El escritor Isaac Rosa no es un entusiasta de las adaptaciones cinematográficas fieles a la literatura, algo que entusiasmó a Helena Taberna y le resultó incluso halagador al terminar la versión para la gran pantalla que ha hecho de su célebre novela Feliz final. Nosotros es el título de esta película, que partía con el difícil reto de evocar el efecto de una estructura narrativa en orden inverso al que suceden los acontecimientos, y en la que se alternan las perspectivas de la pareja protagonista.
En este caso, Helena Taberna, con un guion de Virginia Yagüe, confía el potencial de la historia a la pareja protagonista, Ángela y Antonio, a quienes interpretan con fuerza y buen pulso María Vázquez y Pablo Molinero, responsables de encarnar los mejores pasajes de una historia de amor y también las primeras grietas previas al abismo de la separación.
En esta "libertad de movimientos" que el autor de la novela permite a la cineasta responsable de plasmarla en la gran pantalla, sin ningún tipo de líneas rojas, Taberna optó por interpelar al espectador, huir también de estructuras convencionales y presentar esta historia de amor y desamor del mismo modo en el que los recuerdos llegan a la mente: en una combinación de "momentos luminosos y tristes", según cuenta a Vozpópuli la directora durante su presentación en Madrid.
En la novela, en cambio, "el tiempo fluye hacia atrás" y hay en ella "algo de desenterramiento, de ir levantando capas" a través del discurso, de "dos voces entrelazadas, enfrentadas y a veces encontradas". "Eso en el cine no se puede conseguir con los mismos recursos. La manera de llevarla a la pantalla ha sido coherente con la novela sin ser literal", añade el escritor Isaac Rosa.
"No me gusta el cine que te hunde del todo, me siento fatal, porque no me gusta que no haya puertas abiertas"
La adaptación al cine de Feliz final funciona en el presente como un bálsamo, con un mensaje de concordia con el que no se buscan culpables, y en un tono menos oscuro y amargo que la novela a la hora de narrar una separación y aceptar el "fin del amor", tal y como cuenta. "Quería llevarlo a la esperanza. No me gusta el cine que te hunde del todo, me siento fatal, porque no me gusta que no haya puertas abiertas. hay una responsabilidad, sobre todo en el cine", apunta.
No obstante, Taberna matiza que no se trata de una película "excesivamente luminosa" sino una "aceptación de la libertad", en la que se propone "aceptar la realidad", aprender a "no sufrir por aquello que no merece la pena y por aquello que no es posible salvar". En definitiva, "procurar ser más felices en lugar de empecinarse en la culpa".
Envejecer juntos
Tanto en la novela como en la película se repite como un mantra la idea de envejecer en compañía del otro, algo que, en palabras de Isaac Rosa, "parece algo que va en contra de estos tiempos". "Vivimos en el cortoplacismo total, en el que todo tiene fecha de caducidad, todo es obsolescente, también el amor, y hemos asumido una forma de relacionarnos con fecha de caducidad en la que, además, como se acaba, no invertimos más -y lo decimos en términos económicos- porque es algo que luego se va a acabar", señala.
Frente a esta posición, en la que se mide el amor "en términos de ganancias, de pérdidas y de inversión", se sitúan "quienes se enamoran, que siguen pensando que van a envejecer juntos y que ellos van a poder, van a vencer a esa obsolescencia, a ese cortoplacismo". "En esa tristeza y en ese dolor que es la separación, está también la pérdida de ese propósito, de querer envejecer juntos, que hay parejas que lo consiguen, otras no, y a veces lo viven en términos de fracaso", continúa. Su Feliz final, y también nosotros, es casi "una enmienda a la totalidad" de lo que se vive hoy en día y también una "proclama política desde la intimidad" en tiempos de "individualismo absoluto".
El peso actoral María Vázquez y Pablo Molinero es la gasolina de una historia en la que los intérpretes principales "no solo tenían que ser buenos actores, sino tener la capacidad de convencer al espectador de que se trataba de una pareja real", en palabras de Taberna. Para ello, era importante que no resultaran "demasiado conocidos" y lograr que sacaran "su alma", algo que logró a partir de los ensayos que tuvieron lugar en la casa en la que viven, lo que Mario Camus definía como "puntos importantes de vida", que consistía en "llenar de vida las escenas con los objetos y las acciones".