Cultura

Sinofuturismo: ¿la gran tendencia cultural de este milenio?

El gigante asiático marca ya nuestra visión del mundo de muchas maneras, que pueden ir aumentando

Desde el fin de la Segunda Guerra, Estados Unidos ha dominado la mayoría de las tendencias sociales, tecnológicas y culturales de todo el planeta, sobre todo a partir del derribo del Muro de Berlín en 1989. Parecía que nunca fuese a tener rivales, pero a partir las Olimpiadas de Pekín de 2008 –consideradas por muchos las mejor organizadas de la historia– parece claro que China está volcada en plantar cara a un imperio en decadencia. ¿Cuál es el símbolo del poder chino? Hasta hace poco, la Presa de la Tres Gargantas, un masa de cemento tan colosal que los científicos calculan que ha añadido 0.06 milisegundos al tiempo que la Tierra tarda en rotar cada día. Pronto será la segunda obra pública más grande del planeta, superada por otra tres veces más grande que el país de Xi Jningpin va a construir en el Yarlung Tsangpo, el río más caudaloso del Tíbet. “China amenaza con liderar el mundo en enjambres de drones antiaéreos, robots humanoides, perros robot armados, aviones de combate hipersónicos e hiperbucles maglev”, explica Tom Ough, analista destacado de la revista digital británica Unherd.

El impulso imperial de China se incubó con diversas humillaciones geopolíticas: sobre todo las devastadoras Guerra del Opio con los británicos y las derrotas militares frente a Japón, que hicieron germinar un espíritu de disciplina colectiva que el maoísmo convirtió en emblema nacional. Después de una guerra civil de 22 años, que se dice pronto, el comunismo trajo dolorosas pruebas colectivas como el delirio vanguardista de la Revolución Cultural y los 65 millones de muertos por las hambrunas del Gran Salto Adelante. Tras estas tragedias, el país forjó pasó de sociedad agrícola feudal a finales del XIX a segunda potencia mundial en nuestros días También aprendimos que las protestas sociales no iban a frenar su desarrollo social, como demostró en el aplastamiento de los manifestantes de Tiannamen en 1989. Lo ha explicado con precisión el filósofo esloveno Slavoj Zizek: hoy el mundo sabe que el modelo más eficaz para que un país triunfe es una mezcla de autoritarismo gubernamental y neoliberalismo económico, es decir el llamado “modelo chino”.

El profesor argentino Salvador Marinaro imparte clase en la universidad de Fundan (Shangai), además de ejercer como coeditor de la revista anual Chop Suey, dedicada al sinofuturismo. Este mismo mes explicaba publicaba un extenso artículo en un número especial de Le Monde Diplomatique, dedicado al creciente poderío del país de Mao para determinar el desarrollo del planeta: “En China el futuro está en todas partes. Desde muestras de pintura que combinan arte y tecnología hasta documentos oficiales que establecen objetivos medio y largo plazo, los debates sobre ciencia e innovación se repiten en universidades, think tanks y galerías de arte. Está claro: la población, que vivió el cambio económico más acelerado de la historia y que vio sus ingresos multiplicados por diez en veinte años, sueña con el porvenir. Un porvenir en el que China ostenta el liderazgo geopolítico y tecnológico”, advierte. Hablamos mucho de Silicon Valley, pero casi nadie sabe pronunciar el nombre de Zhongguacnun, en la ciudad de Shenzhen, sede de los gigantes digitales globales Tencent, ZTE y Huawei.

El otro santuario de la innovación

¿Es este Silicon Valley oriental menos influyente que el de Estados Unidos? “En solo dos generaciones, la zona pasó de ser una aldea de pescadores con poco más de veinte mil habitantes a convertirse en una metrópolis donde viven, trabajan y estudian más de diez millones de personas. Este salto vertiginoso convirtió a Shenzhen en el modelo a seguir para los líderes del partido”, explica Marinaro. Mientras escribo estas líneas, se está celebrando en Pekín el influyente Foro Zhongguancun, que cuenta con mil ponentes de primer nivel venidos de más de cien países. Bajo el lema bajo "Nuevas fuerzas productivas de calidad y cooperación tecnológica global”, aspira a convertir a China en el país dominante del mapa tecnológico global, basándose en conceptos más colaborativos que impositivos, entre ellos "el desarrollo innovador global en grandes modelos de IA, la inteligencia incorporada, la tecnología cuántica, la biomedicina, la 6G y las interfaces cerebro-ordenador”, explican en sus objetivos.

El ingeniero de computación y filósofo chino Yuk Hui, doctorado en el Goldsmiths College de Londres, ofrece claves básicas para entender la lucha China por la hegemonía en sus elogiados ensayos Fragmentar el futuro (2020) y La pregunta por la técnica en China (2024), ambos publicados en nuestro idioma por la editorial argentina La Caja Negra. En sus entrevistas, Yuk suele advertir de que “el desarrollo tecnológico de China es tan vertiginoso que da miedo”. También defiende que la globalización tecnológica de Occidente fue una forma de neocolonización y que este proceso de dominación unilateral va llegando a su fin, hasta el punto de que “está siendo relevado por una competición en la aceleración tecnológica y los cantos de sirena de la guerra”. El concepto clave de este pensador es la “tecnodiversidad”, que no significa que necesitemos más buscadores y redes sociales sino que debemos buscar “tecnologías no guiadas por la racionalidad técnica que alcanzó un estatus universal a partir de la colonización europea”.

China está confiando su dominio global futuro a una mezcla de hiperdesarrollo tecnológico y la articulación de una filosofía de la diversidad que les permita conectar con la izquierda occidental

 Según Heidegger, uno de sus referentes, la racionalidad prioriza las formas de conocimiento orientadas a la producción: medir, dominar, utilizar. De manera paradójica, es un humanismo que subordina a los otros seres a sus propios fines e ignora “la necesidad de coexistencia”. Yuk Hui propone superar este paradigma sin ofrecer soluciones concretas, ya que intuye que las salidas solo pueden ser colaborativas, diversas y locales. Se intuición es que si no superamos el paradigma individualista de la Ilustración estaremos indefensos ante el Apocalipsis ecológico. En una extensa entrevista el año pasado, Yuk describía la tecnodiversidad como “una propuesta donde las actividades técnicas, ecológicas y reflexivas se articulan recursivamente. Por ejemplo, en relación a la biodiversidad, hoy no podemos pensar solamente en preservar unas u otras especies, hay que pensar el modo en el que podemos convivir con ellas”, apuntaba.

¿Un ejemplo concreto? “Hay quien está pensando en la tierra como una nave espacial con la que podríamos desplazarnos a otra galaxia. Yo sugiero que es mejor eliminar esa ideas y volver a pensar en volver a poner los pies en la tierra. Por ejemplo, la cuestión clave de la ecología, para mí no es tanto proteger a los animales y las plantas, sino profundizar en la cuestión y las posibilidades de la coexistencia. Pensar en la tecnología desde ese punto de partida. ¿Qué pasa con esas máquinas que están entrando, por ejemplo, ahora mismo en la Amazonía? ¿Qué tipo de convivencias se producirán entre las cosmovisiones que habitan el territorio y la tecnología recién adquirida? ¿Qué procesos de adaptación se pueden dar?”, pregunta.

En conclusión, y volviendo a la definición de Zizek, parece que China está confiando su dominio global futuro a una mezcla de hiperdesarrollo tecnológico y la articulación de una filosofía de la diversidad que les permita conectar con la izquierda occidental, el indigenismo y el neocoumunismo chic. No están tan interesados en producir contenidos culturales (libros, discos, películas…) como en controlar las redes por los que estos circulan (supervisar estructuras de control es más manejables para una dictadura que procesar puestos de vista individuales). Filósofos como Yuk Hui servirán como envoltorio pluralista, ecosostenible y cool de un proyecto de dominación mundial. Atraídos por la crisis de la universidad y los millones de Pekín, más y más académicos de Occidente se irán pasando a las filas del sinofuturismo militante.

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