España

Será León, no Francisco 2.0

Ser agustino no es cualquier cosa. Es una de las órdenes religiosas más antiguas del mundo

  • El Papa León XIV.

Decía el presidente Abraham Lincoln que no conocía actividad más inútil en la vida que la de hacer vaticinios. Bien lo saben hoy los “expertos vaticanistas”, adivinos, quinielistas, arúspices, augures y demás videntes de los medios de comunicación, que metieron al cardenal Prevost en sus adivinanzas conclavistas del mismo modo que metieron a otros treinta. No era un candidato mediático. Era (es) un tímido que prefiere callar antes que hablar. Muchos lo descartaban por haber nacido en EE UU. En realidad, hasta que el protodiácono Mamberti salió al balcón y dijo el nombre del purpurado americano, poca gente sabía a qué atenerse con Prevost. Desde luego, sí lo sabían los feligreses de la diócesis de Chiclayo, en Perú. Desde luego también, sus colaboradores en la Curia, en la “fábrica de hacer obispos”. Y sin duda sus enemigos, que tiene unos cuantos. Pero sobre todo los frailes agustinos de todo el mundo. Pocos más.

Sin embargo, los hechos del pasado y lo poquísimo que hemos visto del nuevo Pontífice en estos días permiten hacer no vaticinios, pero sí deducciones. La incontenible euforia pontificia que hemos vivido en estas semanas, desde el fallecimiento de Francisco hasta ahora mismo, ha convertido de pronto a Robert Francis Prevost en lo que cada cual ha querido que sea: un santo en vida, un marxista disfrazado, un heroico misionero, un erudito ratón de biblioteca, un progre, un facha… Unos y otros le han pintado con el color del cristal con que cada cual suele mirar. Eso no son deducciones ni datos. Son poco más que fantasías.

Pero sí hay elementos ciertos que permiten hacerse una idea de cómo podría ser, y no tardando, el nuevo papa León XIV. Uno de los más significativos es que es agustino. Fue prior general de la Orden de San Agustín entre 2001 y 2013. Ser agustino no es cualquier cosa. Es una de las órdenes religiosas más antiguas del mundo: nació en el siglo XIII, cuando se produjo una verdadera eclosión de órdenes católicas, y tuvo desde el principio el carácter de “mendicante”: no vivían de sus propias rentas sino de la limosna. De aquello se conserva algo muy importante: la austeridad, el desapego de los lujos, que es una de las características de la personalidad de Robert Francis Prevost.

Los agustinos hacen muchas cosas, pero dos sobre todo. Se dedican a la enseñanza, y destacan por una altísima exigencia intelectual. No es una orden para tontos, para vagos ni para gente que no tiene otra cosa que hacer. Tan solo en España tienen 17 colegios, y quien se ha educado en los agustinos (como en los jesuitas; en esto se parecen) sabe muy bien que en sus centros hay que hincar los codos y trabajar mucho. En otros tiempos, no tan remotos, la correa de cuero que llevan los agustinos en la cintura ayudaba mucho a despabilar a los gandules. Hoy seguramente ya no es así.

Pero es, además, una orden que se dedica vehementemente a la evangelización, a la obra misionera. Están presentes en unos 50 países. Los agustinos son gente, pues, que mete los pies en los charcos sin inmutarse. Gente valiente sin llegar a la temeridad, humilde pero no sumisa, muy estudiosa pero sin caer en el ensimismamiento especulativo. No buscan la riqueza ni el poder: nunca ha habido un Papa agustino, y menos en la época de los desenfrenos medievales y renacentistas. Es una orden pensada para gente seria, trabajadora, sobria, inteligente, disciplinada y eficaz. En otras palabras: hacerse agustino es una cura de burro para los tímidos y los apocados, porque hay que saber hablar a los demás con la misma decisión y certidumbre con la que luego hay que arremangarse para cavar una zanja en el altiplano o en los trópicos.

Ahí están bastantes de las claves de la personalidad del papa Prevost, que seguramente es uno de los agustinos más agustinos que hay en el mundo. Los dirigió a todos durante doce años. Visitó las casas de la orden en prácticamente todos los países, entre ellos España, y a todos les cautivó su sencillez, su sonrisa ancha pero algo enigmática, su costumbre de no quejarse y su claridad de ideas sobre lo que había que hacer en cada caso. Este no será un Papa telegénico, como Juan Pablo II; ni exquisito, como Benedicto XVI; ni especialmente provocador, como fue algunas veces su buen amigo y “mentor” Francisco. León XIV es agustino. Y se le va a notar. De hecho, ya se le está notando.

Esa agustina costumbre de no arrimarse al poder, ni buscarlo, ni complacerlo, le ha creado un apreciable número de enemigos. Veamos algunos. Lo último que hizo Francisco en su vida fue cerrar, en Perú, el llamado Sodalicio de Vida Cristiana, al que muchos medios califican ahora de “organización religiosa”. No. El Sodalicio era una secta como la copa de un pino, fundada por un fanático de extrema derecha llamado Luis Figari. En sus centros se infligía a los chicos torturas verdaderamente sádicas y está probado que tanto Figari como varios de sus colaboradores abusaron sexualmente de menores durante décadas. Pero tenían muchísimo dinero y supieron ganarse la protección de la más cavernaria derecha peruana, la inalcanzable aristocracia del dinero, entre otros la gente próxima a Alberto Fujimori.

El papa Francisco primero expulsó a Figari del Sodalicio (el tipo ya había huido a Roma) y terminó por disolver el poderoso grupo, pocas semanas antes de morir. Y resultó que uno de quienes ayudaron al Papa en ese cierre, todavía más severo que el de los Legionarios de Cristo, fue el cardenal Robert Prevost. Los del Sodalicio se la tenían jurada. Ya antes del cónclave, cuando algunos medios empezaban a aventurar la posible candidatura del cardenal agustino a la silla de Pedro, empezaron a difundir mentiras. Acusaban a Prevost de “no haber hecho lo suficiente” para impedir los abusos sexuales o, directamente, le llamaban a él encubridor de abusadores. Era exactamente al revés. Los abusadores de niños eran ellos. Prevost lo único que hizo, por orden del Papa, fue ayudar a cerrar aquel espléndido negocio y algunas espeluznantes “casas de los horrores”, como la de San Bartolo, al sur de Lima.

Más enemigos: Steve Bannon, el confeso neonazi estadounidense que fue consejero de Trump, que ha sido procesado y encarcelado por diversas estafas y que apoya con mucho dinero a numerosos grupos de extrema derecha europeos, ya ha dicho que León XIV es una “marioneta marxista” y que es “lo peor que podía pasarles a los católicos MAGA”, es decir, a los fanáticos de Trump. El propio presidente aún no ha criticado al nuevo Papa; le preguntaron por él, le dijeron que era de Chicago y Trump, que con toda probabilidad no sabía de quién le estaban hablando, respondió que era “un gran honor” que el nuevo Pontífice fuese norteamericano. A ver lo que tarda en cambiar de opinión, como suele, porque León XIV, agustino, de familia de inmigrantes y defensor de los inmigrantes, que lleva la mitad de su vida peleando por los pobres y los marginados (la otra mitad la ha dedicado a estudiar), es, como habría dicho el cardenal Bellini en la película ‘Cónclave’, “todo lo que Trump no es”.

En España ya han empezado los zurriagazos, y vienen todos del mismo sitio: la extrema derecha. Un antaño conocido locutor, hoy en horas bajas, condenado varias veces por injurias, ya ha dicho que el papa Prevost es un “comunistoide” amigo de Cáritas, organización a la que moteja de “podemita, o sea comunista”. Ciertas webs de medio pelo, alguna de las cuales lleva el título “vaticano” en su cabecera aunque no tienen nada que ver con la Santa Sede –más bien todo lo contrario–, ya buscan desesperadamente el crecimiento de los “clicks” en sus páginas mediante el habitual y asqueroso método de injuriar y calumniar a alguien que acaba de llegar en medio del respeto, la sonrisa y el interés de la inmensa mayoría de los ciudadanos, creyentes o no. Es un truco más viejo que la orilla del río, pero no es raro que funcione. ¿Y aquello de los “cien días” de respeto para esperar y ver? Ah, eso era antes del populismo y de las redes sociales.

Este agustino agustinísimo, que ha logrado vencer –relativamente– su timidez gracias a los métodos y a la disciplina que aprendió en la Orden inspirada en el santo converso de Hipona, no será Francisco II ni un “Francisco 2.0”, por más que su hermano mayor, John Prevost, diga ahora que sí lo será, sin duda eufórico por una noticia que él tampoco imaginaba. Debemos esperar unas maneras mucho más pausadas, mucho más “vaticanas” (pero no menos firmes en lo esencial) que las que gastaba el papa Bergoglio. Prevost sabe que su elección ha desarbolado a la extrema derecha de la Iglesia (los cardenales Sarah, Burke, Müller) y también a los trumpistas, como el estadounidense Dolan. Estos han logrado, si acaso, un compromiso: que no se eligiese a progresistas impetuosos (hasta donde puede ser impetuoso un cardenal) como Marx, Turkson, Brislin o incluso el español Cristóbal López Romero; ni siquiera a un viejo zorro diplomático y “sospechoso” como Parolin, sino que el cónclave atemperase la evidente mayoría de los “bergoglianos”.

Empiezan a circular rumores más o menos fantasiosos sobre cómo se desarrolló el encierro cardenalicio. Hay quien da por hecho, citando a Il Corriere della Sera, que el cardenal Parolin empezó ganando claramente, pero que en la tercera votación se dio cuenta de que no iba a conseguir los 89 votos y que, en la comida del segundo día, hizo saber a sus partidarios que debían votar a Prevost, que se le parece extraordinariamente en el fondo y en las formas (pero Parolin no es agustino; no se puede tener todo). Aunque hay quien asegura exactamente lo contrario: que el cardenal “peruano” Prevost empezó ganando desde el principio, gracias a lo que destacó en las Congregaciones Generales previas al cónclave, y que siguió subiendo hasta alcanzar la mayoría en la tarde del segundo día.

Quién sabe. Todo eso son más rumores y fantasías que hechos ciertos. Algún cardenal terminará por contar cómo fue todo, sin la menor duda –siempre pasa–, pero desde luego no ahora. Las “fuentes” de la Prensa italiana, que es la única que las tiene fiables, están ahora indudablemente secas, porque no sería difícil averiguar quién se ha ido de la lengua y eso al cotilla le puede costar el capelo rojo. Así que no hay que hacer demasiado caso de las habladurías.

De momento, el Papa agustino que jugaba al tenis (¡es fan de Carlitos Alcaraz!), que es aficionado al béisbol y al fútbol, que canta aceptablemente bien, que tiene un elegante sentido del humor (“voy a tener que ensayar mi nueva firma”, se reía hace muy poco); este León XIV al que sus amigos de Chicago llaman Bob y los de Chiclayo “padre Roberto”; este hombre enérgicamente suave que es más peruano que el ceviche pero a quien no le gusta mucho el ceviche; este Papa a quien nunca se le cayeron los anillos por servir una mesa y que ha empezado vistiéndose con calculada y moderada modestia (no tanto como Francisco pero mucho más que los suntuosos anteriores), y que prefiere mil veces leer antes que improvisar; este León XIV recién estrenado, sin la menor duda está deseando que termine todo este espectáculo multimedia para ponerse a trabajar en serio, que es lo que se le da mejor.

De momento, algo dirá sin duda sobre el conflicto que ha estallado entre India y Pakistán al mismo tiempo que él era elegido para pilotar la Iglesia católica. Quizá esa sea su primera declaración como Pontífice. Tendrá que hacer muchas más, y no tardando. Muchas y difíciles, porque el mundo parece estar volviéndose loco y los populistas, y la tenebrosa extrema derecha (de dentro y de fuera de la Iglesia), no le van a dejar en paz, como no dejaron en paz a su antecesor y mejor ejemplo. Pero es agustino. No le asusta el trabajo y se crece ante las dificultades. Pronto lo veremos.

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