La palabra superviviente se quedó muy limitada en el siglo XX. Un término muy reducido para catalogar a los soldados que sobrevivieron en el infierno de las trincheras, para los judíos que salieron con vida de fábricas de la muerte como Auschwitz o para los habitantes de Hiroshima y Nagasaki. Para estos últimos, en japonés se inventó la palabra hibakusha, literalmente “persona bombardeada”.
Por primera vez en la historia, un solo artefacto y en un solo instante mataba a decenas de miles de personas y destruía por completo una ciudad. La bomba era doblemente mortífera, la explosión más grande registrada en la historia iba acompañada de un veneno nuclear que siguió afectando en generaciones posteriores. Los hibakushas quedaron estigmatizados y en la mayoría de los casos no hablaron de su experiencia o lo hicieron muchas décadas después. El periodista español Agustín Rivera excorresponsal en Japón recoge los testimonios de algunos de ellos.
P: ¿Qué queda en el Japón actual del recuerdo de las dos bombas?
R: Queda la reflexión sobre lo que supuso la bomba atómica, queda la ausencia de rencor que tienen los japoneses que han sufrido algo bastante increíble. Quedan también esas huellas de los hibakushas, que son huellas, por supuesto, físicas, pero también psicológicas de saber que han sido los únicos seres humanos que han sufrido bombas atómicas y saber que lo que sufrieron fue desgraciadamente muy especial.
P: Varios testimonios de su libro, reflejan la ausencia de odio o resentimiento, ¿cómo puede ser esto posible?
R: Yo creo que esto puede ser por la mentalidad japonesa mirar hacia delante, no recrearse demasiado en la memoria. Los japoneses también tienen un sentimiento de vergüenza y de humillación por haber empezado la guerra, por haber declarado la guerra a Estados Unidos con el ataque de Pearl Harbour en diciembre de 1941. Ellos piensan que si no hubiese habido ese ataque de Pearl Harbour, quizá Japón no hubiese entrado en la guerra, no hubiese habido tantas víctimas y por supuesto no se hubiese lanzado la bomba atómica.
P: ¿Atribuye esta estigmatización, que han sufrido los hibakushas, a esta vergüenza por haber sido un país agresor?
R: Yo creo que también hay elementos del código Bushido, del respeto a quien gana la guerra. El código Bushido indica que el guerrero, si al fin es vencedor, hay que darle un reconocimiento, hay que inspirarle un cierto respeto. Y eso creo que se nota un poco con la relación que hay tan especial entre Estados Unidos y Japón desde que acabó la guerra. No creo que haya otros dos países en la historia del siglo XX, quizá en la historia de la humanidad, que hayan sido tan íntimamente enemigos y que luego sean tan aliados, tan amigos, en un espacio tan corto de tiempo, casi de un día para otro.
Desde la rendición de Japón del 15 de agosto de 1945 a la ocupación de MacArthur, cuando también se produjeron violaciones, y no fueron nada fáciles esos años de la ocupación. Pero Estados Unidos ayudó económicamente muchísimo a que Japón se recuperara. Es verdad también que fue por un interés geoestratégico por hacer un contrapeso a Corea del Norte y sobre todo China. La contraprestación fue el uso de las bases militares, sobre todo en Okinawa, pero también en Kure, que está justo enfrente de Hiroshima. El primer testimonio que yo comento en el libro, el de Masayo Mori, ella mira la ventana de su terraza, de su apartamento de Hiroshima, que está en el Parque de la Paz y ella ve, a unos kilómetros de distancia, la base militar de Kure. ¿Cómo es posible que aquí, justo enfrente, donde sufrimos la bomba atómica, haya una base militar del pueblo que nos hizo tanto daño?
P: ¿Cuántos hibakushas quedan en el año 2023?
R: Hay datos un poco contradictorios, pero pueden ser centenas, incluso llegar a algunos miles. El problema no es tanto los que quedan vivos, sino de los que quedan vivos, cuántos tienen memoria, qué capacidad de salud tienen para contarlo. Primero, que se acuerden, y luego la estigmatización ha impedido que muchos lo cuenten, o lo cuenten cuando ya tienen 60 o 70 años. Muchos hibakushas que viven en Hiroshima o Nagasaki y no le cuentan a nadie que han sido hibakusha.
P: ¿Por qué?
R: En primer lugar, porque han tenido problemas para conseguir empleo, tenían problemas también para conseguir pareja, tanto mujeres como hombres. Había muchas mujeres que no querían casarse con hombres que eran hibakushas y viceversa. Pensaban que sus hijos iban a tener deformaciones físicas, en algunos casos es así, pero en otros casos ha habido hijos de hibakusha que no han tenido problemas físicos. Entonces, todo eso ha influido en que muchas parejas de hibakusha se emparejaran entre ellos. Ese miedo a decir que son hibakushas no es solamente un asunto de los años 50, 60 o 70 sino que es un asunto actual del siglo XXI, muy pocos quieren decirlo, y los que quieren decirlo ya tienen problemas de memoria, problemas de Alzheimer, de demencia y algunos no lo quieren contar con detalle.
P: En su libro cuenta la historia de una hibakusha que terminó viviendo en Málaga y estuvo décadas sin contar su experiencia.
R: Ella vive ahora mismo en Alhaurín de la Torre en Málaga, ella tenía mucho recelo en contarlo con detalle. Ahora ya con sus ochenta y tantos años, lo cuenta de una manera muy emocionante.
P: ¿El sentimiento más común de los hibakusha ha sido la vergüenza?
R: Yo creo que sí, yo creo que la vergüenza, la ausencia de rencor, como he comentado antes y un poco saber, oye, ¿por qué entramos en guerra? ¿por qué tuvimos que sufrir tanto? ¿por qué el emperador Hirohito aceptó un poco las exigencias del primer ministro y de los oficiales de los mandos militares japoneses para entrar en una guerra absolutamente absurda que no nos llevó a nada". Esa escena me parece un poco frívola. Está muy bien desarrollado el proceso de creación de la bomba, pero como siempre, los hibakushas quedan un poco orillados. Es una gran película, es una película que merece la pena verla, que refleja muy bien el personaje, pero yo también recomiendo la serie Manhattan de hace unos años, porque creo que refleja mejor la vida de todos los científicos, esa guerra interna que había, ese nivel de secretismo para que no se supiera lo que estaban haciendo en Los Álamos.
P: Termina el libro con otra tragedia nuclear, la de Fukushima, que se compara con la de Hiroshima, pero varios testimonios mencionan que para entonces la sociedad japonesa había perdido sus ideales, ¿comparte esta apreciación?
R: Yo creo que en cierta manera sí, que la sociedad japonesa ahora mismo mira el presente, mira el futuro y no quiere mirar al pasado, excepto algunas excepciones. Pero es verdad que esa sensación de que la Segunda Guerra Mundial es algo antiguo, como se dice ahora en el término de los jóvenes: “no nos renta mucho”. Afortunadamente hay jóvenes que ahora mismo tienen menos de 30 años, que les interesa el fenómeno de los hibakusha, que quieren saber qué pasó exactamente en la Segunda Guerra Mundial y que saben que es muy importante reflexionar sobre el pasado.
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