Opinión

Se apagó la luna de Abdou

Aquel senegalés exhausto sólo buscaba ya en nuestro país el consuelo de unos brazos

  • Abrazo de Luna y Abdou -

Debían ser en torno a las seis de la tarde. No lo puedo concretar porque me desprendí del tiempo el pasado sábado con el fin de saborear los minutos en familia. Nos dirigimos a un pueblo perdido entre los valles del interior de Guipúzcoa. Brillaba el sol y eso que no se le esperaba aquel día en el norte. Los montes estaban verdes como un helado de lima. Me fijé en la fotografía que formaban tres ovejas, tres, cobijadas juntas bajo la sombra de un árbol.

Su dolorosa historia

El paisaje era como el de una postal de esas que ya no se envían en verano. El coche circulaba a unos 30 kilómetros por hora y la subida por aquella carretera estrecha era lenta como mi mirada. Yo observaba a un lado y al otro desde las ventanas de la parte trasera del vehículo como queriendo retenerlo todo para cuando esas vistas no estén ya conmigo; como si aquel cuadro único tuviera el poder de alimentarme.

Una vez en el destino y justo antes de abrir la puerta y bajar, aproveché el sueño silencioso del bebé para ojear las redes por si el mundo ahí afuera ardía y yo no me había enterado. Supongo que es inevitable y una deformación profesional lo de estar conectado aún sin querer estarlo. Y fue ahí, aparcada en aquel lugar recóndito en el que apenas parecía moverse la vida, cuando volví a ver aquella imagen que unos años antes ya me había atravesado como una espada: la del abrazo entre Luna y Abdou. Con un titular, esta vez, que hubiera preferido evitar: “Muere Abdou Ngom, símbolo de la crisis migratoria”.

Me emocioné. La soledad de su caída en un piso del sur de España. Su juventud. Su dolorosa historia. Miré y remiré la fotografía que le dio a conocer al mundo. Aquel rostro roto aferrado a una voluntaria de la Cruz Roja un día de mayo del 2021 en la playa del Tarajal. Había caminado por la orilla marroquí durante horas, había nadado durante minutos y había perdido a su hermano durante la travesía que le trajo a España. Después de tanto sacrificio, de tanto sufrimiento, aquel senegalés exhausto sólo buscaba ya en nuestro país el consuelo de unos brazos. Y lo encontró. Luna fue su luna. Su luz, en mitad de la oscuridad.

Una periodista de Televisión Española consiguió que los dos protagonistas de la imagen se reencontraran días después por videoconferencia. Él, de nuevo en Marruecos. Ella, en España. Ninguno podía contener la emoción. La secuencia provoca escalofríos

Reviso estos días los videos de aquel momento. Cómo la cooperante le daba agua entre las rocas, cómo le intentaba calmar con sus manos. Llegó a contar Luna a los medios, tras el impacto de la instantánea, que él sólo quería abrazarla y abrazarla y que se le quedó grabada su mirada perdida. Hizo mucho por Abdou, aunque se quedó con la pena de no haber podido evitar que lo expulsaran. Una periodista de Televisión Española consiguió que los dos protagonistas de la imagen se reencontraran días después por videoconferencia. Él, de nuevo en Marruecos. Ella, en España. Ninguno podía contener la emoción. La secuencia provoca escalofríos.

Ella tuvo que abandonar su tierra, Hungría, cuando los tanques soviéticos irrumpieron en Budapest. “¿Cómo habría sido mi vida si no hubiera dejado mi país? Más dura, más pobre, pero también menos solitaria, menos rota; quizás feliz”

Sin embargo, también esta noticia -igual que tantas- acabó diluyéndose como una gota en la lluvia. Nos olvidamos de Abdou. La sociedad y los gobiernos se olvidaron de Abdou y de migrantes como él a los que personajes como Trump persiguen y detienen como a ratas estos días en Los Ángeles con un despliegue insólito de la Guardia Nacional incluido. Lo definió la escritora Agota Kristof en su libro La Analfabeta. Relato autobiográfico. "Esperábamos algo al llegar aquí. No sabíamos qué esperábamos, pero ciertamente no era esto". Ella tuvo que abandonar su tierra, Hungría, cuando los tanques soviéticos irrumpieron en Budapest. “¿Cómo habría sido mi vida si no hubiera dejado mi país? Más dura, más pobre, pero también menos solitaria, menos rota; quizás feliz”.

Tal vez Abdou, en alguna ocasión, se hizo también esa pregunta. ¿Cómo habría sido su vida si no hubiera tenido que dejar su país?. Él no cejó en su empeño de venir a España y lo volvió a conseguir hace unos meses. Llevaba poco tiempo aquí. Sin papeles. Sin a atención sanitaria. Sin nada. Trabajaba como podía de albañil en Málaga. Quería para su hija lo que él no tuvo. Sin embargo, recién alcanzada su tierra anhelada, la muerte le encontró en la cama, sólo y tras varios días con dolores en el pecho. Se apagó su luna y su caída no es más que el reflejo de un fracaso. Nuestro fracaso. El de su acogida y el de la falta de ayuda a los países de origen de la migración.

Caminando el lunes hacia el Peine del Viento de Eduardo Chillida, me detuve a observar a varios chavales que se lanzaban al mar desde el muro de piedra que bordea la playa de Ondarreta. Es costumbre en los días en los que la climatología se comporta. Me llamó la atención uno de los jóvenes. Tenía las piernas largas y delgadas como alfileres y algo que le diferenciaba del resto, además del color de su piel oscura como una noche en la que no se vislumbra el amanecer. Porque él fue el único que no se tiró desde el pretil. Fue el único que cayó por unas escaleras que salían del canto como pequeñas extensiones de hierro y sólo cuando llegó a la última, se atrevió a arrojarse a unas aguas en las que no permaneció por mucho.

Pinchos afilados

Yo observé de lejos sus movimientos meditados hasta que decidí acercarme simulando que miraba la línea recta -como trazada con regla- que el cielo y el Cantábrico dibujaban en el horizonte. El chico hablaba con un amigo mientras secaba su tez negra con una toalla fucsia. De repente, llegaron más adolescentes y lo primero que le preguntó a uno de ellos fue si se había tirado. “Juro padres que me he tirado”, mintió. Hablaba castellano perfecto, pero algo en su acento me hizo creer que había una historia detrás de aquel chaval espigado con la dentadura saliente. Quizás la misma historia que le impidió saltar al mar desde lo más alto. Porque las olas y el salitre que la mayoría ansiamos llegado el verano, siguen siendo para muchos como pinchos afilados capaces de destrozar un globo inflado a base de sueños.

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