodía. Así fue.
“Amor y unidad”, repitió una y otra vez. Es el firmamento del primer Papa americano, que amalgama en su figura el lado pastoral de Francisco (cercano y progresista en lo social), el teológico de Benedicto XVI (uso del latín y el griego para leer los evangelios) e incluso el político-diplomático de Juan Pablo II. En este caso no centrado ya en la caída del Telón de Acero, sino en su obsesión por mediar y tejer “comunión y fraternidad” principalmente entre Rusia y Ucrania. A partir de ahí, todas las guerras que hoy se libran en el mundo.
Garante de la unidad interna
Es prematuro y contraproducente elaborar ya teorías en torno a la figura de León XIV, aunque en base a su primera homilía se desprenden algunos halos de luz que podrían iluminar el camino de la Santa Sede. Cuando bajó a la tumba de Pedro se arrodilló sin mediar palabra alguna. Era el peregrino que desaparecía para subrayar el Santo. Un acto de silencio y fe humilde de un agostino que fue misionero en Perú durante décadas. Una huida dentro de sí.
Ya en la homilía, citó precisamente a San Agustín, León XIII y el Papa Francisco. Hizo un alegato a la Iglesia, instándola a no caminar en solitario haciendo uso-abuso de propaganda religiosa o erigiéndose como único condottiero al servicio de la gente. No, Prevost incidió en el amor y la unidad, en la misión, en la liturgia como algo santo y no sacro. Un manual proclamado de un tradicionalista en la doctrina (“La familia es la unión de un hombre y una mujer”) y un revolucionario que apuesta más que nunca por el cambio interior. En definitiva, una mezcla de identidades que, lejos de ser un oxímoron, se antojan complementarias.
Palio y Anillo del Pescador
El 18 de mayo de 2025 ha comenzado todo. Es una vuelta al inicio, a los orígenes eucarísticos de la Iglesia, virgen y unida. Desnuda. Sin ínfulas autoritarias ni llenas de almíbar.
No ha sido casual que precisamente haya rescatado el cónclave exprés para reforzar la unión interna de un núcleo cardenalicio más heterogéneo y grande que nunca. Tampoco que se haya emocionado ya en el altar de la confesión -una vez ofrecido el incienso al Trophaeum Apostolico- cuando el cardenal obispo Luis Antonio Tagle le ha entregado el anillo del Pescador… Dejando así al diácono Mario Zenari (nuncio apostólico en Siria) la colocación del Palio Pastoral. Todo con una oración llevada a cabo por Fridolin Ambongo Besungu, cardenal de la República Dominicana del Congo. Tres que representan los continentes de África, Asia y Europa. Un universo en una roca pequeña. Un desarrollo que pretende también traer progreso, aunque de forma cauta.
Las opiniones son variopintas. Aunque algunos vaticanistas expertos le ven como un heredero de Benedicto XV (Papa de la I Guerra Mundial), lo cierto es que la portentosa, sensible y delicada imagen de León XIV es eso, la antítesis y mucho más. Es San Agustín, quien se adelantó a Freud para sugerir al mundo que la verdad está dentro de uno mismo. También es quién se enfrentó a Atila, el Papa pescador y pastor, el misionero noble que sueña con desaparecer para guiar al mundo hacia la paz. Es Bergoglio, Ratzinger y Wojtyla… Y el cardenal americano que, aunque apela a la paz en el mundo, ha estado lejos de hacer una homilía política y programada. Estructurada, por cierto, en tono tranquilo, armonioso y sereno, en las antípodas de la visceralidad que busca adoctrinar más que remover conciencias.
Curiosamente, lo extraordinario de Prevost ha sido un arengar las almas para volver a las raíces, al origen. Al amor y la unidad en varias declinaciones… Todo delante de la Madonna del Buon Consiglio, quien le escuchó recitar la sinfonía gregoriana Regina Caeli en este domingo de mayo, inmerso aún en un Pentecostés especial. El primero al comando de la barca petrina.
Un mundo en una piedra. Es, de alguna manera, La Eneida contada en modo cristiano-católico. La Iglesia ya no es una supremacía social con pretensiones de dominio, sino un ente que se empequeñece para crecer. Es almacén y no escaparate. “Campestre, agraria, pastoral y carnal”. Esa, esa fue la Roma que describió Virgilio por encargo de un atónito Augusto, quien esperaba un poema donde se calcaran las gestas del emperador en una ciudad grandiosa y mayestática.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación