El gran apagón eléctrico de este pasado lunes ha vuelto a poner frente al espejo la gestión en situaciones de crisis, que permanece como una asignatura pendiente para la duodécima economía mundial: España.
El mortificante recuerdo de la dana en Valencia, de la que precisamente este martes se cumplen seis meses, inevitablemente ejerce como correlato del episodio más excepcional para el conjunto del planeta en las últimas décadas, la pandemia, cuyas lecciones parecen no obstante resistirse a ser bien asimiladas, todo pese a la aparente experiencia de las autoridades en el manejo de circunstancias sobrevenidas desde que Pedro Sánchez es presidente del Gobierno.
Se trata de una respuesta con un patrón reiterado, que bascula entre la condescendencia paternalista hacia la ciudadanía y el voluntarismo que supone proclamar, porque sí, que los ciudadanos pueden estar muy tranquilos dado que, en palabras del propio Sánchez, “están en buenas manos”.
A estos dos parámetros se suma el más chocante en un Estado de Derecho: una opacidad informativa emboscada en el relato sobre lo obvio, sobre lo que todo el mundo sabe, plasmado sin disimulo en la dos comparecencias del jefe del Ejecutivo, donde naturalmente no hubo cabida para las preguntas.
El parapeto de los técnicos
La ausencia de un mando único con pulso resolutivo se conjuga además con el tacticismo político y la dispersión en las decisiones promovida por la densidad istrativa inherente al reparto territorial de competencias.
¿Un Estado fallido?
Por último, como ocurrió también durante la pesadilla del coronavirus, la práctica oficial lleva a delegar las explicaciones realmente reveladoras en los técnicos (ayer en el director de Operaciones de Red Eléctrica, durante la pandemia en los mandos militares una vez Fernando Simón quedó del todo desacreditado), empleándolos como parapeto de una clase política cuya respuesta parece cargar de razones a los muchos valencianos que el 29 de octubre y en los días posteriores tuvieron la sensación de estar viviendo en algo muy semejante a un Estado fallido.